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Viajeros en el Monasterio de Piedra

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Luis Royo Villanova (1866-1900), en la carta que envió a Zaragoza, sumándose al homenaje ofrecido a Sancho y Gil en 1898 por el nuevo Ateneo, recordaba que la fecha de la muerte de Sancho y Gil coincidió con la de su boda. "Estrené mi pluma, mi mesa y mi tintero escribiendo unas líneas a la memoria de Sancho y Gil: mientras dure mi casa no saldrá de sus muros ese recuerdo y mientras yo viva no ha de borrarse del corazón la huella de un nombre grabado en él cuando más blando estaba y predispuesto a las emociones". Por entonces Luis Royo era redactor de Blanco y Negro de Madrid, y para esta revista escribió un largo artículo dedicado al Monasterio de Piedra. En él cuenta que a las tres de la tarde de un día de mucho calor, partió el expreso de Zaragoza de la estación del Mediodía de Madrid. Luis Royo y sus acompañantes, el dibujante Huertas y el caricaturista Mecachis, no vieron húsares al cruzar por Alcalá, ni en Guadalajara ingenieros militares, ni seminaristas en Sigüenza, porque el calor era insoportable a aquellas horas. A las ocho llegaron a Alhama, cenando en el establecimiento de Martínez, que se encargaba del servicio de coches que hacían la ruta de Alhama al Monasterio. En el número del 24 de mayo de 1886 del periódico zaragozano La Derecha, se informaba que la Compañía de Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante había establecido, desde el 1 de junio al 30 de septiembre, billetes a precios reducidos para visitar el Monasterio de Piedra. Pablo de León, en una crónica para la Revista de Aragón, publicada el 28 de septiembre de 1879, señalaba que la administración de los coches que iban al Monasterio, sólo vendía billetes de ida y vuelta. Por tanto los viajeros que no volvían por Alhama pagaban un servicio que no usaban. Luis Royo relataba que a las diez apareció Ramoncito Muntadas, dispuesto a llevarles en un coche de caballos al Monasterio en una hora. El Monasterio pertenecía a la familia Muntadas desde 1840, cuando fue adquirido por Pablo Muntadas Campeni. Los viajeros respiraron los nocturnos aromas de los montes y los compararon con los ya viciados aires de Madrid. Al día siguiente recorrieron el Monasterio, llevando por guía a don Federico Muntadas, "dueño y esclavo a la vez de aquella naturaleza salvaje". Los viajeros quedaron impresionados por la gran cascada. Luis Royo escribía: "La Cola del caballo es un río de cabeza, loco, desesperado, suicidándose en salto majestuoso, como debió suicidarse Safo en la roca de Léucade".

Fray Gregorio Argáiz, riojano, fue autor de La Soledad Laureada, libro publicado en Madrid en 1675. En él escribe del río Piedra, señalando que "sus aguas traen consigo una grande admiración, porque cerca del convento, baja toda la corriente de una tan alta peña, que al caer, por ser el precipicio tan grande, no parece agua, sino harina y tan convertida en rocío, que si humedece, no parece que moja".

Con tan notable cicerone Luis Royo y sus amigos recorrieron el parque del Monasterio, las pesquerías, donde el Ministerio de Fomento tenía enclavado el Establecimiento central de Piscifactoría, y el antiguo convento, donde el inmenso refectorio servía entonces de comedor de la Hospedería. Los viajeros estuvieron dos tardes en el Monasterio y las dos bajaron a la gruta, "inmensa como una catedral", acompañados de Muntadas, para contemplar el crepúsculo. La gruta fue descubierta por Federico Muntadas en 1860, después de no pocos trabajos.

Luis Royo consideraba que la labor de Muntadas, de "Cuidar a Piedra y esconder la mano", era muy meritoria, pues el cuidado de la naturaleza exigía hacerlo a la manera con que se asea a una fiera "sin molestarla para que no dé zarpazos, sin darse a ver para no irritar su salvaje instinto".

El mismo Federico Muntadas y Jornet, bajo el seudónimo de Leandro Jornet, escribió un volumen dedicado a la historia, a la descripción de las bellezas naturales y a las leyendas del Monasterio de Piedra. Otro tanto hizo Víctor Balaguer en un libro editado en Barcelona en 1882. Los dos autores recogen la leyenda de un fugitivo que llegó a Piedra la noche del 18 de abril de 1590, pidiendo cristiana hospitalidad. Este caballero era Antonio Pérez, secretario de Felipe II, que escapado de las garras de la Inquisición, hacía viaje a Zaragoza, para verse amparado por las leyes del Reino. Se cuenta que al día siguiente y acompañado por doce criados del Monasterio, partió hacia Bubierca, de camino a Zaragoza, donde su persona haría derramar ríos de tinta y de sangre en las famosas alteraciones de 1591, que dieron con la cabeza del Justicia por el suelo. Blasco de Lanuza refiere que Antonio Pérez fue de Bubierca a Piedra y de allí partió hacia Calatayud. Pero el final de la historia no cambia.

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