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Cargos inquisitoriales

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Ya en el siglo XIII el Tribunal de la Inquisición, servido por los dominicos, funcionaba dependiendo directamente del papa. Al término de las Cortes celebradas en Tarazona en abril de 1484, Torquemada convocó una junta donde se decidió el establecimiento de la Inquisición en Aragón, nombrando el 4 de mayo a los inquisidores del reino: Pedro de Arbués y fray Gaspar Juglar. Se opusieron tanto cristianos viejos como conversos. Pero de la oposición se pasó a la conspiración, tramada por las más influyentes familias de conversos, que acabó con el asesinato de Pedro de Arbués el 14 de septiembre de 1485 en La Seo.

El Tribunal de la Inquisición contaba con oficiales retribuidos, como fiscales, notarios, abogados, alguaciles, alcaides y carceleros, y oficiales sin retribución: calificadores, consultores, comisarios y familiares. Todos ellos pertenecían a la Cofradía de San Pedro Mártir. Ya en la Edad Media los familiares armados acompañaban a los inquisidores en sus misiones para defenderlos. Eran como miembros de su familia. De ahí su nombre. Tras la implantación de la Inquisición en Aragón en 1484, los familiares aragoneses se desligarían del inquisidor, estando obligados a realizar las tareas que se le encomendaran dentro del Tribunal. El familiar, que recibía credencial, debía ser cristiano viejo y persona ejemplar, además de hijo legítimo y mayor de 25 años. Debía ser laico, casado y con una cierta cultura y privilegios. La Concordia de 1568 regulaba que los lugares de entre 500 a 1.000 vecinos, debían tener 6 familiares y 8 familiares los lugares de más de 1.000 vecinos, excepto Zaragoza que tendría 60 familiares. El censo de 1635 da para Aragón una cifra de 503 familiares. La máxima.

El familiar se convertía en ojos y oídos del Santo Oficio y siempre estaba dispuesto a informar y a denunciar. Debían recibir también la testificación de los encausados en presencia del notario, vigilar a los sospechosos, detener a los herejes y velar para que los vecinos cumplieran con los preceptos religiosos de la iglesia.

En 1595, el prepotente familiar de Saviñán, Miguel Cuenca, dice a unas lavanderas que hacen lo propio en un manantial de una heredad del Molar: "labad donde pudieredes, en la Alberca y en los braçales y rompeldos para labar, y hollad donde siembran si no teneys donde tender, y quando no holleys tended en los olivos y rompedlos, y si alguno os lo impidiere acudid a nosotros y vereys lo que se hará". Francisco Terrer, familiar de Saviñán, presentó falsos testimonios en un proceso inquisitorial.

En 1654 aparece documentado Basilio Gascón, en 1682 y 1690 Pedro Gracián y en 1804 Juan de Acha, todos de Saviñán y familiares del Santo Oficio. Como comisarios del Santo Oficio aparecen citados mosén Miguel Gascón en 1661, el licenciado Pedro Martínez Gracián, que murió en Saviñán en 1718 a los 55 años, y mosén José Tomás Villalba Guillén, documentado entre 1682 y 1697. Este último murió en Saviñán en 1708 a los 65 años, enterrándose en la capilla del Pilar, destinada a los beneficiados de la parroquia de San Pedro. Dejó por su alma tres aniversarios y 110 escudos. En 1712 aparece documentado el comisario de Paracuellos de la Ribera José Cervellón, nombrado ejecutor del testamento de mosén Miguel Vicente Villalba, vicario de San Pedro de Saviñán.

Como notarios del Santo Oficio aparecen documentados mosén Antonio Gracián, entre 1684 y 1692, mosén Francisco García, entre 1629 y 1646, y Miguel García Guerrero en 1671. Entre 1704 y 1710 aparece documentado como secretario de la Inquisición en Saviñán, mosén Juan Antonio Cuenca, que morirá a los 60 años en 1710, enterrándose en la capilla del Pilar. Dejó por su alma 100 escudos y como ejecutores de su testamento a sus sobrinos.

La Inquisición procesó a un número elevado de moriscos por practicar sus ritos y atentar contra el Santo Oficio. En los primeros libros parroquiales de San Pedro y San Miguel de Saviñán, vienen reseñados los que eran excomulgados, algunos de ellos por tener casa de juegos, donde se ofendía a Nuestro Señor. Algunos de los excomulgados de San Pedro lo eran a instancias de García Jaime, Juan López, Jerónimo de Campos, Alonso Remírez, Pedro de Almaz, Jaime de Funes y Jaime de Ruesta, todos de Calatayud, y hasta por la abadesa del convento bilbilitano de Santa Clara. También se apuntan a finales del XVI los fachales que se quemaban, siempre a mujeres, según mandaban los inquisidores. Algunos se quemaban y otros servían para la iglesia. En San Miguel se apuntaba que se quemaban a la puerta de la iglesia al tiempo del ofertorio. Además, María Vélez aguantó el tiempo de la misa descalza. El morisco Miguel Calavera estaba obligado a pagar anualmente 8 reales a los pobres, por un legado de Domingo Domalique, que murió en galeras, sentenciado por el Santo Oficio, debiendo pagar la primera vez el día de San Miguel de septiembre de 1600.

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