Retablo mayor de La Muela, obra del escultor |
Pedro Martínez es
una de las personalidades descollantes de la escultura romanista en Aragón
y, en todo caso, el más importante escultor del llamado taller de
Calatayud.
Si hasta hace pocos años
su biografía artística era muy parca y no menos confusa,
hoy en día está bastante mejor perfilada merced a las aportaciones
documentales de Agustín
Rubio Semper y, sobre todo, a la circunstancia de haber sido
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identificado
por Carmen Morte García como Martínez de Calatayud; esto
es, con el escultor cuyo nombre, equivocadamente transcrito como Diego,
aparece recogido en un papel encolado y hallado por Pérez Ortubia
en el dorso del retablo mayor de la catedral de Tarazona. Un error -aclara
Morte- explicable por el borroso estado del nombre en dicho papel, además
de por hallarse escrito en abreviatura. Pero una vez subsanado, la ya entonces
demostrada intervención del maestro en la hechura del retablo mayor
de la Catedral de Barbastro (Huesca), que contrata en 1600 juntamente con
sus colegas Pedro de Aramendía y Juan Miguel Orliens, o en la de
su homónimo turiasonense, que realiza entre 1608 y 1610 a medias
con el ensamblador Jaime
Viñola, amén de la no ha mucho desvelada el que
preside la parroquia de La Muela, concertado en 1589 por Martínez
y el pintor Antonio Galcerán con los jurados de la localidad y tasado
dos años después en 24.600 sueldos jaqueses, representan
argumentos suficientes para reconocerlo como uno de los máximos
exponentes de la plástica romanista en tierras aragonesas.
Fue hijo de Juan
Martínez de Salamanca, escultor avecindado en Calatayud,
de quien debió recibir su formación y que en 1580 fallecía
en Valtierra mientras se ocupaba de la construcción del retablo
mayor de esta población navarra. Casado con Ana Fernández,
entre sus descendientes figura un varón, bautizado con el nombre
de Pedro en la iglesia de San Andrés de Calatayud (1587), también
escultor de oficio -de ahí que Morte optara por añadir la
expresión "el Viejo" al nombre de su progenitor- y al que suele
identificarse con el artista cuya quehacer, en estrecha colaboración
con el escultor Juan de Biniés, ha sido documentado en varias localidades
navarras durante el tercer decenio del siglo XVII. Y tuvo asimismo dos
hijas, María (1582) y Mariana, de las que la primera contraería
matrimonio en 1604 con el escultor de origen navarro y afincado en Calatayud
Pedro de Jauregui.
En cuanto a sus actividades
profesionales, poseemos datos que se refieren tanto al reclutamiento de
aprendices para su obrador como a actuaciones suyas haciendo las veces
de tasador de obras escultóricas, Así, por registrar dos
ejemplos inéditos, en 1591 y 1594 tomaba en calidad de aprendices
a Francisco de Icar y a Domingo Agustín, durante cuatros años
y medio y cinco y medio respectivamente, mientras que en 1590 y 1599 participaba
en la visura de otros tantos retablos: uno de la advocación de San
Miguel, hecho por Juan de Bescós para la iglesia zaragozana de Santa
Cruz, y el de San Jorge propiedad de la Diputación del Reino de
Aragón, tallado en alabastro por su colega navarro Pedro González
de San Pedro. Pero también llevaba a cabo tasaciones de encargos
arquitectónicos, como acredita la que efectúa en 1601 de
la capilla de Santo Domingo erigida en el convento
de San Pedro Mártir de Calatayud.
Y por lo que respecta a su
producción sería innecesario añadir nuevas noticias
si el objeto no fuera otro que subrayar la notoriedad que alcanzó
su taller sito en Calatayud.
No en vano retablos como los mayores de Barbastro -aun exceptuando su monumental
basamento, labrado hacia la mitad del quinientos por Forment y Liceyre-
y de Tarazona, construido a expensas del obispo Diego de Yepes, pueden
contarse entre las más considerables empresas escultóricas
promovidas por aquel entonces en territorio aragonés. Y por la misma
razón tampoco ha de extrañar que Pedro Martínez fuera
requerido para uno de los trabajos de mayor envergadura que, ultimada en
lo fundamental la renovación de su iglesia colegial, se acometieron
en Daroca: la capilla familiar de los
Terrer levantada en el citado templo, cuya portada contrata con Pedro
Terrer el 30 de enero de 1603, en la que actúa como cabeza de un
equipo artístico del que formaban parte los canteros Hernando Larroca
(o Larroza), y Domingo Pontones, vecinos de Calatayud
y Odón (Teruel) respectivamente y por la que en total percibe la
suma de 2.288 libras jaquesas.
