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La calle La Amargura de Purujosa

F. TOBAJAS GALLEGO | Purujosa es un pueblo menudo levantado con piedra negra sobre una elevación que domina el aún estrecho valle del Isuela. Siguiendo la serpenteante carretera que viene de Calcena, dejando a un lado el dormido pueblo de Purujosa y tras ascender un alto puerto que el invierno cubre de nieve, se encuentra Beratón, primer pueblo castellano, lugar donde Bécquer localiza su leyenda de la corza blanca, recordada en una placa de cerámica sobre la fachada del austero Concejo.

Purujosa tiene calles costeras y empedradas, cuyos nombres pintados sobre la misma piedra, con letra de pendolista adelantado, avisan en las solitarias esquinas. Calle de Tarazona, calle de la Corte, calle Verónica, calle la Amargura... Según el diccionario de María Moliner, ilustre panicense, donde tiene dedicada una glorieta ajardinada, la amargura es un sentimiento de pena por un desengaño, una ilusión frustrada, una muestra de desagradecimiento o de falta de cariño, o una desgracia que envuelve frustración, como por ejemplo, la muerte de una persona joven. No es raro encontrar en una ciudad cualquiera calles dedicadas a la Alegría, a la Verdad, o a la Paz, como tampoco es difícil dar con las calles del Desengaño y de la Amargura.

En el talud de la última curva antes de dar con Purujosa, al borde mismo de un barranco, sobre el que se cuelga la ermita de la Virgen de Constantin, se levanta una lápida que reza: Aquí falleció Fulgencio Galán Miranda el 7 de noviembre de 1944, a los 39 años de edad. Recuerdo de su madre y hermanos. También en uno de los repechos del puerto de Campiel hay una cruz en recuerdo a Joaquín Bonel Tejero, muerto en accidente de trabajo a los 20 años. A la entrada del pueblo de Cubel, que se mece ya en estas fechas que corren entre un impresionante mar de espigas, bajo un cielo siempre muy azul, una cruz atrae la atención del viajero y una placa advierte: Aquí yace Teodoro Baquedano Hernando. Falleció el 17 de octubre de 1963, a los 23 años de edad. Sobre esta leyenda unos sentidos versos que dicen: El que estas letras lea/ me sea un buen hechor/ que me rece un padrenuestro/ y que me encomiende a Dios.

En el cementerio de Calatayud, una sepultura con la insignia de Correos señala: A la memoria de su infortunado compañero D. Antonio del Pueyo Medarde, que en el cumplimiento de su deber halló su muerte el día 23 de junio de 1904, en el descarrilamiento de Entrambasaguas. R.I.P. Los empleados del Cuerpo de Correos. Y en otra no menos patética se lee: Antonio Gómez Raimundo dio su vida por Dios y por España en la heroica defensa de Belchite el día 27 de agosto de 1937, a los 25 años de su edad. En el cementerio municipal de Saviñán se conservaba hasta hace unos años una lápida que correspondía a un fogonero que murió en un descarrilamiento de tren, que declaraba: Aquí yace D. Mariano Laguna Casado que falleció el 1 de noviembre de 1929, a los 26 años de edad. Recuerdo de sus padres y hermanos.

De igual manera resulta inquietante fijar la mirada en las placas colocadas en las fachadas de las iglesias, donde se guarda memoria de los caídos en la última guerra civil. Aunque no están todos.

El escritor suizo Charles Didier, nacido en Genève en 1805, fue un romántico trotamundos que no se cansó nunca de viajar, dejando escritas sus aventuras en libros primorosos. A los 59 años, preparando su viaje a la India, quedó ciego y entonces prefirió quitarse la vida. Didier recogió sus andanzas por estas tierras en un libro titulado Un año en España, que fue el 1836, publicado en París un año más tarde. Y en sus páginas cuenta que a la salida de Tárrega, la diligencia fue asaltada por una partida, perdiendo el reloj y cien francos. Ya en Zaragoza consigue con propinas una plaza en la rotonda de la diligencia que le conduce hasta Madrid. "Como es costumbre, estábamos en la carrera real mucho antes de que se hiciera de día; nos pilló en medio de la Sierra de la Muela, y lo primero que vi al sacar la cabeza por la portezuela fue un milagro rodeado de un montón de piedras; todos los que pasan lanzan una pronunciando una ave por el alma del finado. La cruz parecía clavada hacía poco, lo que indicaba un asesinato reciente. Este país está lleno de visiones funestas". Siguiendo la ruta almuerza en el Frasno, donde aparece una partida de carlistas. Ya a la salida del Frasno, la diligencia encuentra un baile campestre en la misma carretera, donde la gente baila y se divierte, mientras los milicianos del Frasno vigilan desde una loma que domina el camino. Didier escribe: "¡Oh, país de contrastes y de contradicciones! Pueblo elegante y feroz que aúna el baile y la guerra civil, y para quien el asesinato y la danza poseen igual encanto! Si vuelvo alguna vez a este lugar, no haré clavar aquí una cruz fúnebre, sino un puñal coronado de mirto". Tan española y cristiana es la amargura como la resignación. ¡Qué le vamos a hacer!

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