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 HOSPITAL, Orden del
Gran Prior de la Orden de San Juan de Jerusalén La Orden de San Juan de Jerusalén (o del Hospital), surgió como transformación de una comunidad que desde mediados del siglo XI atendía a los peregrinos en un hospital de Jerusalén adjunto a la iglesia de San Juan. Durante el magisterio de Raimundo de Puy se codificó la regla de la nueva institución, que fue confirmada en el año 1120. A los tres votos religiosos añadieron el voto de armas por la necesidad de colaborar con los cruzados en la defensa de Tierra Santa. Fuertemente respaldados por el Pontificado y contando con la protección de los príncipes, fundaron establecimientos en el occidente de Europa destinados a financiar su gestión en Oriente.

En Aragón, ya antes de la muerte de Alfonso I el Batallador, se registran donaciones a su favor, pero será a partir de 1134, en virtud del testamento de dicho monarca, cuando pasen al primer plano de la vida política, al ser instituidos, junto con Templarios y canónigos del Santo Sepulcro, herederos del reino. Tras unos años de negociaciones, renunciaron a sus derechos a favor de Ramón Berenguer IV de Barcelona, a cambio de fuertes compensaciones materiales en Barbastro, Huesca, Zaragoza, Calatayud, Daroca y Jaca. A partir de este momento se prodigaron los donativos por parte de los fieles de todas las categorías sociales, impulsados por los beneficios espirituales que les deparaba la Orden. El incremento de heredades determinó la formación de circunscripciones administrativas: las posesiones sanjuanistas en Cataluña y Aragón constituyeron la denominada Castellanía de Amposta. Las encomiendas fueron la célula base de la organización económica; a su frente se hallaba el comendador (o preceptor). Dentro de los miembros conventuales, los caballeros tenían como misión específica el servicio de armas. El prior, capellán y diáconos atendían a la vida espiritual de la comunidad. Había también frailes sirvientes, encargados junto con los donados del cuidado de pobres y enfermos. El hábito de los hospitalarios era negro, sobre la capa llevaban loa cruz blanca, distintivo de la Orden, que en guerra destacaba sobre la cota de color rojo.

Fue sobre todo con Alfonso II de Aragón cuando se registró el mayor auge de los denominados sanjuanistas en tierras aragonesas, marcando el inicio de varias encomiendas. Entre las donaciones con que les favoreció el monarca se registra la concesión en 1180 de la Zuda de Zaragoza, a partir de este momento sede central de esta dilatada encomienda. Recibieron también de la realeza una serie de privilegio y exenciones fiscales, extensibles a todos sus dominios en Aragón.

Observando la distribución geográfica de las encomiendas sanjuanistas en Aragón, se aprecia una mayor concentración de los dominios de la Orden en el valle del Ebro. El río venía jalonado por los establecimientos de Mallén, Añón, Remolinos, Zaragoza, Pina, Samper de Calanda y Caspe; en la huerta del Jiloca se encontraba la encomienda de Calatayud y en la frontera con Navarra, la de Castiliscar. La encomienda de Huesca regía las posesiones de la ciudad y su amplio entorno; Barbastro fue centro sanjuanistas de cierta importancia y también contaron con bienes en Jaca. En Daroca no hubo preceptoría, si bien poseyeron algunas heredades. En las tierras turolenses se hallaba la encomienda de Aliaga. De todas estas encomiendas la de Mallén fue la pionera, llegando a ser centro radial de los dominios hospitalarios navarro-aragoneses. Posteriormente fue desplazada en importancia por la de Zaragoza, que a partir de los últimos años del siglo XII se transformó en rectora de las diversas casas del valle medio del Ebro. Los comendadores de Zaragoza extendieron su jurisdicción por tierras del Jalón, donde contaron con los centros conventuales de Grisén y La Almunia de Cabañas (o de Doña Godina). En Grisén se fundó en 1177 un convento de religiosas Hospitalarias, anterior por tanto al de Sijena (fundado por la reina doña Sancha en 1188), pero la comunidad de Grisén se disolvió en la siguiente centuria.

Los Hospitalarios aragoneses, en su calidad de monjes soldados, participaron en algunas empresas de la Corona, al mando del Castellán de Amposta. Es más de destacar su labor en la colonización del territorio aragonés. En la dinámica de este proceso constituyó elemento primordial la concesión de cartas pueblas que habían de componer al marco jurídico de la comunidad de vecinos. Conocemos, entre otras, las otorgadas por los monjes de Cetina (entre 1151-1157), La Almunia de Doña Godina (1178), Alpartir (1178), Grisén (1178) y Aliaga (1216). Las monjas de Sijena dieron carta de población a Candasnos (1217) y a Bujaraloz (1254). Dentro de su actividad económica, debe señalarse la plantación de viñedos, puesta en cultivo de landas, mejoras en el sistema de riegos y potenciación de nuevas fuerzas hidráulicas, asimismo la creación de molinos, apertura de mercados, etcétera. En otro orden de actividades señalemos la custodia de objetos de valor, préstamos a la realeza y a los particulares, desempeño de fincas y otras operaciones financieras.

Tras la extinción del Temple en 1312, se inició una serie de negociaciones entre Jaime II de Aragón y la Santa Sede. El 10 de julio de 1317, el Pontífice Juan XXII creó la Orden de Montesa, a la que se asignaron los bienes de los Templarios en el reino de Valencia (salvo dos de sus encomiendas) y que recibió la protección de los reyes aragoneses, quienes a su vez se lucraron de su ayuda militar (esta orden siguió las directrices de la de Calatrava y la regla cisterciense, contando como insignia originaria una cruz flordelisada en negro sobre la que se superpuso en memoria la de San Jorge de Alfama, una cruz plana y sencilla en rojo). El resto de sus bienes en la Corona de Aragón pasó al Hospital, lo que determinó el desdoblamiento de la Castellanía y una nueva estructuración de las encomiendas. Entre los jerarcas de la Orden en el siglo XIV destaca la figura de Juan Fernández de Heredia, gran humanista e historiador. Su gestión en el orden económico fue señalada, debido a las medidas impuestas en los diversos distritos de la Castellanía con el fin de paliar la crisis producida por los estragos de la Peste Negra y las secuelas de la guerra con Castilla.

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