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Juan Antonio de Cuenca

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Juan Antonio de Cuenca nació en Saviñán en 1653. Era hijo de Juan de Cuenca y Embid (1611-1677) y de Blasa Vicente-Villalba Sancho (1610-1676). En 1671 y 1672 tuvo lugar la investigación de limpieza de sangre de Juan Antonio de Cuenca, que pretendía una familiatura en el Real y Mayor Colegio de Santiago de Huesca, que llevó a cabo el licenciado José Villalba Gascón, comisario del Santo Oficio y vicario de San Miguel de la Señoría de Saviñán. A los becarios se les exigía la probanza de limpieza de sangre y el grado de bachiller en Teología, Cánones o Leyes. Vistas estas informaciones en la capilla del rector del colegio de Santiago, fueron aprobadas. Muchos de sus colegiales fueron oficiales o ministros del Santo Oficio. En 1683 tuvo lugar una nueva información genealógica de Juan Antonio de Cuenca, siendo remitida al Consejo Supremo el 8 de julio de 1683, siendo aprobadas el 9 de agosto, con lo que Juan Antonio de Cuenca sería nombrado oficial del Santo Oficio de la Inquisición.

Juan Antonio de Cuenca sirvió como secretario en las Inquisiciones de Cataluña, Granada y Aragón, por espacio de casi once años. En 1692 trabajaba como secretario en el Tribunal de Zaragoza, perteneciendo a la Cofradía de San Pedro Mártir. En 1695 el Inquisidor General, Juan Tomás de Rocaberti, lo nombró oficial mayor de la secretaría del Consejo de la Suprema y General Inquisición de Madrid, tocante a la Corona de Aragón, Navarra e Indias, para obtener más tarde el título de secretario real. En 1698, con el nombramiento del conde de Oropesa como valido, fue nombrado confesor real Fr. Froilán Díaz, catedrático de prima en la Universidad de Salamanca.

El rey Carlos II, debido a los matrimonios consanguíneos de la Casa de Austria, nació con una salud muy débil. Había casado en dos ocasiones, sin tener descendencia. El rey sufría frecuentemente ataques compulsivos, que hicieron pensar en la corte que estaba hechizado. Rocaberti lo planteó al Consejo, pero como no se tomó ninguna decisión, el Inquisidor General pidió al confesor del rey que investigara el asunto. Fr. Froilán supo que en un convento de Cangas de Tineo había tres monjas recoletas, al parecer endemoniadas, que sostenían que al rey lo habían hechizado. Fr. Froilán pensó que el diablo podría contestar sobre los hechizos del rey, por medio de un exorcismo que realizaría el confesor del convento, Fr. Antonio Álvarez de Argüelles, quien interrogó a las monjas. Las revelaciones del demonio confirmaron las sospechas del confesor real. Al rey lo habían hechizado a los 14 años, con un bebedizo que se le administró con el chocolate caliente que acostumbraba a tomar. Fr. Froilán dudó de un hechizo tan antiguo y pidió a su colega que preguntara al demonio si había llevado a cabo nuevos maleficios después de 1675, pero el capellán de las monjas contestó que sólo desvelaría lo que sabía en el convento madrileño de Atocha. Rocaberti y Fr. Froilán Díaz no le dejaron acudir a la corte. El capuchino saboyano Fr. Mauro Tenda, con gran prestigio de exorcista, acudió a la corte por medio del embajador imperial y después de examinar al rey aseguró que no estaba endemoniado, sino hechizado. Fr. Froilán pensó que las responsables del aquel estado del rey eran la difunta madre del rey y la reina, por ello presionó al Inquisidor para que las procesara la Inquisición. Pero la reina se enteró de los exorcismos y montó en cólera. Rocaberti murió en 1699 en extrañas circunstancias, al parecer envenenado, como también su sucesor el cardenal Alonso de Aguilar. Entonces la reina consiguió que fuera nombrado Inquisidor General Baltasar de Mendoza y Sandoval, que era obispo de Segovia. En 1700 Mendoza desterró de la corte a Tenda e inició contra Fr. Froilán un proceso inquisitorial, como sospechoso de herejía. Pero en el Consejo no hallaron motivos suficientes para procesarle ni para ordenar su prisión. Temeroso de su suerte, Fr. Froilán Díaz pasó a Roma, pero el rey ordenó su vuelta, permaneciendo cuatro años en un convento de Madrid, privado de comunicación con el exterior.

El rey murió en 1700 sin descendencia. Bajo la presión del llamado partido francés, el rey reconoció en su último testamento a Felipe de Anjou como heredero, que fue proclamado rey de España a finales de este mismo año. La reina fue desterrada y el Inquisidor Mendoza fue reintegrado a su obispado de Segovia. Pero con autorización de la Santa Sede, Mendoza continuó con la causa de Fr. Froilán, incoada por el fiscal de la Suprema, Juan Fernando de Frías, autor de un impreso en el que se defendía la independencia del Inquisidor General, en contra de la opinión del Consejo y del nuevo rey, que quería controlar a la Inquisición. En 1705 el rey ordenó la destitución definitiva del Inquisidor, que fue desterrado hasta 1713, regresando a su diócesis de Segovia.

