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El maestro Ciruelo de Daroca

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Pedro Sánchez Ciruelo descendía de una familia ilustre de Molina de Aragón que pasó a residir en Daroca, donde nació entre 1460 y 1470. En la Universidad de Salamanca obtuvo el grado de Licenciado. Entre 1492 y 1502 vivió en París, doctorándose en la Sorbona, donde también explicó Matemáticas. En la catedral de Sigüenza desempeñó una canonjía desde 1502 a 1505. El cardenal Cisneros, promotor de la Universidad de Alcalá, concedió a Ciruelo una beca en el Colegio Mayor de San Ildefonso para explicar Teología. En 1538 pasó a la Universidad de Salamanca, para desempeñar la cátedra de Prima de Santo Tomás. Por su buen hacer le otorgaron las dignidades de canónigo de San Justo, magistral de Segovia y finalmente de Salamanca, donde murió. Sus últimas noticias documentales no pasan de 1554.

En 1535 Carlos I buscaba un preceptor para su hijo Felipe. A propuesta del duque de Alba, del cardenal Tavera, del obispo de Badajoz y del secretario Cobos se seleccionaron quince candidatos. Ciruelo pasó a formar parte de una terna, junto con los doctores Carrasco y Silíceo. Y aunque el darocense figuraba en primer lugar, los cortesanos no encontraron eufónico su apellido y su figura, corta y achaparrada, no la consideraron muy adecuada para los salones palaciegos. El maestro Ciruelo publicó en 1539 y en Salamanca, Reprobación de las supersticiones y hechicerías, "libro muy útil y necesario a todos los buenos cristianos". El Ateneo de Zaragoza publicó en 1989 y en facsímil la edición de Alcalá de 1541. En ella el maestro Ciruelo decía que los nigromantes hacían creer a la gente sencilla que las tempestades de truenos, relámpagos y rayos eran cosa de los diablos y por tanto era menester conjurarlos. El maestro Ciruelo consideraba que las tempestades eran cosa natural y no cosa de ángeles ni demonios. En caso de malos nublados el maestro Ciruelo recomendaba tañer las campanas mayores de las iglesias y tirar al cielo tiros de artillería desde el alcázar de la ciudad. Mientras tanto el cura con sobrepelliz y estola debía llamar a todos los vecinos para que acudieran a la iglesia con candelas encendidas. Debía ponerse el misal abierto por el teigitur en la parte del evangelio y abrirse el tabernáculo entre velas, hachas y el cirio pascual, con todas las reliquias de los santos a su alrededor. Luego se cantarían los salmos, se dirían los cuatro evangelios y la letanía de los santos, con procesión por la iglesia. El maestro Ciruelo aconsejaba que en los meses de abril, mayo y junio los curas subieran al campanario, desde donde se divisaban todos los términos, para decir bendiciones, no conjuros. En estos meses, después de mediodía, la gente debía acudir a las iglesias a hacer oración.

Es tradición que para ahuyentar las tormentas se debían lanzar piedras contra el cielo. Estas piedras habían sido cogidas a la salida de los oficios de Semana Santa, en el mismo itinerario que había seguido la procesión. El ramo de olivo bendecido del Domingo de Ramos protegía también las heredades. Otras veces se sacaban a la puerta de iglesias y ermitas a las imágenes. Cosme Blasco, en sus Memorias de Zaragoza, de 1890, cuenta que en el Pilar se guardaba una imagen de Santa Ana de medio cuerpo, que "dentro de la cabeza consérvase un trozo de cráneo de la santa, al que se profesaba singular veneración y se sacaba a la puerta baja de la iglesia del Pilar, siempre que en el firmamento se veían señales de mala tronada". También se sacaba a la puerta de la iglesia de Tobed, siempre que había tormenta, el cuadro de la Virgen y el niño, regalo de Martín I en 1400. El carmelita Roque Alberto Faci, en su Aragón Reino de Cristo, nos da algunas noticias de imágenes utilizadas en caso de sequía o de tronada. A Nuestra Señora de la Fuente de Muel acudían los vecinos cuando necesitaban el agua del cielo y en días de tormenta. El P. Faci cuenta que un mal día de tronada se sacó a la Virgen a la puerta de la ermita y aunque se dijeron exorcismos, cayó mucha piedra. Al rato, los vecinos desconsolados fueron a ver sus campos y encontraron las márgenes incultas llenas de piedras, pero las espigas estaban intactas. Nuestra Señora de la Peana de Ateca se llama así porque se veneraba siempre en su peana, con la que se sacaba a la puerta de la iglesia en caso de tormenta. Aunque también los vecinos de Ateca iban en rogativa a Nuestra Señora de la Vega de Moros. Una vez que fueron con los padres del convento capuchino, tuvieron que hacer noche en el santuario, porque no escampó hasta el día siguiente. En Torrijo, Nuestra Señora del Campo Alabés también favorecía las necesidades de agua. En su ermita había fundada una capellanía patrimonial y el capellán debía estar en la ermita desde el 14 de mayo al 14 de septiembre, para decir misas y cuidar del conjuro contra las tempestades del verano.

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