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Porque un siglo de vida no es nada


La bilbilitana Josefina Vela, sentada en la Residencia San Íñigo
de Calatayud, donde vive hace nueve años (Foto: Jesús Macipe)

C. ADÁN/M. PARDINA | Ninguno de ellos asegura tener las claves de la longevidad (o, al menos, no las revelan), pero todos estos aragoneses coinciden en una cosa: haber superado la barrera de los cien años de vida y que ninguno descarta seguir soplando velas en los próximo años.

Unos dicen que el truco está en ser tranquilo, otros en el vaso de vino con gaseosa que siguen tomando y unos últimos en mantenerse activo durante muchos años, y sobre todo mantener la mente despierta. Pero en muchos casos los genes también tienen parte de la explicación.

Cuando nacieron, a principios del siglo XX, la esperanza de vida apenas alcanzaba los 41 años. Pero ellos han superado todos los parámetros, incluso los del siglo actual, cuando la esperanza de vida al nacer se ha duplicado y llega ya a los 82.

Ninguno de ellos pensó nunca que podría hacerse tan mayor y, sin embargo, todos han superado el siglo de vida y hablan de los años que tienen como si no fueran muchos.

Parece increíble al conocerla, pero Josefina Vela nació en 1905 en Calatayud y el pasado 15 de febrero cumplió 106 años. Desde hace nueve años vive en la residencia municipal bilbilitana. A su buen aspecto físico se suma su mejor estado mental. "Nadie me da la edad que tengo", comenta mientras relata las actividades que hace en la terapia a la que asiste a diario: matemáticas, lectura, pintura... La partida de dominó le ayuda a entretenerse día a día y a mantener la mente despierta.

Todavía le gusta presumir y guardar algunos secretos (que ahora dejan de serlo) de tocador: utilizar crema hidratante por la mañana y lavarse con agua y jabón por la noche. Siempre se ha pintado los labios y, de hecho, uno de los días que prefirió no salir de su habitación fue cuando se le agotó el carmín. "Estoy potable", dice cuando se le recuerda lo guapa que se conserva.

Salvador Sancho también tiene 106 años. Nació en Villanueva de Huerva, aunque ahora solo vuelve allí para el verano. El resto del año se reparte entre las casas de sus tres sobrinas.

En su caso, los genes parece que marcan tendencia. Sus padres vivieron 93 y 94 años, y el que menos de sus hermanos vivió hasta los 89. Dice que no conoce las claves que le han permitido llegar con tan buena salud hasta esta edad, aunque asegura que el vaso de vino diario con gaseosa ha podido contribuir a ello. Esto y el carajillo, que dejó de tomarlo hace muy poco. "Siempre ha comido muy bien", asegura su sobrina, Mari Cruz Rubio, de 76 años.

Aunque a Salvador le fallan un poco las piernas, en cuanto está en su pueblo aprovecha para pasear. Siempre que sale a la calle, lo hace con sombrero y no deja de ver cada día los concursos de adivinar palabras. "Hasta el año que viene", se despide de los redactores de este periódico después de hacerle fotos con sus sobrinos de tres generaciones distintas.

Mariano Linares tiene 103 años y espera cumplir los 104 el próximo agosto. Lo hará en Jatiel, su pueblo de la provincia de Teruel, al que acude todos los veranos. El invierno lo pasa en Zaragoza, donde le cuidan su hijo y su nuera.

La tranquilidad es una de las cualidades que definen a Mariano y él mismo la atribuye a su longevidad. "Siempre he sido poco hablador", dice. Trabajó en el campo y, como el resto de sus coetáneos, vivió las penurias de la Guerra Civil de primera mano.

Tiene un hijo, dos nietos y cuatro bisnietos. Con 103 años, no toma ni una sola pastilla y para él no tiene ningún misterio el microondas. Es su familia, también hay muchos miembros con muchos años: su madre cumplió 90 y una de sus hermanas llegó a 95.

Para Antonio Asso, vecino de Huesca, hoy es un día especial, ya que cumple 102 años. También en la provincia de Huesca vive Teresa Solanas, que el pasado 28 de febrero cumplió 104 años. Es la interna más longeva de la residencia comarcal de Sobrarbe.

Nació en el pequeño pueblo de Javierre de Bielsa. Enviudó joven y se volvió a casar con un vecino de Tella con el que tuvo dos hijos, Alicia y Pedro. Cuando falleció su marido se trasladó a Aínsa, donde convivió con familiares hasta su entrada en la residencia en 1995.

A sus 104 años se ayuda de un andador con el que pasea por los pasillos de su habitación al comedor, aunque han sido muchas las caminatas que hizo en Tella donde vivió muchos años con los trabajos propios de una casa de labrador. Aunque ha sido muy habladora, los años han hecho que algunos días sea más callada aunque siempre saca fuerzas para pedir más leche y galletas. El apetito no lo pierde ni tampoco su devoción por un vestido de topos, que todos los días se asegura que sigue en su armario. Su hija asegura que su madre ha llevado "una vida tranquila, sin hacer mala sangre" y que ese ha sido su secreto.

Heraldo de Aragón (6-3-2011)

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