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No, Séneca no

FRANCISCO RUIZ DE PABLOS


Bien concedido está el premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos, que ha otorgado este año la Fundación José Manuel Lara al doctor Francisco Socas Gavilán por su libro sobre Lucio Anneo Séneca, nuestro paisano nacido en
Córdoba, filósofo estoico importante, epistológrafo de primera categoría, autor dramático, el más relevante del mundo romano, el único latino comparable por el estilazo insuperable y elevado de sus tragedias a los gigantes del coturno griego (Sófocles, Eurípides, Esquilo). Séneca cortesano y hombre de letras es como ha titulado su obra premiada el catedrático de latín, la cual acaba de ver la luz en Sevilla.

Socas Gavilán es eso mismo, auténtico "gavilán", de penetrante y acertada mirada infalible para atrapar la presa y sublimarla a las alturas de sabia filología. Tanto en latín clásico como preclásico y postclásico, incluso en la enorme parcela importante -aún en buena medida por desbrozar- del llamado neolatín o latín humanístico. Ésa es una zona de las letras latinas a la que me vengo dedicando hace décadas, en la que brilló como astro de luz propia el laureado catedrático sevillano con la publicación de las Memorias del supereximio helenista y biblista burgalés Francisco de Enzinas, que se escribe así con z.

Desde hace más de quince años me vengo refiriendo al profesor Socas como estudioso del memorialismo, tan cultivado en nuestra literatura desde finales de la Edad Media, mucho más de lo que hasta hace no tanto parecía y en contraposición a lo que en su atrevida ignorancia escribieran plumas tan autorizadas -aparentemente- como la de Marcelino Menéndez y Pelayo.

El área amplísima del neolatín va poco a poco roturándose, yo mismo acabo de publicar, también en Sevilla, hace menos de un año, la traducción de la obra, decisiva para fundamentar lo que se vino en llamar "leyenda negra", Artes de la santa Inquisición española, aparecida en latín en Heidelberg en 1567 con autoría en seudónimo de R. González Montes. Por cierto, 430 años después salió mi primera traducción, editada por la universidad de mayor matrículación de España, casi 200.000 alumnos, la UNED, cuyas facultades se encuentran la mayoría, precisamente, en la madrileña Avenida de Séneca.

Mi traducción reaparece por segunda vez, ahora en coedición UNED y MAD. Será esta última editorial la que en 2009 dé a luz, de nuevo en Sevilla, otro de los relevantes libros neolatinos, hasta el presente intraductos, de otro de nuestros grandes, inmensos, gigantescos autores, del exilio hispanoluterano, hasta el día de hoy poco estudiado en la profundidad que merece. Evangelium Ioannis se titula. Salió en Fráncfort del Río Meno en 1573. Ya ha llovido.

En 2010 saldrá de los prelos de la misma ciudad y con idéntico sello editorial otra versión más en español -será asimismo primera en esta nuestra importante lengua- del comentario latino a la Carta de san Pablo a los romanos, obra singular y magnífica de Antonio del Corro, otra de la figuras colosales, que están siendo recuperadas para el mundo hispanoparlante a ambas orillas del Atlántico.

Me enorgullece ser autor de tales traducciones y agradezco que se acordara de mí para tan noble tarea el doctor Emilio Monjo Bellido, gran autoridad en teología evangélica y alma motora del importantísimo congreso internacional a cuenta del V centenario de Calvino. Se celebrará en la ciudad hispalense nada más romper la próxima primavera. Altas autoridades han prometido su asistencia a la ceremonia de inauguración, desde la Casa Real al Ministerio de Justicia, con varios presidentes autonómicos…

Todo ello -nunca es tarde si la dicha es buena- supondrá, en alguna medida, congraciarse con los injustamente perseguidos y/o condenados al fuego y al ostracismo de aquel espléndido y brillante plantel de españoles de la Reforma, grandes teólogos y excelentes latinistas, helenistas, hebraístas, tan decisivamente influyentes en la modernidad, en la educación, en el progreso de Europa. Como más de una vez ha manifestado el citado doctor Emilio Monjo Bellido, qué distinta hubiera sido la Europa moderna y contemporánea sin aquellas luminarias providenciales.

Debo hacer, no obstante, una apostilla al latinista Luis Alberto de Cuenca, quien el otro día escribía una no muy acertada reseña a propósito del citado libro de Socas sobre Séneca. Lo de no muy acertada lo digo por cuanto el tal latinista y bibliotecario y poeta y contertulio televisivo y hasta premiado últimamente por el Ayuntamiento avilense -que se ve no tiene otros autores a quien galardonar, empezando por los autóctonos de gran valía, que los hay y con elevado quilataje nacional e internacional- mete la de andar al repetir un desnortado lugar común que desacertada y erróneamente se viene arrastrando hace muchísimos años. Hora es ya de "desfacer entuertos". A deshacer éste voy con ayuda del talento e intuición del más sabio conocedor de la Roma Imperial que hoy existe. No es otro que el dos veces doctor, una de ellas por la Universidad de Sevilla, "honoris causa", Domingo Emilio Rodríguez Almeida.

