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Cetina y San Victorián

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | El prior Monterde nos aseguraba en su ensayo de 1788 que el cuerpo incorrupto del que fuera abad de San Victorián, Diego Lafuente, se encontraba en la parroquial de Cetina. Fr. José Las Heras, en el abacilogio que incluye en su libro Columna de luz que por el desierto de los Pirineos guía a los devotos del santo anacoreta, confesor y abad, el señor San Victorián, para saber donde descansan sus sagrados huesos, Zaragoza, 1720, dice que Diego Lafuente murió el 14 de octubre de 1637.

Fray José Las Heras, prior de claustro de San Victorián y más tarde prior de las parroquiales de Graus y Examinador Sinodal del obispado de Barbastro, escribió esta obra a raíz de una polémica surgida en el siglo XVI, acerca del lugar donde se hallaban las reliquias de San Victorián, que se disputaban San Victorián de Sobrarbe y Montearagón, contestando al canónigo oscense Juan Miguel Estarrués, que defendía que tras su presencia en 1097 en la batalla de Alcoraz, ya no habían vuelto al monasterio de Sobrarbe. Las Heras defendía que se guardaban en un arca en este monasterio de Sobrarbe y copiaba un documento que trataba de la traslación de urna de los restos del santo en 1679.

La tradición asegura que el rey visigodo Gesaleico (506-510) fundó el monasterio originario, también conocido como monasterio de Asán, bajo la advocación de San Martín. Pronto fue confiado al abad San Victorián (480-588). En 551, bajo el gobierno de este abad, profesó y otorgó testamento a favor de Victorián y del monasterio el diácono Vicente, que ocuparía más tarde el obispado de Huesca.

El arca de San Victorián con sus reliquias se trasladó para la toma de Alquézar y para la de Huesca. El santo se le apareció a Pedro I la víspera de la batalla de Alcoraz, el abad Durango murió en la batalla de Fraga en 1134 y su sucesor apoyó al futuro Ramiro II en su elección como rey. De 1492 a 1520 ocupará el cargo de abad Alonso de Aragón, hijo natural de Fernando el Católico, quien adornará el monasterio con un retablo mayor. Pero hacia 1595 se decía que se hallaba "de todo viejo y perdido". Felipe V en 1722 apoyaría las obras de restauración y tras un incendio, un rayo y un huracán, Carlos III concedería 60.000 reales. En la Guerra de la Independencia, los guerrilleros y los franceses saquearon el lugar y con la desamortización aprobada por la Ley del 25 de octubre de 1820, se trasladaron cuatro cajones con alhajas y ornamentos a Benabarre en 1821. En 1844 se suspende la venta por su valor y antigüedad y se encomienda su cuidado al ayuntamiento de Los Molinos. Las tropas del general carlista Dorregaray lo saquearon en 1875. En 1936 los milicianos quemaron las imágenes de los retablos, los documentos y los restos de los reyes de Sobrarbe. El 1950 el obispo de Barbastro, Cantero Cuadrado, despojó a la iglesia de sus ornamentos, retablos y coro, incluso también de las tejas, desacralizándose en 1953.

Según la tradición, seis reyes de Aragón estaban enterrados en él, aunque sólo se conoce que estuvieron Iñigo Arista y Gonzalo, hijo de Sancho III el Mayor de Navarra. Ambos se encontraban en la capilla de Santa Catalina.

San Victorián hizo brotar una fuente, la Fuensanta, al golpear una roca con su cayado. De estas aguas bebió Santa Maura, quedando dormida, dando así tiempo a San Victorián, que huía de ella por temor a caer en pecado carnal, a refugiarse en la espelunca o espluca, cueva en lengua aragonesa. Este lugar de recogimiento del santo se santificó con ermita y casa de santero. El arca con las reliquias de San Victorián se llevaban a la Fuensanta para remojarla y en otra jornada a la Espelunca para pedir la lluvia. Un documento de 1219, que fue transcrito por Fray José Las Heras en su libro, nos da noticias sobre la romería a San Victorián, que también recoge Zurita en sus Índices. Entonces concurrieron 74 pueblos. Cuatro monjes llevaron el arca a la Fuensanta, acompañados de los pueblos con sus banderas, donde se rociaba. Si no llovía se llevaba a la Espelunca. Esta ceremonia fue prohibida por la Sagrada Congregación de Ritus de 19 de enero de 1619. Pero la quema del arca en 1936 puso fin a esta tradición. Las Heras dice que en aquella ocasión llovió tanto que todos los congregados, al no poder mover el arca del santo ni aguantar el chaparrón, corrieron a ponerse a resguardo, menos los vecinos de Buil, dado lo cual el abad del monasterio y los Capitulares les concedieron el privilegio de coger el arca siempre que la pidieran. Este privilegio se renovó en 1373.

Los golpes que se oían en el arca o "mazadas de San Beturián", anunciaban una desgracia. Si se oía un golpe o mazada iba a morir un monje, si eran dos, morirían dos monjes o quizá el abad. Estas mazadas o golpes ya fueron reseñadas por Juan Bautista Labaña, que recorrió Aragón para levantar un plano, y por Ana Francisca Abarca de Bolea, monja cisterciense del monasterio oscense Casbas, en un poema.

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