Pero, más que por
el trabajo en sí, interesa recordar este encargo porque constituye
el motivo de la presencia de Martínez en Daroca en los albores del
siglo XVII y, casi con absoluta seguridad, el de su ulterior participación
en algún otro, tanto en la ciudad como en poblaciones cercanas.
Sin ir más lejos en la propia iglesia colegial, cuya portada principal
-que iniciara el citado Hernando Larroca dejándola inconclusa a
su fallecimiento- está presidida por una imagen pétrea de
la Asunción que lleva la impronta del escultor. Y desde luego en
Calamocha (Teruel). donde junto con el ensamblador Jaime
Viñola, el mismo con el que luego cooperará en Tarazona,
se hace cargo de un retablo de Nuestra Señora del Rosario para la
cofradía de igual devoción (entregado en 1606). Obra ésta
que no sólo supone una pieza más añadida a su biografía
artística sino que viene a atestiguar la irradiación de su
actividad esta vez hacia el sur, concretamente por tierras del Alto Jiloca,
quedando así atestiguada en las tres actuales provincias aragonesas.
Felizmente conservadas, las
piezas aludidas jalonan dos decenios de una labor escultórica, la
de Pedro Martínez, que por encima de todo muestra una trayectoria
coherente, atenta a un tono medio más que correcto y desprovista
de cambio espectaculares. Aunque adscrito a un romanismo ortodoxo y completamente
depurado, el estilo que cultiva se caracteriza por un idealismo formal
de corte clasicista, forjado mediante una talla blanda y de suaves modulaciones
gestuales, que más bien parece enlazar con las maneras incipientemente
romanistas desarrolladas tiempo atrás por su progenitor, el nombrado
Juan
Martínez de Salamanca, o con la delicadeza y elegancia en las
actitudes propias de las figuras de Arnao de Bruselas, activo en tierras
aragonesas alrededor de 1560, que con la tradición directamente
emanada de la mucho más rotunda, elocuente, vigorosa y clásica
plástica de Anchieta. Tal es, en efecto, la personal formula que
aplica invariablemente desde el retablo mayor de La Muela, dedicado a San
Clemente y el más antiguo entre los que tiene adjudicados, hasta
los de Calamocha y Tarazona, sin otras diferencias que una tenue y muy
gradual inclinación hacia el realismo. Y también por supuesto,
en el retablo mayor de Barbastro, obra de indudable madurez en la que ejecuta
la monumental escena de la Asunción a la que está dedicado,
además de la imagen de San Roque y los episodios de la Natividad
y la Anunciación; esto es, lo más armonioso y mejor acabado
del conjunto.
Por lo demás, una
vez definida la manera formal característica de Pedro Martínez,
son mayores las garantías con que se cuenta en el momento de adjudicarle
mediante simple comparación otras piezas no documentadas: es el
caso del retablo mayor de Calcena,
que le atribuyen María Isabel Álvaro y Gonzalo Borrás,
o el del Rosario de Belmonte
de Gracián, que juzgamos relacionable con el mismo artífice.
Y otro tanto sucede cuando toca afirmar la impropiedad de algunas otras
atribuciones que se han sugerido más o menos abiertamente, como
de la una imagen de Nuestra Señora del Rosario originaria de Miedes
de Aragón, aunque hoy pertenezca a una colección particular,
mostrada en la exposición "María en el arte de la diócesis
de Zaragoza" (1988) y que cabe consignar en el haber del darocense Miguel
Sanz; o del que fuera retablo mayor del convento
de San Francisco de Calatayud y que en 1943 adquiría la parroquia
de Arganda del Rey (Madrid), cuyas imágenes denotan un modelado
de mayor dureza, presentando los plegados más angulosos y quebradizos,
todo ello resuelto a base de un lenguaje mucho menos afín al de
Martínez que al de su yerno Pedro de Jauregui. (Ernesto Arce Oliva)
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