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Nuévalos

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | A las tres de la tarde de un día de mucho calor, Luis Royo Villanova, con el dibujante Huertas y el caricaturista Mecachis, tomaron el expreso de Zaragoza en la estación del Mediodía de Madrid. Llegaron a las ocho a Alhama, donde cenaron a la aragonesa en casa Martínez, que era el encargado del servicio de coches entre Alhama y el Monasterio. Y a las diez Ramoncito Muntadas se dispuso a llevarlos en una hora al Monasterio, en un magnífico coche de camino. Luis Royo escribía: "La carretera de Piedra sube como un reptil; a uno y otro lado las montañas asoman sus cabezotas para contemplar el gigantesco ofidio, por cuyo lomo grisáceo ruedan los coches; de trecho en trecho, junto a los precipicios y resguardando la tangente de las curvas, gruesos malecones se extienden en fila para evitar vuelcos mortales". Y continuaba: "Allá, en una altura, se divisan unas luces: es el pueblecito de Nuévalos, colocado entre peñas, verdadero capitolio rural o inexpugnable nido de hombres".

Ángel Gálvez, entonces concejal de Cultura del Ayuntamiento de Nuévalos, a quien debo una grata conversación sobre Nuévalos y mosén Antonio Colás, me dio noticia de dos artículos referidos a esta villa, publicados en el muy conservador y católico Diario de Calatayud, que fuera fundado en 1877 por el sacerdote Vicente Martínez Rico. Este diario se renovó en 1882 con más páginas y un suplemento literario quincenal, siendo sus principales colaboradores Juan Blas y Ubide y el carlista Ortega Micheto. Y es en esta Hoja Literaria del 1 de septiembre de 1882 donde se publica un artículo de Blas y Ubide titulado "Mosén Antonio Colás", en el que escribe: "Se sube al pueblo por empinada cuesta, se pasa bajo un arco de piedra, única entrada de aquel recinto, y se llega a una estanciosa plaza; los cascos de los caballos producen un sonido hueco como si caminaran sobre un subterráneo; el fondo de la plaza es efectivamente un dilatado osario, donde se hallan hacinados simétricamente centenares de esqueletos humanos". La leyenda, asegura Blas y Ubide, dice que el pueblo de Nuévalos se asentaba en un llano, hasta que los musulmanes lo arrasaron. Los pocos supervivientes se refugiaron en el castillo, enterrando a los muertos en la plaza de armas. Otra versión dice que ocurrió esta matanza en la guerra de los Pedros. Blas y Ubide describe el pintoresco lugar: "Fuera de la plaza, estrechas y torcidas callejuelas, la mayor parte sin salida, verdaderos fondos de saco, a cuya construcción obliga la especial situación del pueblo, constituyen su laberíntico plano. Alguna que otra vía termina abierta al borde de la tajada peña, y desde allí, como desde un balcón, se esparce el ánimo contemplando allá abajo la risueña vega poblada de árboles frutales y los vecinos collados plantados de vides y escuchando el murmullo de las cristalinas aguas del Piedra que luchan con las agudas puntas del peñasco cuyas plantas besa. A la derecha, entre los árboles, descuella la espaciosa ermita de la Virgen de los Albares, señora de la vega".

Y sentado al borde de uno de esos precipicios, llamado el Peñón, Blas y Ubide escucha de labios de un paisano la historia de mosén Antonio Colás, que consiguió, con ayuda de todos los vecinos, abrir una mina para poder regar la vega del Ortiz. Conociendo como conocía los desafueros del barranco de Soria, que recorría de arriba a abajo toda la comercial Rúa de Calatayud, hasta dar con el Jalón, Blas y Ubide escribía que esta ciudad, que entonces contaba con once mil habitantes, no había podido "en estos tiempos de progreso y de luz, horadar una colina de yeso más blanda que la peña de Nuévalos para apartar de sí el temor de una catástrofe espantosa, y tal vez al comparar estos hechos se descubrirá con respeto ante la memoria del humilde cura de aldea y de sus pobres feligreses". Pero aún habría que esperar algunos años más, hasta que se consiguió desviar tan peligroso barranco.

En la Hoja Literaria del citado Diario de Calatayud del 16 de noviembre de 1882, se publicaba otro artículo dedicado a Nuévalos y a mosén Antonio Colás, firmado esta vez por el médico Pascual Lázaro García, que había nacido en Nuévalos en 1805. Según contaba, desde 1838 hasta 1856 ejerció la medicina en su pueblo, para pasar luego a Castejón de las Armas, donde firmaba este artículo, donde decía: "Mosén Antonio Colás, Vicario entonces de Nuévalos, fue el inventor, director y contribuyente a la colosal obra, atendido a la patria de los vecinos y a los pocos recursos que tenían". El doctor Lázaro también nos ofrecía unas pinceladas de la historia de la villa y nos confesaba que fue uno de los primeros que bajaron a la gruta del Monasterio de Piedra, descubierta en 1866, junto a Federico Muntadas y al mayordomo Simón Cuenca. "La sorpresa que se apoderó de nosotros al ver el lago, con su techumbre de estalactitas destilando agua, la magnitud de la gruta y sus hermosas maravillas, es de todo punto indescriptible".


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