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Trump sigue los pasos de un Papa español


LUIS REYES | Donald Trump sigue en sus trece: se niega a aceptar la derrota. "Seguir en sus trece" significa en nuestra lengua mantener una postura más allá de lo razonable o, dicho en plata, ser tan cabezón como Benedicto XIII, un Papa español, aragonés por más señas, que fue depuesto y expulsado, pero que desde el exilio, encerrado en el castillo de Peñíscola, pretendió seguir siendo jefe de la Iglesia durante 20 años. El tópico de la cabezonería aragonesa tiene ahí su origen.

Algunos historiadores se refieren a la figura de Benedicto XIII con el apelativo "inconmensurable", pues efectivamente fue una personalidad desmesurada. Se llamaba Pedro Martínez de Luna y nació en Illueca, una población a medio camino entre Zaragoza y Soria que formaba parte de las posesiones de la familia Luna. Este linaje estaba considerado una de las ocho casas principales de la Corona de Aragón. Los Luna descendían de los reyes de Navarra y los señores de Vizcaya, se emparentaron con los reyes de Aragón, y tenían una "especialidad": morir en batalla defendiendo la monarquía aragonesa.

Es decir, eran un linaje desgraciado, una familia una y otra vez golpeada por el destino. El Luna más importante de la Historia de España fue don Álvaro de Luna, valido del rey de Castilla, que durante 30 años fue el hombre más poderoso del reino, pero que terminó decapitado en la plaza pública. Curiosamente, don Álvaro de Luna alcanzó el poder al ser nombrado condestable de Castilla en 1423, el mismo año en que su tío el Papa Luna moría a los 94 años siguiendo "en sus trece".

El Papa Luna había empezado su carrera dedicándose a las armas, como correspondía a un noble, pero luego se pasó a las letras, estudió leyes en la Universidad de Montpellier y entró en la Iglesia

El Papa Luna había empezado su carrera dedicándose a las armas, como correspondía a un noble, pero luego se pasó a las letras, estudió leyes en la Universidad de Montpellier y entró en la Iglesia. En el siglo XIV, por presiones del rey de Francia, el Papado había abandonado su sede histórica en Roma y se había trasladado a Avignon, en la Provenza francesa. Allí se sucedieron siete sumos pontífices, hasta que Gregorio XI decidió volver a la Ciudad Eterna.

Precisamente Gregorio XI había nombrado cardenal a Pedro de Luna, aunque no hubiera sido ordenado sacerdote. Luna acompañó a Roma a Gregorio XI, que murió al poco de llegar, y participó en el turbulento cónclave que eligió a su sucesor, Urbano VI. Fue uno de los cónclaves más cortos que se recuerdan, porque el pueblo de Roma se amotinó, exigió a los cardenales que eligiesen un Papa italiano, y los cardenales asustados obedecieron con presteza. Estas irregularidades en la elección empujaron a los cardenales franceses a no reconocer al nuevo Papa, y elegir otro. Obviamente lo que le importaba a los franceses no era la limpieza de la elección, sino que el Papado volviese a Avignon.

El gran cisma

A esa elección se le llamó el Gran Cisma de Occidente, porque la cristiandad se dividió en dos bandos. Entre los que reconocía al Papa de Avignon, Clemente VII, estaba por supuesto Francia, pero también Aragón y Castilla. Como cardenal aragonés, Pedro de Luna acató al Papa de Avignon, aunque estaba entre los que veían como una desgracia la división de la Iglesia, y fue muy activo defendiendo la reconciliación de las dos partes.

Pedro de Luna apoyó la reunificación hasta que murió Clemente VII y el cónclave de Avignon le eligió Papa a él. Ahí cambió todo, donde dije digo, digo Diego, y el nuevo Papa Luna, que adoptó el nombre de Benedicto XIII, se convirtió en el más ferviente defensor de la legitimidad de Avignon. Pero la mala fortuna de la familia Luna volvió a intervenir en la Historia, porque el rey de Francia, de cuyo sostén dependía Avignon, le retiró su apoyo y lo expulsó de su sede. Todos los cardenales de Avignon, menos cinco, le abandonaron, y Benedicto XIII tuvo que refugiarse en Aragón, que seguía reconociéndolo. Benedicto XIII "siguió en sus trece" para tratar de mantenerse como Papa y el Concilio de Constanza le declaró "hereje y antipapa".

El Papa Luna instaló entonces su corte en el castillo de Peñíscola, que era un feudo de su familia. Y allí fue viendo como las diferentes naciones que le habían reconocido le abandonaban, y sus pocos cardenales fieles iban muriendo. En 1415, cuando ya llevaba doce años en Peñíscola, el Concilio de Constanza logró la reunificación de la Iglesia, que en ese momento tenía ya tres papas simultáneos. Los otros dos renunciaron para que se eligiera un nuevo Papa de todos, pero Benedicto XIII "siguió en sus trece", y el Concilio le declaró "hereje y antipapa".

El Papa Luna sería ya una figura patética, un anciano abandonado de todos que se negaba a reconocer la realidad, obnubilado por su soberbia, amargado por su frustración, que llevó su obcecación más allá de su muerte -a los 94 años-, pues antes de morir nombró cardenales a cuatro seguidores, para que nombrasen a su sucesor en la nada . Un ejemplo para Donald Trump.

Vozpópuli (15-11-2020)

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