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Bodas y bodas

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | En el número de 24 de marzo de 1873 de La Ilustración Española y Americana, aparece un grabado de costumbres aragonesas. Unos recién casados de Ateca salen de la iglesia tras recibir la bendición, para encaminarse sin más tardanza a casa del padrino, donde ya debía estar preparado el refresco de rigor.

Todos los invitados lucen sus mejores galas. El novio gasta alpargatas de pequeña capellada, sujetas al tobillo, medias, calzones, faja, camisa con cuello vuelto, chaleco de cuadros, chaqueta y capa. La cabeza la cubre con un pañuelo, seguramente de seda, y sombrero. La novia aparece cubierta con mantilla. Lleva falda, jubón y un mantón con flecos sobre los hombros. Detrás de los novios unas mujeres aparecen con trajes similares a la novia y llevan zapatos. Con ellas unos hombres van con la cabeza descubierta, otro con pañuelo ya puesto y otro con sombrero de copa redondeada. En las ceremonias religiosas, las mujeres debían cubrirse con mantilla y los hombres descubrirse, quitándose el sombrero y hasta el pañuelo. La niña que va delante de los novios lleva también mantón y mantilla, aunque se le aprecia un delantal negro. Tres hombres abren la comitiva. El cura va en medio, con zapatos, sotana y sombrero de teja. Sus acompañantes llevan sombrero y alpargatas, y los tres andan embozados, con la parte derecha de la capa cruzada sobre el hombro izquierdo.

No sabemos si esta boda hizo correr tantos ríos de tinta como la boda de el Forano y la Forana, dos cabezudos zaragozanos, que preparó la comisión de festejos para las Fiestas del Pilar de 1916. Desde finales de septiembre, los periódicos informaban, casi a diario, de las provisiones preparadas para el festín, aunque también de los regalos. Así se recoge que las señoritas Carmen y Angelita Tobías Roene habían enviado un par de calcetines y un pañolico de seda, la señorita Teresa Gracia Guerín un pañuelo de hilo bordado con el nombre de la Forana y otra señorita, que firmaba con su inicial, había enviado a la novia unas magníficas ligas. Francisco Oriol, de la calle San Blas, 36, enviaría los coches de punto 41 y 55 y el pintor de los teatros Salvador Martínez pintaría a los cabezudos. Manuel Aparicio, maestro jardinero, había ofrecido lindos prendidos para la Forana y para el resto de cabezudas de la comitiva nupcial. Los sucesores de Cristina Aguilar habían regalado a la Forana un corsé, la sección cuarta coches de punto, un látigo para el Forano, el botero Antonio Maicas, una bota de vino, la casa Urroz un colchón de lana y dos cuadrantes, y los hermanos Faci un collar y medalla de la Virgen del Pilar.

A la boda asistieron los cabezudos de Bilbao, el Aldeano y la Aldeana, los cabezudos del sombrero de copa y pañuelo a la cabeza de Huesca y los cabezudos de la parroquia de San Pablo, que estrenaron trajes. La tarde del día 11 tuvo lugar la cabalgata, en la que participaron numerosas carrozas, como la de la Lejía Aragonesa, la de Chocolates Laita, la del Orfeón, la de El Seguro de Cristales y la de la Comisión del Ayuntamiento. El Ayuntamiento tenía previsto premiar con mil pesetas a la carroza más original. Por eso algunos destacados artistas zaragozanos proyectaron algunas carrozas, como el escultor Antonio Torres y el propio arquitecto municipal, José de Yarza, que diseñó la carroza del Ayuntamiento, que representaba un edificio renacentista aragonés.

La dulzaina y el tamboril precedían al coche de los novios, servido por cocheros de librea. Los señores Valenzuela y Molinero, miembros de la Comisión de festejos y padres de la idea, fueron al encuentro de los padrinos e invitados, que estaban hospedados en el bazar El Ciclón, a los que se añadieron los cabezudos que habían representado hacía ya unos años La Boda de los Villatonta. Estos cabezudos habían sido modelados por Dionisio Lasuén y pertenecían a la chirigota El Ruido, que dirigía Mariano Gracia y Manuel Lacruz Ríos. La comparsa de El Ruido se había formado para los carnavales de 1896, para recoger donativos con los que ayudar a los soldados aragoneses que regresaban heridos o enfermos de la Guerra de Cuba. Normalmente desfilaban más de una docena de cabezudos vestidos con el traje de rayadillo, que hacían ruido por las calles con cacerolas. El conocido sastre Samperio vistió al Forano y Patrocinio Lapeña hizo lo propio con la Forana. Manuel Romero regaló a los novios unas entradas de palco para las funciones que se representaban entonces en los teatros Principal y Circo. Los periódicos locales publicaron en primera plana la fotografía de los novios y los poetas habituales hicieron versos del evento. Mariano de Cávia publicó en El Imparcial de Madrid unos versos en los que reivindicaba la figura de Félix Oroz, padre de algunos de los cabezudos de la comparsa de Zaragoza. Al año siguiente tuvo lugar el bautizo de un Foranico, pero ya la cosa tuvo menos interés.


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