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Viajes reales

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Ignacio Herrero de Collantes, marqués de Aledo, pronunció su discurso de ingreso a la Academia de la Historia el 15 de enero de 1950, en el que trató de los viajes oficiales por España de Isabel II. En aquella ocasión fue contestado por Gregorio Marañón y Posadillo, con otro discurso en el que señalaba que el viaje estaba a punto de desaparecer, "aniquilado por ese su insípido émulo que es el turismo". Estos dos discursos se publicaron en Gráficas Reunidas de Madrid aquel mismo año.

De entre todos los viajes consignados por el marqués de Aledo, nos interesa el que la reina llevó a cabo a Baleares, Cataluña y Aragón en 1860, con crónica de Antonio Flores. Este viaje que duró más de un mes, se inició en Madrid el 16 de septiembre de 1860, donde la comitiva tomó el tren hasta Alicante. Allí embarcó hasta Baleares, regresando a Barcelona también en barco, tomando allí el tren hasta Lérida y haciendo el último tramo de su viaje, de Lérida a Madrid, en diligencia.

En aquel viaje, el tren paró en Aranjuez, donde los viajeros oyeron misa, llegando a Albacete al atardecer. En la residencia de la condesa de Villarreal, donde pernoctó, la reina examinó todos y cada uno de los memoriales, con peticiones de indulto y otras súplicas también urgentes. La reina mandó dar al gobernador 73.000 reales de vellón para las necesidades de la ciudad y pueblos del tránsito. Como había sufrido epidemia Alicante y su provincia, los reyes no se detuvieron y embarcaron en el Princesa de Asturias rumbo a Mallorca. Allí los reyes visitaron algunos monumentos, siendo agasajados con fiestas y funciones de teatro, inaugurando el nuevo Teatro de Isabel II. Los reyes viajaron también a la isla de Menorca. Durante la travesía de Menorca a Barcelona, se rompió el pie de madera de una toldilla y la reina sufrió un accidente que pudo costarle la vida. Por entonces se había inaugurado el telégrafo submarino entre Barcelona y las islas, y por él se comunicó la salida de los reyes hacia la capital catalana. El recibimiento en Barcelona fue apoteósico y en el besamanos la reina apareció con su corona de condesa de Barcelona. Recorrió Montserrat, Sabadell, Tarrasa y Manresa, aunque tampoco faltaron las fiestas, los certámenes poéticos y la cabalgata. Visitó también las obras llevadas a cabo en el puerto, el ensanche de la ciudad y las pruebas de Monturiol con su submarino Ictíneo.

El ferrocarril sólo llegaba aún hasta Lérida, donde pasaron la noche, haciendo el resto del viaje en diligencia, a media hora por legua. En Zaragoza la reina celebró su cumpleaños con un solemne besamanos. Durante su estancia, los reyes visitaron el Pilar, algunos monumentos notables, las casas de beneficencia, la Aljafería, que hacía las veces de prisión militar, y presidieron también la procesión del Pilar. El cronista del viaje escribía: "Su Majestad la Reina vestía un magnífico traje de Corte, pero ceñido hasta el cuello, a la usanza del siglo XV, todo cubierto de ricos encajes blancos, que se destacaban elegantemente sobre el vivo carmín del traje, y ceñía las augustas sienes de la piadosa señora una corona real cuajada de brillantes y perlas; S.M. el Rey vestía el gran uniforme de Capitán General, y el Príncipe de Asturias lucía sobre su vestido de color de fuego la Cruz de Pelayo, llevando en sus tiernas manos, durante la procesión, un cirio". La reina "fue calurosamente vitoreada en toda la carrera, contestando instintivamente en muchos momentos las mismas devotas mujeres, que en gran número seguían a los reyes con velas en la mano".

El marqués de Aledo no nos cuenta nada de su paso por Calatayud y nos relata que el séquito paró en Medinaceli y Guadalajara, donde los reyes pasaron la noche en el palacio del Infantado, que pertenecía al duque de Osuna. La ciudad se iluminó con tantas luces que, según el cronista, parecía ser de día.

En Torrejón de Ardoz, la reina pasó revista a las tropas de la guarnición madrileña, llegando a la capital el 19 de octubre. Pero al cruzar por la Puerta del Sol, la reina sufrió un atentado sin consecuencias. El cronista del viaje acababa el libro con una relación de las alhajas que había regalado la reina a las muchas personalidades que le habían atendido en su viaje, y de los donativos en metálico que fueron de 1.803.843 reales de vellón. A esta crónica publicada en 1861 y en la Imprenta y Estereotipia de Manuel Rivadeneira, situada en la calle de la Madera 8, le acompañaban los retratos de la familia real, debidos a Vallejo, y un buen número de ilustraciones, tomadas de fotografías, casi todas perdidas, a cargo de Urrabieta, que dibujó la procesión del Pilar en Zaragoza, y de Múgica. Muchos de estos libros se enviaron a corporaciones españolas, ultramarinas y extranjeras. Esta crónica del viaje tuvo una segunda edición en 1862.

Pocos años más tarde, con el alzamiento de 1868, se quemarían en Zaragoza los retratos de la reina y las insignias reales.

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