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Lo que Europa debe a Gracián


Marc Fumaroli (Marsella, 1932) es miembro de la Academia francesa
(Foto: Matías Nieto Koenig)

CESAR ANTONIO MOLINA | En el año 1684 se puso a la venta en París el "Oráculo manual", de Baltasar, bajo el título de "L´Homme de Cour", traducido por Amelot de la Houssaie, un antijesuita -el autor aragonés pertenecía a esta orden-. El libro llevaba una "Epístola" dedicatoria a Luis XIV. Fue un éxito, se difundió por todo el continente. La primera edición castellana había visto la luz en el 1647, en Huesca. El libro lo firmaba un tal Lorenzo Gracián. Este seudónimo laico no fue respetado en la edición francesa, donde se desveló al auténtico autor. Sin embargo, la primera traducción del" Oráculo" apareció en Italia, en Parma, en el año 1670. En inglés, en Londres, llevaba la fecha de 1685. Y en Alemania hubo dos ediciones distintas: una en el año 1686 y al siguiente. Todos destacaban que estas máximas ayudaban a sobrevivir en el mundo civil. Era una especie de "Libro de Horas" profano donde se practicaba una virtud basada en la naturaleza y en la razón y poco en la piedad. Llamaba mucho la atención viniendo de un clérigo.

Gracián tuvo muchos y grandes admiradores, entre ellos Schopenhauer, que hizo su propia traducción publicada póstumamente. A través suyo la obra llegó a Nietzsche. Aunque el "Oráculo manual" se difundió por Europa fundamentalmente en francés, la edición española había llegado a las élites pues nuestra lengua era de uso habitual. Fumaroli sitúa la obra de Gracián en medio de todas las disputas religiosas y políticas de aquellas décadas del siglo XVII. Por ejemplo, la querella de la gracia, las luchas entre católicos y protestantes en el campo teórico. Los enfrentamientos entre las teologías de la libertad relativa del hombre y las de la libertad absoluta de Dios. También los combates entre católicos: jesuitas, tomistas, agustinianos… El asunto estaba en dilucidar los vínculos entre Dios y los hombres, en conciliar el humanismo y el antihumanismo, la grandeza y la dignidad.

Menéndez Pelayo es citado por Fumaroli para ratificar, por ejemplo, que la España del XVI y XVII fue un pueblo de teólogos. Gracián representaba un moralismo para laicos, el humanismo teológico de su compañía. Amelot, ajeno y hostil a este trasfondo de antropología humanística y de teología molinista, lo traslada al contexto francés muy secularizado.

Antiguos y modernos

También Fumaroli sitúa a Gracián en medio de la querella política de la razón de Estado iniciada por "El príncipe" (1532) de Maquiavelo. ¿Cómo gobernar lo terrenal? ¿Librarse de las trabas morales y religiosas? El calvinista Gentillet (1571) fue contra Maquiavelo. En 1576, Bodin defendía al soberano laico y al Estado por encima de la moral y la religión. Los jesuitas apoyaban un estado fuerte, bien administrado, y con una moral adaptable. El príncipe y el estado temporal fue ganando autoridad sobre el papa y Roma, igual que el súbdito se imponía sobre el devoto. Otra querella fue la de los antiguos y los modernos. Las disputas entre agustinos y jansenistas empeñados en la inutilidad de todo progreso humano respecto a la revelación divina. Los modernos optaban por la autonomía de la razón. El "Oráculo", más ajeno de lo que Fumaroli trata de implicarlo en todas estas disputas francesas, se componía de unas hojas de ruta para almas decididas a no salir malparadas de unos tiempos revueltos.

Era un arte de prudencia para hombres de bien. Atravesar el mundo temporal y descollar en él sin extraviarse ni envilecerse a sus propios ojos, a los de sus iguales, y a los de Dios. Su horizonte es teológico y político.

Estoicismo

Gracián es un jesuita combativo en lo espiritual, pero sin olvidarse de la cada vez mayor presencia de la vida laica. Como escribe Fumaroli: "En el "Oráculo", así como en sus otros ensayos de moral, Gracián apela al puñado de generosos que, arrastrados por sus opiniones, podrían dar testimonio a favor de la concordia de la naturaleza y de la gracia, mientras que Pascal, en sus Pensamientos, apelará al puñado de "libertinos" y de "esprits forts" que han mamado de Montaigne y de Charron, pero eventualmente convertidos al agustinismo de Port-Royal, invitándoles a apostar por la gracia de Dios, la única capaz de hacer decidirse invenciblemente por el bien y la salvación a la errática voluntad humana".

Amelot se sorprende de que un jesuita se exprese tan libremente. Gracián siempre tomó partido contra el agustinismo a favor de la existencia autónoma y de la realidad del mundo. Procuraba a los laicos católicos educados por su compañía una brújula adecuada para su conducta práctica. El "Oráculo manual" es un florilegio de estoicismo, escepticismo y epicureísmo cristiano. Un libro funda- mental, este de Fumaroli, para situar a nuestra cultura y literatura en el eje del mundo.

ABC (14-5-2019)

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