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Toda una infancia en Daroca

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | El primer tomo de Memorias del poeta Ildefonso Manuel Gil, titulado Un caballito de cartón, recoge sus vivencias de 1915 a 1925 en Daroca. El segundo y último tomo se titula Vivos y muertos y otras apariciones, 1924-2000. Una mañana festiva de este último agosto tuve la ventura de toparme con don Ildefonso en Daroca, a la puerta de la Posada del Almudí, a la hora de comer, donde me dedicó sus primeras memorias y me aclaró una cita que recoge Camilo José Cela en sus Memorias, entendimientos y voluntades. Cela cuenta que cuando estuvo una vez en Daroca preguntó por su amigo el poeta Ildefonso Manuel Gil, pero el interrogado le recriminó por sus amistades, pues don Ildefonso era "el embajador de Moscú en Daroca". Don Ildefonso me aclaró que Cela, que pertenecía entonces a la legión, estuvo en Daroca a comprar pan y al preguntar a la panadera por su amigo, ésta le contestó que cualquier noche lo llevarían por ahí. O sea, lo sacarían de la cárcel para fusilarlo. Don Ildefonso cuenta este episodio de la guerra civil sin pizca de rencor. Había gente para todo, comenta. El primer recuerdo vital del poeta es un caballito de cartón con la cola de pelo natural, que le pusieron los Reyes en Daroca. Su padre había estudiado Farmacia en Madrid y tras trabajar en la Farmacia de Gayoso, vuelve a Daroca, se casa en la Colegial con Lucía López en 1908 y el matrimonio pasa a vivir a Paniza, para hacerse cargo de la farmacia. Allí nacerían dos hijos: Victoria en 1909 e Ildefonso en 1912. Antonia, la hija menor, nacería ya en Daroca en 1915, un 13 de junio que hubo una gran tormenta. El licenciado Manuel Gil se hizo cargo de la antigua farmacia de Campillo, situada en la calle Mayor de Daroca, todavía sin adoquinar. Al pequeño Ildefonso le fascinaba el ir y venir de los carros por esta calle comercial, jalonada por dos puertas, la Alta y la Baja, y donde abrían sus puertas la tienda de navajas y cuchillos del señor Crispín, el estanco de la tía Damiana y las mejores tiendas que tenían puentes de tablas para salvar las cunetas. Ildefonso recuerda a sus amigos Marcial, Eduardo y Patricio, la carpintería del señor Ignacio, las fraguas de los "Lazaricos", el teatro Cervantes, con sus palcos y el gallinero, la vaquería de su primo Manolo Gil, sus lecturas y la silenciosa blancura de su almohada, sobre la cual cerraba los ojos y comenzaba a soñar. La confitería de Cosculluela, en la plaza de la Merced, donde se encontró con la Niña Rubia mordiendo un merengue, su primer amor infantil. La siega, la trilla, la matacía, la pasta de los fardeles y de la longaniza, que tanto le gustaba, el chocolate con bizcochos, las ruinas del castillo, la ermita de Nazaret, el azud del Jiloca, donde casi se ahoga, el desafío de hondas en la Mina y las verbenas de la plaza de Santiago, de la calle Mayor y de la Puerta Baja, para San Roque, donde bailaba con las chicas. En la plaza de Santiago tenían lugar las comedias que anunciaba el señor Mariano, alias Minico, el alguacil. En la Puerta Baja los esquiladores cortaban el pelo a los burros, mulos y caballos. En las eras de la Puerta Alta tenía lugar el ferial. Los chicos de entonces merendaban cuando llegaba el milano, que era la diligencia que llevaba y traía viajeros desde Daroca hasta la estación de Cariñena, donde se tomaba el tren para Zaragoza. Entonces se merendaba una minga, que era un panecillo con mucha miga, con una sardina, chorizo, longaniza, lomo de conserva casero o chocolate Hueso. A Ildefonso le gustaba el sidral de refresco, las tortas escaldadas de la tía Damiana y el mostillo. Para la Pascua de Resurrección se comían los panetes. En el curso 1915-1916 fue párvulo en el colegio de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, con bata de colegial y zapatos de charol. Cerca del convento vivían sus abuelos. Su abuela le daba pilongas y una peseta de plata para su cumpleaños. En 1918 pasó a estudiar con los escolapios, que seguían con correa en mano una máxima: los verbos no entran con sangre, sino con moratones. El padre "Botellica" hablaba siempre del infierno, igual que los misioneros de las "Misiones" de Semana Santa. En el teatro del colegio Ildefonso hizo de San Tarsicio, el niño mártir. Allí comulgó de marinero en 1921 y aprendió chistes verdes y anticlericales. El Jueves y Viernes Santo se golpeaba la tierra y las aceras con los mazos, pues de esta manera morirían los diablos que se escondían bajo tierra. Los chicos de entonces jugaban a correcalles, a hacer puntería en las bombillas, al "gua", a la montañeta y a la estornija. Ildefonso recuerda el gran belén que se hacía en el pozo de la calle Grajera, las compañías de teatro y varietés que para las ferias y fiestas recalaban en el Teatro Cervantes, propiedad del casino de Daroca, su primer viaje a Paniza, su pueblo, con el vuelco de la tartana antes de llegar, su viaje en tren a Murero, para coger cerezas, su viaje a Zaragoza, la bicicleta, al aprobar el examen de ingreso, el piano de su hermana mayor, las clases del maestro Mingote, su "escuela", con un único alumno, él mismo, sus complicidades y su temprana muerte en 1925, que cerró las puertas del paraíso de la infancia del poeta.

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