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Castillo de Ateca, noches del 'Cantar de mio Cid'


Exterior del hotel Castillo de Ateca, en Ateca (Zaragoza)

FERNANDO GALLARDO | S i bien la fisonomía actual del castillo proviene de la reforma impulsada por Pedro de Ybarreta en 1837, durante la primera guerra carlista, sus verdaderos orígenes se remontan al año 974, cuando la familia musulmana de los Banu-Timlat dominaba el Alto Jalón. En 1081 fue conquistado por Rodrigo Díaz de Vivar rumbo a su destierro. Tras la batalla de Cutanda, en 1120, Alfonso I el Batallador pudo incorporarlo a la Corona de Aragón, lo que originó sucesivas pugnas entre dicho reino y el de Castilla.

A vista de pájaro, la fortaleza retratada en el Cantar de mio Cid ha quedado reducida al cuerpo de fusileros de la época carlista, convertido hoy en hotel por el Ayuntamiento de Ateca. Su fachada es de mampostería careada que se apoya en la roca natural. Aunque tras la última restauración acometida por la Diputación zaragozana, nada queda de sus características almenas. Tan solo una pequeña puerta de entrada con alfiz, encajada en un puente levadizo con remates de matacanes y aspilleras.

Su gerente actual, Antonio Bernal Elipe, suple estas carencias históricas con una buena dosis de voluntad personal y gracias a la inestimable ayuda de su esposa, Peña. Ninguno exhibe los resabios de muchos hosteleros, lo cual conquista al viajero desde su llegada. Mientras él está a cargo de la gestión y el mantenimiento del edificio, ella se ocupa de la cocina, de la que salen guisos caseros en generosas raciones y postres tan delicados como el trato en la sala. Los comensales se llevan además algún secreto a descubrir sobre el parque natural del Monasterio de Piedra, unos kilómetros más allá.

El antiguo patio de armas, transformado en el espacio comunal del hotel, es una delicia con buen tiempo. Apetece sentarse a tomar un refresco, mientras se escucha el gorgoteo del agua. Unos desconchones aquí y allí, unas carencias en los cuartos de baño y en las duchas no desdicen del confort general.

Los dormitorios presentan ciertas limitaciones en equipamiento y servicios, lo que viene justificado por su bajo precio. Aunque las 'suites' y algunas dobles con vistas hacen gala de unas dimensiones estimables. A las horas en punto suenan las campanas de la iglesia de Santa María. Y también a las medias y a los cuartos. Suenan con delicadeza, acompasadamente.

El País (17-11-2017)

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