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Sabios precoces

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Faustino Sancho y Gil publicó en 1880 y en el vespertino Diario Democrático de Zaragoza, un curioso artículo dedicado al humanista escocés James Crichton, llamado el Admirable, que vivió en la segunda mitad del siglo XVI. Sancho y Gil contaba que en 1575 y a la puerta de todos los liceos de París, había colgado un cartel que anunciaba "que J. Crichton, de 15 años de edad, nacido en el condado de Perth, obligábase a discutir con quien quisiera hacerle este honor, en prosa o en verso y en quince idiomas distintos sobre las tesis científicas que su adversario propusiese". Los cincuenta estudiantes más aventajados le propusieron hablar de mil temas, pero Crichton elevó el listón a dos mil temas. Y mientras sus contrincantes los repasaban, Crichton cazaba o asistía a los bailes cortesanos. El día elegido y ante un competente jurado, los cincuenta estudiantes interrogaron a Crichton en hebreo, árabe, griego, latín, español, inglés, italiano, francés y alemán. El director del Colegio, al comprobar el resultado, abrazó a Crichton, le entregó el galardón y le declaró el más sabio de su tiempo. El mismo reto se puso en práctica con idéntico resultado en otras muchas ciudades.

Sancho y Gil escribe que "Aterra el considerarle, exclama un escritor de aquel tiempo, porque sabe mucho más de lo que un hombre saber puede y halló razón para que crean es el Antecristo". A los 22 años Crichton fue nombrado ayo del príncipe Vicente de Gonzaga, heredero de la casa ducal de Mantua. Crichton, virtuoso de la guitarra, también era invencible en los duelos a espada. Pero el príncipe le tomó envidia y una noche una docena de enmascarados le hicieron frente. Crichton, al desarmar al último, se dio cuenta que era el propio príncipe Vicente de Gonzaga. Pidiéndole perdón le entregó su espada, con la que el ingrato príncipe le atravesó el corazón. Crichton tenía 23 años. En el número de La Derecha del 24 de mayo de 1886 se recogían unos comentarios que circulaban por Madrid, según los cuales un niño zaragozano de once años, que estudiaba en el Instituto Cardenal Cisneros, había estado media hora hablando acerca de lo que ha sido y debe ser una tragedia. Este aventajado estudiante ya había tratado en otros discursos de las mareas y de los Justicias de Aragón. Este muchacho se llamaba José Gascón y Marín (1875-1962), que fue catedrático de Derecho Político y Administrativo en las Universidades de Sevilla, 1902, Zaragoza, 1907 y Madrid, 1916, y ministro de Instrucción Pública en 1931.

Luis Jordana de Pozas (1890-1983), que tuvo el honor de suceder a Gascón y Marín en su Cátedra, fue requerido para hacer una semblanza de su maestro al poco de su muerte. Su trabajo titulado El profesor Gascón y Marín y su obra, fue publicado en la Revista de Estudios de la Vida Local en 1962, de la que Gascón y Marín había sido director desde su fundación.

Según Jordana de Pozas, Gascón y Marín tenía cualidades y limitaciones "típicamente aragonesas: lealtad, franqueza, tesón, afán de libertad e independencia, una cierta actitud impaciente y malhumorada ante conductas o actos que merecían su desaprobación, la idea, muy arraigada en nuestra tierra, de que el hombre debe dominar sus sentimientos en vez de abandonarse a ellos, así como la más completa incapacidad para la adulación o la maniobra". Jordana de Pozas reconocía que la carrera académica de Gascón y Marín fue muy brillante, pues consiguió las mejores calificaciones y premios en sus estudios de Bachillerato, Licenciatura y Doctorado. Alcanzó el primer puesto en sus oposiciones a las Cátedras de Derecho administrativo y de Derecho internacional, licenciándose además en Filosofía y Letras. Y para ayudarse económicamente en sus estudios, ganó por oposición una plaza de taquígrafo del Senado. Pero aunque fue un político precoz, fue el magisterio su actividad más destacada por sus biógrafos. Gascón y Marín era el más antiguo de los abogados de Zaragoza, pues se incorporó en 1896, a los 21 años, siendo pasante de Joaquín Gil Berges, "que descendió de un valle del Pirineo para ascender a la cumbre del Foro aragonés". También fueron pasantes de Gil Berges, su sobrino Gil Gil y Gil, Manuel de Lasala y el propio Jordana de Pozas. "A todos nos inculcó, junto a la técnica procesal y a la conveniente preparación de escritos e informes, una moral profesional extremadamente austera".

En el número de La Derecha del 19 de marzo de 1888 se informaba que en el Ayuntamiento de Torrecilla de Valmadrid, sólo un concejal sabía leer y escribir, pues era el médico del pueblo. En el mismo número se anunciaba que en la librería de Cecilio Gasca, se había puesto a la venta ¡Vamos muy despacio! (Zaragoza en 1887). Formaban este libro una colección de artículos muy críticos, aparecidos en La Derecha durante el verano de 1887, debidos al fundador del periódico Joaquín Gimeno y Fernández-Vizarra, con prólogo de Joaquín Martón y Gavín.

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