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La fotografía con alma
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ENCARNA SAMITIER | Andaba muy rápido, solo aparentemente frágil, con su juego de lentes y objetivos a cuestas, apuntando como un cazador de imágenes. Carlos Moncín llegó a HERALDO desde Calatayud y lo fotografió absolutamente todo. Tenía vocación, intuición y oficio, todo lo que hay que tener para ser un gran fotoperiodista, para ser también un artista.
El 9 de abril de 1978, los parlamentarios aragoneses, reunidos en Calatayud, eligieron a los miembros de la primera Diputación General de Aragón. Allí estaba Moncín para fijarlo para la historia. Veinte años más tarde, fotografió a todos los presidentes que gobernaron la Comunidad a partir de ese día. Desplegaba su fondo blanco, la bandera, el Estatuto… e iba haciendo su trabajo de amanuense gráfico de nuestra vida. Fotografió los lances taurinos, los amaneceres y los rincones de su ciudad, a la que adoraba con un amor correspondido, los paseos de la gente en las calles, las alegrías y las tragedias… Disparó miles de veces, y sus imágenes nunca perdieron el alma que, lamentaba, la tecnología digital había quitado a la fotografía. Retrató a escritores, a científicos, a deportistas, a gente corriente, con la misma mirada certera y penetrante.
Lo que dijo de él Guillermo Fatás en julio de 2017 cabe repetirlo hoy, con dolor, en su despedida: "Casi siempre es falso que una imagen vale más que mil palabras, pero es cierto que una foto de Carlos vale más que cien imágenes. Y doy fe de que, además, es un buen compañero. Un gran tipo".
Heraldo de Aragón (25-3-2020)
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