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Gracián: aceptación de la ley, pero
no como tiranía

Baltasar Gracián fue un joven inteligente, descendiente de judíos, que un buen día de 1619, a los 18 años, ingresó en la compañía de Jesús. De la orden jesuítica Gracián, con una gran libertad y no menos astucia, tomó a lo que convenía a su espíritu y prescindió de lo que repugnaba.

La castidad y la pobreza las llevó adelante con bastante garbo; pero no así la obediencia, sobre todo con esa "ceguera" como era entendido por algunos "carcas" de la Compañía. Y así El Criticón (como sus demás libros, a excepción del Comulgatorio) fue publicado con nombre supuesto, prescindiendo de la censura y parecer de sus superiores. Incluso su último volumen salió a la calle, no obstante la rigurosa prohibición del General de la Compañía. Gracián sufrió por tal causa molestias y castigos.

Y, efectivamente, hemos de reconocer que para un jesuita que había hecho el cuarto voto (de obediencia directa al Papa) no era fácil despacharse con esta alegre afirmación: Roma está llena de santos muertos y de demonios vivos.

En su obra Gracián actúa de profeta implacable frente a una España que empieza un período de decadencia, de la que difícilmente se recobrará ya. Y así la España presente en su obra es vista como una aglomeración de conjuntos humanos, por una u otra razón inconvivibles y agrupados bajo enseña de la Soberbia. Se salva de tamaño sufragio la personalidad del negador, vértice deslumbrante que emerge de tan ingente escombrera.

Ni aun la comunidad, la agrupación para fines religiosos, se libró de la antipatía gracianesca. En una "crisi" de Criticón, un falso ermitaño fue introduciendo a Andrenio y Critilo por un camino encubierto y aun solapado entre arboledas y ensenadas...Dieron en una gran casa...Parecia convento en el silencio y todo el mundo en la multitud: todo era callar y obrar, hacer y no decir. Era tan ancha y espaciosa la casa que parecía convento, que cabrían en ella más de las tres cuartas partes del mundo, y bien holgadas.

Dijo Andrenio: ¡Qué poca luz tiene este convento!"Así conviene _respondió el Ermitaño_, donde se profesa tal virtud no convienen lucimientos". Más adelante entraron en el claustro...Iban ya encontrando algunos, que en el hábito parecían monjes...Por de fuera lo que se veía era piel de oveja, mas por dentro lo que no se parecía era de lobos novicios.

Toda esta "crisi" está llena de crítica mordaz, de la mejor tradición profética. Y así, un falso ayunador engorda con la merced de Dios, y así todos le echan mil bendiciones. Esta "merced de Dios" era el nombre dado por los cristianos viejos a los huevos con torreznos, manjar que los conversos _se suponía malignamente_ comerían sintiendo "duelos y quebrantos".

Contra lo que quizá muchos piensan a primera vista, la Compañía de Jesús entonces era refugio para conversos, tan despreciados por la sociedad. Gracián tuvo sus más y sus menos con sus hermanos de religión, pero ello no impidió para que con libertad evangélica pudiera hablar pestes de las cuestiones de linaje y lanzara frases enconadas incluso contra la vida religiosa en común; no estaba del lado de los bien avenidos con ninguna forma de multitud indiferenciada.

Mateo Alemán dejó ver a las claras su encono por estar fuera y puesto al marjen de todo, por ser un "hijo de nadie". Gracián tuvo la aguda e inteligente ingeniosidad de infundir valor sumo en el hecho de vivir apartado de los muchos, en ser uno, exquisitamente, frente a todos.

Baltasar Gracián, el converso que se hizo jesuita y se movió dentro de la Compañía sin por eso someterse a la "obediencia ciega", es todo un símbolo de ese cristianismo que tipifica el propio San Pablo, cuando hablando de la ley, dice que, a pesar de su indudable validez, nunca puede convertirse en tirana del hombre.

Gracián aceptó en principio las reglas del juego de los jesuitas, pero sabía muy bien que ninguna regla humana -por muy eclesial que fuera- podría interferir los intereses humanos en lo que éstos tienen de más exigentes y libres.

Por eso, quedará siempre en una de las hojas de nuestro santoral apócrifo.

El blog de Francisco Margallo (12-3-2017)


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