La Comarca de Calatayud
Archivo Bibliográfico - Enciclopedia - Directorio de Empresas - Páginas de Calatayud - Noticias - Tienda - Foro - Tablón de Anuncios

Inicio/ Noticias de Calatayud

Páginas de Calatayud
GEOGRAFÍA E HISTORIA
PATRIMONIO ARTÍSTICO Y MONUMENTAL
LITERATURA
FERIAS, FIESTAS, TRADICIONES
ARTE Y ARTISTAS
BIOGRAFÍAS
TURISMO
HOTELES Y RESTAURANTES
VIAJES
ECONOMÍA
DATOS ESTADÍSTICOS
INDUSTRIA Y COMERCIO
ADMINISTRACIONES PÚBLICAS
SALUD
DEPORTE
TRABAJO
ENSEÑANZA
INFORMÁTICA
ASOCIACIONES Y COLECTIVOS
MEDIOS DE COMUNICACIÓN
VARIOS

Búsqueda de información
Google
PUBLICIDAD

Agua que invita al recuerdo


La aragonesa María Campillo debuta en la literatura con una obra de
tintes autobiográficos centrada en su infancia (Foto: L'Avenç)

JULIA GUILLAMÓN | María Campillo (Alhama de Aragón, 1953) es un referente de los estudios sobre literatura catalana. Con sus contribuciones al periodo de la guerra y del primer exilio -encabezadas por Descriptores catalanas i Compromís antifeminista (1936-1939), un libro de 1994, su tesis doctoral- es la especialista número uno de este tema. Además, ha publicado numerosos artículos que, más allá de la aproximación a la literatura desde un punto de vista histórico, interpretan a los grandes autores catalanes desde una perspectiva universal.

Estos dos aspectos de su obra crítica confluyen en una obra que reconstruye una parte del pasado familiar. La rama materna, Guajardo, impulsó y sostuvo un balneario y hotel en Alhama de Aragón, cerca de Calatayud, en la línea de los grandes establecimientos termales europeos que hicieron fortuna desde finales del siglo XIX y que tuvieron una edad de oro entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial.


Imagen antigua del balneario Guajardo, en Alhama de Aragón, durante la primera década del siglo XX (Foto: L'Avenç)

Generalmente, las historias de balnearios se centran en los clientes. Me viene a la cabeza la introducción de Historias secretas de balnearios (1971) de Joan Perucho cuando dice, choteándose un poco, que a los balnearios acude gente con una gran capacidad de esperanza, empujados por el recuerdo de una tarde primaveral o por la sospecha de padecer una hepatitis crónica.

En el libro de Campillo, la clientela tiene una presencia marginal. Todo el protagonismo recae en las sucesivas generaciones de guajardos y, sobre todo, en el personaje de una niña barcelonesa que pasaba en el balneario los tres meses de verano. Ahora esta niña es una profesora y escritora que quiere entender aquel mundo desaparecido. Es muy buena lectora y sabe identificar las trampas de escribir sobre el pasado. Lo expone en un prefacio magnífico en el que establece su objetivo: rescatar la memoria de un ambiente y de un clima.

De aquella fantasía delicada de los años dorados del termalismo quedan algunos objetos que, junto a los recuerdos que conserva de su infancia, le permiten ofrecer un testimonio personal. Surge una época de lujo un poco ajado, aunque imponente y grandioso (el balneario tenía más de cien habitaciones). El tatarabuelo fue herrero y el bisabuelo estudió en Suiza como funcionaban los grandes establecimientos de este tipo. Después todo aquel mundo, con el salón de baile, los comedores con los clientes clasificados según su poder adquisitivo, el gabinete de inhalaciones, el gimnasio y los baños fueron de capa caída.

No llegó a conocer en su plenitud a muchos de los protagonistas de la historia épica y da entrada a la vida pequeña del personal de servicio (el chófer, el cocinero, la camarera) que, en una casa en la que los propietarios nunca descansan, se ocupan de los pequeños. La familia también juega un papel, claro está, junto a las fuerzas vivas: el médico y el cura. Campillo brilla especialmente cuando habla de las cosas, con gran capacidad evocativa: unos caramelos de violeta, unas baldosas hidráulicas que reencontró en Cuba o una bandera de España que servía para vestirse o para disfrazarse.


Anuncio de la época del balneario editado por Dionisio Guajardo Mendoza
entre 1914 y 1917, que circuló hasta la Guerra Civil (Foto: L'Avenç)

Lo hace con una ironía deliciosa, cuando se refiere al "síndrome de la magdalenosi en fase aguda" y con una ternura de fondo antropológico, cuando explica que sesenta años atrás en los pueblos los niños eran de todas las madres y que cuando se lastimaban las rodillas, siempre había una vecina que les aplicaba la mercromina. A veces interviene con una sabiduría natural, al proclamar que, de acuerdo con la Biblia el nombre forma parte de la naturaleza del ser. Y por eso su abuelo se llamaba Ángel y su hermano parrandero, Dionisio. En las páginas finales, habla de la piedad que conlleva la memoria y cierra elegantemente el círculo del gran prólogo.

El balneari es un buen debut literario y da ganas de seguir leyendo.

La Vanguardia (16-10-2022)


Altas/Modificaciones - Contacto - Información
© Calatayud.org 1999-2022