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La segunda cuestión universitaria:
Vicente de la Fuente y Bueno


Vicente de la Fuente

JOSÉ MANUEL PRADAS | No hace mucho me preguntaron qué periodo de la historia de España me gustaba más. Muchas son atractivas. El siglo XIX respondí y cada vez que tengo ocasión me ratifico. Solo conociéndole medianamente, podremos llegar a interpretar con cierta rectitud de criterio esta historia incompleta e inconexa de nuestra España. La segunda República, el franquismo y el actual periodo democrático derivan de allí, que no le quepa duda al lector. Esta democracia que ahora vivimos, siempre amenazada por unos u otros, ancla sus orígenes en la larga pugna entre conservadores y liberales, que solo se aquieta -adormece quizá- con la Restauración de 1874 y que llega hasta 1923 con la Dictadura de Primo de Rivera, antesala de la II República.

El siglo XIX -y es en mi opinión otra verdad incontrovertible- ha dado las mayores luces del Derecho en España y volveremos a él una y otra vez siguiendo las huellas de la togas. Veremos -y confío en poder tener la capacidad de expresión suficiente- los múltiples matices de la situación política, económica, social, pero sobre todo ideológica de España a través de nuestros togados, más o menos ilustres o conocidos.

Hoy vamos a ver unos hechos de importantísima trascendencia donde nuestro togado tuvo, posiblemente a su pesar, una participación destacada en lo que vino a llamarse de Segunda cuestión universitaria. Pero empecemos por el principio, esto es por la Primera. Constituyó la antesala de la abdicación de Isabel II y tiene como protagonistas a Narváez, Montalbán, O'Donnell, Salustiano Olózaga, Ríos Rosas, Salmerón y sobre todos ellos Emilio Castelar -vamos medio callejero de Madrid- que publicó dos artículos muy duros contra Isabel II, a resultas de los cuales Narváez, Presidente del Gobierno, exigió a Montalbán, rector de la Universidad, cesar a Castelar de su cátedra. Cuando este se negó, fue también cesado. Los estudiantes se rebelaron -lo cuento a brochazos- y fueron reprimidos por la Guardia Civil y el ejército causando catorce muertos, muchos de ellos simples viandantes. Fue la llamada noche de San Daniel o noche del Matadero del 10 de abril de 1865.

Para llegar a la Segunda cuestión universitaria, tenemos que pegar un pequeño salto en el tiempo de diez años hasta 1875, pero entre medias cuantas cosas pasaron. La Revolución de 1868, la Primera República, Prim, Amadeo de Saboya y Martínez Campos y la Restauración con Alfonso XII. En España como se ve, los acontecimientos históricos no iban en aquellos años al paso, sino que cabalgaban en un desaforado galope.

Por circular del Ministro de Fomento Manuel Orovio un 26 de febrero, se ordena a los rectores "que no se enseñe nada contrario al dogma católico ni a la sana moral, procurando que los profesores se atengan estrictamente a la explicación de las asignaturas que les están confiadas, sin extraviar el espíritu dócil de la juventud por sendas que conduzcan a funestos errores sociales". Resumiendo, se suprimía de un plumazo la libertad de cátedra y se lanzaba un torpedo a la línea de flotación del krausismo. Léase Giner de los Ríos, Salmerón, Gumersindo de Azcárate, Montero Ríos o Segismundo Moret entre otros. De su expulsión universitaria, nació la Institución Libre de Enseñanza.

Y en toda esta historia jugó papel relativamente importante don Vicente de la Fuente, seguramente a su pesar como ya he dicho.

Nació en Calatayud en 1817, siendo bautizado como Vicente de la Fuente y Condón y falleció en Madrid setenta años después; fueron llevados sus restos a enterrar en la antigua Bílbilis en 1922, siendo considerado por sus parroquianos uno de sus más ilustres hijos, junto con el romano Marcial y Baltasar Gracián.

