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El escritor del siglo de oro que
se formó en Tarragona


Influyente Gracián es un precursor del existencialismo. Influyó en
el librepensador La Rochefoucauld y el filósofo Schopenhauer

JAVIER DÍAZ PLAZA | Baltasar Gracián (Belmonte, Zaragoza, 1601) era apenas un adolescente cuando, el 30 de mayo de 1619, se mudó de Calatayud a Tarragona para ingresar en el noviciado de la Compañía de Jesús, que entonces correspondía a Aragón. Permaneció allí dos años: estudió Humanidades hasta que realizó sus votos perpetuos. Era la primera vez este referente de las letras del Siglo de Oro estaba alejado de su familia y la experiencia le marcó.

En 1621, una vez terminada su formación, regresó a Calatayud. Pero su relación con Tarragona no terminó ahí. Dos décadas después, en 1642, regresó a la ciudad como vicerrector de la casa de probación jesuita.

El padre Domingo Langa, provincial en ese momento, se fijó en Gracián para superior en Tarragona. A pesar de las amonestaciones que había recibido en Huesca, en informes de la época Gracián aparece definido como un hombre "apto para enseñar, para gobernar y para otros ministerios".

"Para este cargo se valoró su prudencia, carácter negociante, amistad íntima con el dique de Nocera (virrey de Aragón) y su especial conocimiento y amor por esta tierra, vínculo que cultivó durante su primera estancia aquí", explica Inmaculada Rodríguez, doctora en Filología Hispánica, profesora de Literatura y concejal de Turismo en el Ayuntamiento de Tarragona.

El aragonés acababa de publicar Arte de ingenio, tratado de la agudeza (1642). Fue una obra clave en su trayectoria, pero no la primera: ya había escrito El Héroe (1637) y El Político (1640). Su prosa didáctica y filosófica se abría paso en una centuria gloriosa para el arte y la literatura en España.

A ello contribuyeron figuras como Lope de Vega, Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Calderón de la Barca o el propio Gracián, cuya obra El Criticón (publicada en tres partes, en 1651, 1653 y 1657) está considerada una de las más importantes de la narrativa española, junto con el Quijote de Cervantes y La Celestina de Fernando de Rojas.

Gracián era un profesional del pesimismo, como tocaba en el periodo Barroco. "Existe en él un descreimiento en el ser humano. 'Donde hay hombres, no hay que buscar otro achaque', llega a decir. Tanto es así que llegó a influir decisivamente en el pensamiento de Schopenhauer.

Sin embargo, a diferencia del filósofo alemán, para quien ese pesimismo desembocaba inevitablemente en el nihilismo o el suicidio, en Gracián se convierte en una suerte de filosofía práctica consistente en lidiar con la fatalidad de un mundo sin esperanza", afirma el tarraconense Fernando Parra, profesor de Literatura. Su pluma está adscrita a la corriente del conceptismo, con un estilo construido a partir de sentencias breves, denso, concentrado y polisémico, en el que domina el juego de palabras y las asociaciones ingeniosas.

En su segunda etapa en Tarragona, como vicerrector entre 1642 y 1644, vivió los asedios a la ciudad durante la Guerra dels Segadors. Aparte de su labor en la Compañía de Jesús "se dedicó a asistir física y espiritualmente a soldados en los hospitales o a conseguir que se restituyeran elementos de las iglesias saqueadas", cuenta Rodríguez.

Las circunstancias de Tarragona en aquel momento "requerían un superior de excepcionales cualidades para, por una parte, saber tratar con los altos jefes del ejército real residentes en aquella plaza, y, por otra, para convivir pacíficamente con 'los naturales', pues aunque desde el principio de la guerra Felipe IV contó en Tarragona con muchos partidarios, eran también muchos los que estaban profundamente resentidos por la política intransigente del de Olivares", señala Miquel Batllori en su escrito Gracián entre la corte y Cataluña en armas (Revista de Estudios Políticos, 1958).

Su estancia en Tarragona, apunta Rodríguez, le hizo conocer bien el carácter de los catalanes, a los que dedicó no pocos elogios: "Es conocida su ponderación de la firmeza y la constancia del valor de la amistad entre los catalanes. En la segunda parte de El Criticón, Critilo (uno de sus personajes) se dispone a salir en busca del amigo verdadero, y lo hace en Catalunya, pues 'los catalanes saben ser amigos de sus amigos; también son malos para enemigos, bien se ve. Piénsanlo mucho antes de comenzar una amistad; pero, una vez confirmada, hasta las aras'".

Gracián cayó enfermo en 1644 y fue enviado a Valencia para reponerse. Ya no volvería a Tarragona. Tras recuperarse, su vida transcurrió entre Huesca y Zaragoza. Falleció en 1658 en Tarazona, degradado por los jesuitas, disconformes con su obra.

Diari de Tarragona (1-9-2018)

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