Aplíquese el cuento -en la coda de cierre repito el verso hexasílabo rimado con otros cuantos- el laureado latinista de Cuenca, o sea, la pócima de sus propias palabras ácidas y despectivas cuando, para como reivindicar el puesto que Séneca merece entre los españoles, escribe (ABC, Artes y Letras, nº 876, p. 30): "en esa vorágine de incultura que nos rodea, Séneca es poco más que un nombre en la reserva mnemónica de muchos compatriotas suyos, y a veces ni siquiera eso."

Pues bien, el propio autor de la no muy afortunada reseña se muestra en la misma como uno más de los incultos, no sé si dentro o fuera de la vorágine, al margen o no de la reserva mnemónica (vaya manera superhiperafectada de denominar la facultad memorial cual en imagen de taller mecánico especializado en reparación de depósitos de carburante; ¿o es cinegética la tal imagen?; mejor dejar en el aire la antiecológica pregunta, que puede ser de todo menos retórica)

Desde luego, en el caso que nos ocupa y dicho sea con unas gotas de humor, aparte de incurrir en aspectos disparatados y estrambóticos a cuenta del análisis del senequismo, no carbura nada bien el analista latinista senequista y, además, vuelca en la pista. En efecto, la obra de la calabacificación o cucurbitaceación claudiana, la cachondísima y bastucia Apocolocyntosis, no es ni puede ser de Séneca, no pega poco ni mucho con su estoicismo de altos vuelos, ni con su consumada estilística trágica.

¿De quién es, pues, la autoría? Recae en Canio Rufo, otro hispanorromano de la Bética, que, al igual que el filósofo cordobés, andaba por Roma en tiempos de Nerón, emperador aficionadísimo al teatro y del que hay en Ávila una inscripción en granito que yo mismo descubrí hace más de quince años incrustada en los muros de la Ermita de las Vacas, ya lo he publicado en una colaboración anterior de este mismo periódico digital.

Para saber llegar a estos descubrimientos, hay que estar muy metido en la cuestión, o dominar y estar tan familiarizado con los textos de la literatura latina de todas la épocas como Rodríguez Almeida, primera figura a escala universal en tantas cosas, romanas, sobre todo. Aunque ningún premio tenga, ni Nobel, ni nacional, ni de Castilla y León, ni de su natal, dura, fría y desagradecida Ávila.

En el año 2009 (II AVC = 2º de la última crisis) se editará en Roma su insuperable Enchiridion, todo un completo arsenal sobre el más grande de los satíricos hispoanorromanos, que no es otro que el gran Marcial, el bilbilitano que en una decena de sus geniales epigramas nombra y pone por las nubes al gaditano Canio Rufo. Pero este "very important discovery" no es de hoy ni de ayer. Hace un cuarto de siglo ya lanzó Rodríguez Almeida su luminosa hipótesis en las páginas de Mélanges.

Así es el caso del que la autoría ha descubierto, hace ya algún tiempo, sobre quién pudo componer la comedia -en realidad, más bien una sátira- protagonizada por el títere Claudio, en cuyo último verso, dúplicemente escatológico -esto sólo lo entiende quien sepa griego: idioma excelente y cultísimo donde los haya y en el que el término original y originante significa último, postrero así como heces, excrementos- termina diciendo el pobre emperador escagarruciado por la pata abajo, como tanta gente momentos antes de entregar la monedita para subir a la desvencijada barca pilotada por el anciano Caronte: "Concacavi me."

Quede, pues, más claro que el deslumbrante sol de Andalucía cómo tal desarrollo de burda ordinarie resulta inimaginable en almas tan finas y delicadas como la de Séneca, tan selecto y elegante como su compatriota Lucano, socio también de la porticada Estoa. En conclusión, tan falsa es la atribución de la obra a Séneca como falsificado el título con que desde la Edad Media se la conoce, pues el verdadero autor la denominó Ludus de morte Claudii.

Laureado de Cuenca,
aplíquese el cuento,
que, si no, en la trenca
con frío cruento
puede helarse al viento
el feo excremento
de la erudición mostrenca
sin divertimento,
con aburrimiento
y olor purulento
de tenca zopenca.
No vale un pimiento.
(Con el miramiento
de mi sentimiento).

Sociedad Digital (23-11-2008)

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