Hoy día será sin duda casi un perfecto desconocido pero como el espacio es limitado, bastará apuntar que era persona de saber enciclopédico y aunque por vocación su especialidad eran la Teología y el Derecho Canónico, su obra abarca la Historia, la Arqueología, el Derecho, el periodismo y el costumbrismo, siendo tenido como el mayor especialista en una figura tan importante como Santa Teresa de Ávila, patrona de tantos colegios de abogados, que no del de Madrid, precisamente porque cuando se fundó el Colegio eran coetáneos y ella aún no había subido a los altares,

Comienza su labor docente en Alcalá y luego pasa por Salamanca como catedrático de Prolegómenos y elementos del Derecho Canónico universal y particular de España, ahí queda eso. En 1844 vuelve a recalar en Madrid, donde se colegia como abogado, con el numero 3900. Se inscribe justo antes de hacer cambiar su segundo apellido, que seguramente le parecería vergonzante, por el segundo de su madre Bueno; prescindiendo, con cierta lógica, de unir los maternos de Condón Bueno.

Le corresponde hacer como Bibliotecario de la Universidad Central el traslado de los fondos desde Alcalá a Madrid. Tarea hercúlea. Los libros y documentos, dejados al cuidado de arrieros, son llevados desordenadamente a Madrid, sufriendo malos tratos y saqueos. Cuando a los tres meses del traslado se abre al público la Biblioteca, dotada con 22.000 volúmenes, estaba ordenada, clasificada y preparada en perfecto estado de revista.

Y así va transcurriendo su plácida vida dedicada a la enseñanza -por lo visto era un profesor apreciado y amenísimo impartiendo sus clases plagadas de chistes y anécdotas- cuando se le viene encima la Segunda cuestión universitaria. El Rector Francisco de la Pisa Pajares presentó su dimisión por negarse a sancionar a los luego expedientados y Vicente de la Fuente se vio designado a sustituirle. Poco debió agradarle, pues se cuenta que Cánovas le sugirió que debía acudir a Palacio para agradecerle a Alfonso XII el nombramiento. La respuesta de Don Vicente fue ya premonitoria: "¿Las gracias? Que me las den a mí, que buen mochuelo me ha echado usted encima". Cámbiese el pasado de moda mochuelo por el más actual 'marrón' y la frase conservará plenamente su sentido.

El caso es que se ve en la obligación de suspender de empleo y sueldo a Giner de los Ríos, catedrático de Filosofía del Derecho, Gumersindo de Azcárate que lo era de Legislación comparada y a Nicolás Salmerón, profesor de Metafísica. Se encontró entre la espada y la pared, ya que por una parte el Gobierno le acuciaba a tomar las medidas sancionadoras y por otra, los represaliados le acusaban de traidor a sus colegas, de hacer seguidismo a una política nefasta y sobre todo de quebrantar las más elementales normas de la ética, por las que él siempre se había gobernado. Tanta presión hizo que cuando se reunió el Real Consejo de Instrucción Pública condenando a los profesores rebeldes, de la Fuente se abstuvo en la votación.

Pero, y ahí está el pero, en su papel de Rector, acató la decisión y la ejecutó. Este hecho marcó el resto de su vida docente, hasta que en 1877 dimitió, en teoría por motivos de salud, pero en realidad como protesta por no ver readmitidos a sus colegas. Cuando en 1881, en el gobierno de Sagasta, se retiraron las sanciones, sus 'motivos de salud' giraron ciento ochenta grados y pletórico regresó a la Universidad como Catedrático de Historia y Disciplina de la Iglesia y a poco, Decano de la Facultad de Derecho hasta casi su muerte.

Mucho ha quedado en el tintero, aunque retomaremos el tema con seguridad, pero los problemas de espacio mandan y como se decía en un popular programa de televisión, "…y hasta aquí puedo leer", otro día tocará volver.

Lawyerpress News (26-11-2019)

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