Con la caída del Inquisidor General, Juan Antonio de Cuenca, como otros muchos que apoyaban la causa del archiduque Carlos como rey de España, perdió su inmunidad y se le incoó un largo proceso criminal, en el que declararon numerosos testigos. Las declaraciones más duras contra Cuenca llegaron del consejero Juan José de Tejada. El Consejo de la Suprema siempre se había declarado contrario a las iniciativas del Inquisidor Mendoza, por eso Tejada puso énfasis en las críticas de Cuenca hacia los consejeros, en el envío de informaciones a sus amigos de Zaragoza, incumpliendo el secreto del sumario en el Consejo, en sus injurias al confesor Fr. Froilán, y en la prepotencia de Cuenca al mostrar siempre a sus valedores, acusándole de ser partidario del archiduque Carlos. Aún añadió otras de cierto peso, como la de exigir y recibir regalos, tráfico de influencias, faltas de asistencia al Tribunal y tratos ilícitos con su ama. Otros siete testigos conocían su amancebamiento con su ama y con la esposa de un colega en Zaragoza, Ximénez Jaén. Cinco testigos relataron la afición que tenía Cuenca a los regalos. Tres testigos recogieron en sus declaraciones el orgullo con que Cuenca mostraba las cartas de sus valedores y otros tres lo hicieron muy molestos con el acusado, al que guardaban un no disimulado rencor. Cuatro testigos no sabían nada de faltas de asistencia, ni de castigos por esta causa. Su ama fue la única que testificó claramente a su favor. El 13 de agosto declaró el acusado. Cuenca confesó que nunca había sacado libros ni documentos de la Secreta, sólo había sacado una testificación de los autos de Fr. Froilán Díaz, por orden del Inquisidor, para enviarlos a Roma. Tampoco había intervenido en la impresión de la alegación del fiscal Frías, señalando que era un buen vasallo del nuevo rey.

El 26 de agosto de 1705 el fiscal del Consejo, Pablo del Moral, acusaba a Cuenca de faltar gravemente a sus obligaciones, por haber hecho un extracto de la causa a Fr. Froilán Díaz, para remitirlo a Roma, aunque fuera por orden de un superior. También le acusaba de haber concurrido a la impresión de una alegación fiscal, que había escrito Juan Fernando de Frías. Igualmente le acusaba de haber intervenido como agente en varias pretensiones, tomando dinero y estafando a las partes, de haber tenido trato y comunicación con personas desafectas al rey, y de injuriar a los señores del Consejo, especialmente a Fr. Froilán Díaz. Por ello el fiscal pedía que fuera castigado a las mayores penas. De las cuatro acusaciones del fiscal, tres eran claramente políticas. La de recibir dinero y regalos, debía ser entonces, como lo ha sido siempre, cosa habitual. No se le acusó a Cuenca de tener tratos ilícitos con su ama y con una mujer casada, de faltas de asistencia, ni de sacar papeles o dar informaciones confidenciales de los asuntos tratados en el Consejo.

Tras la lectura de las acusaciones, Cuenca se remitió a lo ya declarado y señaló que no era de su profesión saber si estaba prohibido obedecer a un superior. Del resto de las acusaciones dijo que no eran verdad. Emocionado y con lágrimas en los ojos, Cuenca pidió resignado que hicieran "de él lo que quisieran", renunciando a su defensa. El 24 de octubre de 1705 se condenó a Juan Antonio de Cuenca a salir perpetuamente de la oficialía mayor del Consejo y a no tener otro oficio en Madrid, siendo desterrado de la corte por espacio de cuatro años y privado de cualquier misión en el Santo Oficio. Juan Antonio de Cuenca regresó a Saviñán, donde falleció el 18 de diciembre de 1710, siendo enterrado en el carnerario de la capilla del Capítulo Eclesiástico de San Pedro, dedicada a la Virgen del Pilar. En su testamento dejaba cien escudos por su alma, siendo ejecutores sus sobrinos. En la ermita de San Roque había desposado en 1708 a su sobrina María Ana Villalba Cuenca con Vicencio Pérez López y en 1710 a su otra sobrina Teresa Villalba Cuenca con Miguel Navarro Serón. Juan Antonio de Cuenca sería nombrado ejecutor de las últimas voluntades de sus padres, junto a su hermano José, y en el caso de su padre junto a cuñado Jusepe de Olvés. También aparece como ejecutor testamentario en 1704 de mosén José Villalba Gascón, comisario del Santo Oficio y vicario de San Miguel, de su cuñado Juan Diego Villalba en 1706, de su hermana Isabel Cuenca en 1708 y de su primo Francisco Vicente Villalba en 1710.

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