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Poesía : Palabra redentora

José Verón Gormaz.- Lola Editorial vuelve a la actividad con una nueva colección, "Libros de Berna", dirigida por Manuel Martínez Forega, con la colaboración de Alfredo Saldaña y Mariano Castro. Se trata de libros diferentes tanto en la edición, con tiradas muy limitada y atractiva presencia, como en los textos, obra de poetas de muy variada condición, con autores inéditos y veteranos, en fértil convivencia en torno a la poesía. Primero fue "El cruzado negro", un curioso poemario de André Pieyre de Mandiargues, en edición bilingüe, con traducción del propio Martínez Forega. Le siguió un sorprendente libro, "El monte", de Jimeno Juárez, un poeta inédito que reclama la atención de los lectores en este conjunto de poemas naturales. El tercer libro, "Tierra negra", recoge una larga suite poética de un autor admirable: Mariano Esquillor (Zaragoza, 1919).

Para un poeta con una obra amplia y estimada, entregar un libro en estado puro, como sucede con "Tierra negra", significa que quiere mostrar algo, decir algo que debe completar el conjunto poético del autor. Y así lo vamos descubriendo a la largo de las cinco partes que componen en poemario: "Alarma silvestre", "La prisa de las serpientes", "Tambores cercanos", "Cloroformo desconocido" y "En los acantilados".

Desde los primeros versos, el poeta despliega los elementos propios de su lírica, con imágenes muy bellas, algunas de corte surrealista, enlazadas con versos aparentemente descriptivos: lo sublime., aquello que podemos salvar (y que nos salva) del mundo, en oposición y convivencia con lo prosaico, lo temible, la injusticia, la crueldad humana "Bésale a un ruiseñor el alma / y la muerte se alejará de ti", dice en "Alarma silvestre". Pero "un escalofrío rodea / nuestra independencia". Y más adelante; "Tú y yo, soledad, sentados / entre palomas vimos a los cuervos / volar sobre nuestras cabezas".

De la necesaria oposición vida-muerte ("albas oscuras", dice el poeta en uno de sus versos), tan presente en "La prisa de las serpientes", surgen caminos que parten de la palabra, que anuncian una salida. "No encontré jardines en las sombras", reflexiona ante las contradicciones de un mundo desquiciado en el que existe "el prostíbulo de la injusticia" y la "ambición nefasta".

En "Tambores cercanos", "los tambores del desengaño / tocan sobre tierra negra y sorda". El poeta exige "naturaleza / paz, justicia, amor", pero lo cercan con "sables, riqueza, orgullo, muerte". Un sentimiento lo redime, le presta su ternura, y surge un nombre de mujer "Dadeip" (Piedad), y un anhelo de una vida, de un mundo mejor: "Oh belleza, tú siempre libre / ante el dolor de la tierra".

La incomunicación asoma en "Cloroformo desconocido": "Nadie puede oírme. "Me vi ante un bosque de catedrales. / Brotó una sombra...". El poeta habla entonces con la naturaleza, "con las montañas", y vislumbra una luz lejana, "porque los años del alma son eternos" aunque el tiempo arrastre todo en su paso devastador. Hay dudas, y cierto escepticismo. "No existe el campo de la verdad", y suenan a lo lejos "las incoloras voces de la luna".

El poema final, "En los acantilados", busca una esperanza. Ante el dolor propio y ajeno, el poeta pregunta a la naturaleza, se dirige a "la fría cabellera de la mañana", al mar, a los ríos, a la hierba, y mira "en los acantilados de mi sangre", y ve un abismo que va más allá del tiempo presente: "La memoria, a veces, engendra / faunas de serpiente". Nuevamente aparece el amor como sentimiento esencial: "las arañas se amaban antes de convertirse / en corazón de olvido", observa, antes de exclamar: "Oh atenta mujer de mi sobresalto, / a mi corazón le falta tu corazón", y concluir: "Dadeip, sobreviviremos".

El poemario, que está dedicado al poeta Miguel Ángel Longás, citado en el segundo poema con el anagrama Lam, es un compendio de la fuerza expresiva de Mariano Esquilor, fundamentada en muy variados elementos poéticos, entre los que quisiera destacar las sorprendentes imágenes y una inevitable (y agradable) sensación de sinceridad. Y eso siempre se agradece.

Heraldo de Aragón (25-5-2000)


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