Dos años
le llevaron a Ángel Petisme trabar la rica exposición musical
y literaria que es "Buñuel del desierto". Toda la presunta pretenciosidad
y oportunismo de la operación queda acallada con la hermosura de
este laborioso trabajo.
Si todo el oportunismo de
Petisme es la belleza y el ingenio que irradia su disco "Buñuel
del desierto", vengan homenajes, centenarios y florilegios a mansalva,
aun con políticos depredadores por medio. Que perdone el bilbilitano,
que uno no quiere menoscabar sus trabajos anteriores, pero con este opulento
disco-libro ha redondeado el mejor disco de su vida. Por vez primera aparece
un Petisme de voz timbrada y armónica, sugerente, rica en matices
y timbres, creíble. Y unas canciones de melodías transparentes,
sin la componente "facilona" de algunas entregas anteriores.
Con argumento como el elegido
Buñuel, ni más ni menos- cabía la posibilidad
y el riesgo casi seguro de una intelectualización pedante, de una
canciones sometidas al texto, del pastiche intragable. Ninguno, sin embargo,
de esos pecados afloran en este disco de irreverentes, como, por otra parte,
no podía ser menos: los irreverentes no pecan, desangran sano descreimiento.
Y de eso hay aquí mucho.
Obviamente a Petisme se le
nota, y mucho, su procedencia del rock y del pop. La apertura del disco
con Rabal invitando al "carpe dien" que, total, son cuatro días-
y los tambores de Calanda sonando solemnes mientras unas guitarras eléctricas
cruzan robustas de aquí para allá es ya sello inequívoco
del toque a rebato pop-rockero que trae el disco. Si un grupo indie-rock
de Arkansas abriese así un disco se consideraría el hallazgo
de la temporada. Pues por una vez el hallazgo ha nacido aquí. Ha
hecho bien por otra parte Ángel en no seguir los gustos de su admirado
Don Luis: su odio demoníaco contra las guitarras eléctricas,
él las ha culebreado por el disco arrancando no sólo virutas
de belleza, sino demostrándole a Don Luis aunque con demostraciones
a él- que Lucifer es maligno pero no venenoso. Si viviera seguro
que levantaría el pulgar.
El disco, con textos propios
y de Buñuel, es en suma una creación muy personal de Petisme.
El ardid de abordar músicas del siglo de Buñuel le ha abierto
el caleidoscopio estilístico y a la vez le ha dado alas para llegar
a pasajes asombrosos: un tango, que dicho sea de paso comprime magistralmente
vida y siglo buñueliano, se electrifica en segundos pasmosamente;
un cortante ritmo jungle que soporta melodía y recitado en "Polisoir
milagroso"; un latigazo William Orbit que cruza "Solo tengo un corazón";
el envasado reggae de frases surrealistas inolvidables: ¿cuántos
maristas caben en una pasarela?Ö
Todo un álbum, en
su enorme longitud y densidad, mantiene un tono altísimo de creación
y ensamblaje de melodías y textos aunque hay tres momentos que se
salen de horma: uno, "Los sueños se revelan", un ejemplo perfecto
de arquitectura pop, entre J. J. Cale y la Velvet; otro, "La Vía
Láctea", una, cómo no, celestial balada de cuerdas y apoyatura
vocal femenina que parte el alma, y otro, "Escorpión", tema arrastrando
escuela Stones de los primeros setenta. Y luego está la labor de
los músicos imponente- y el doctorado de Petisme en la obra
y vida de Buñuel, que no es poco mérito. Si hoy Don Luis
ha comprado el periódico, se volverá tranquilo a su garito:
su nombre está en buenas manosÖ
Heraldo
de Aragón (10-3-2000)
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