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Ponz en Calatayud

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Antonio Ponz y Piquer (Bechí, Castellón, 1725-Madrid, 1792) fue nombrado en 1776 secretario de la Real Academia de San Fernando. Tras la expulsión de los jesuitas, fue comisionado para visitar sus colegios e informar de las obras de arte que contenían. Ponz recorrió toda España, escribiendo dieciocho volúmenes de sus viajes. Casi todo el Tomo XV está dedicado a la ciudad de Zaragoza. En el Tomo XIII, publicado por la viuda de Ibarra en Madrid en 1788, relata su viaje que da comienzo en Madrid y continúa por Alcalá de Henares, Hita, Sigüenza, Medinaceli y Santa María de Huerta, hasta llegar a Calatayud. Ponz dice que Calatayud tenía entonces mil quinientos vecinos, aunque algunos consideraban exagerada esta cifra. El autor encontró la ciudad muy distinta a la que pudo ver Rodrigo Méndez Silva, que describe Calatayud con amenos jardines, casas de placer y tres mil vecinos de población. Aun con todo, era una de las principales ciudades de Aragón y tenía dos colegiales, la del Sepulcro y la de Santa María. Ponz se equivoca cuando dice que la fundación de la colegiata del Sepulcro se atribuía a Ramón Berenguer, último conde de Barcelona, para la Orden del Temple. De ella dice que "es un buque espacioso, no tiene adornos de consideración, ni especial gusto". Sus retablos de principios del siglo XVIII, "consisten principalmente en unos grandes tableros que representan de medio relieve asuntos de la Pasión de Christo con figuras pintadas, y doradas". Ponz informa que se quería levantar el altar de la iglesia con piedra de Alhama y da noticia de una pintura de la Santa Familia que encontró en la Sala Capitular, original del pintor Francisco de Vera y Cabeza de Vaca, noble bilbilitano y paje de Juan José de Austria. Este cuadro lo compró Vicente de la Fuente por mil reales. A su muerte pasó a las capuchinas y luego a las salesas, en depósito, hasta que sus herederos lo donaron a la colegiata de Santa María.

Ponz elogia la portada de la colegiata de Santa María llena de "ornatos delicados: mas propio todo ello para estar baxo de techado, que á la inclemencia, como está, bien que algo la preserva un tablado que tiene encima". En el interior de la colegiata "no se halla gusto de arquitectura" y "estucos malísimos". Ponz habla del retablo de la capilla de San Juan el Bautista, en cuyo ático encontró un Bautismo de Cristo, copia del pintor aragonés Bartolomé Vicente, de otro de Juan Carreño de Miranda, su maestro. Los cuadros que vio en la capilla dedicada a Santa Ana estaban firmados por Pedro Aibar en 1682.

Ponz admira también la portada de la iglesia de San Juan y la fachada del Concejo "de buena arquitectura". También da cuenta del Colegio jesuita y del Seminario, que no pudieron acabar por la expulsión. Tenían un pequeño museo de medallas donde se guardaban cuatro o cinco manuscritos sobre esta materia del padre Jerónimo García, que había fomentado su estudio en el siglo anterior.

En estos edificios se quería abrir un Hospicio, entonces muy necesario, donde se recogerían a muchos pobres y donde se podrían establecer algunas fábricas "por la amplitud del sitio, y proporción de aguas". De Bilbilis se guardaban muchas medallas que había explicado el padre Flórez en el primer tomo de las Colonias, Municipios y Pueblos antiguos de España.

Ponz defendía que la antigua Bilbilis se situaba en un monte conocido por "Bambala", pues según le habían asegurado, todavía se podían ver algunos vestigios, "bien que son poca cosa, y sin mostrar ninguna magnificencia".

El autor elogiaba el cáñamo y el lino que se recogía en Calatayud, que eran de los mejores de España. En la vega se cultivaban hortalizas, granos, frutas, como los melocotones, que eran estimados en la corte, y legumbres, especialmente las judías. Ponz encontró los montes de Calatayud muy pelados de árboles, por tanto los vecinos debían ir a buscar la leña muy lejos de la ciudad.

Entonces Calatayud contaba con once parroquias, once conventos de frailes y cinco de monjas. Erraba Ponz cuando afirmaba que Calatayud era la patria del literato Lorenzo Gracián y del Papa Luna. Calatayud tenía entonces tres puentes sobre el Jalón, cuyas aguas ya había celebrado Plinio para el temple de las armas. Las casas y calles de la ciudad eran "bastante cómodas".

En la carta cuarta de este mismo tomo, Ponz elogiaba las frutas de Daroca, de la ribera del Jiloca y de Calatayud. De peras citaba la bergamota, mala cara o de invierno, pera pan, magdalena y de buen cristiano. De manzanas la camuesa, esperiega fina, manzana helada, comadre, rayada, morro de vaca, cuero de dama y pero. Los melocotones de la ribera del Jiloca eran "preciosos", aunque también citaba los de Campiel y los de Embid de Santos. Estas frutas se llevaban a la corte, a Zaragoza y a otras muchas ciudades "y sus dueños tienen segura ganancia".

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