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Pedro Saputo en La Almunia

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | La tercera parte del Pedro Saputo, de Braulio Foz (Zaragoza, 1844), es una rápida crónica de viaje. Pedro Saputo, después de recorrer los pueblos históricos del viejo reino de Aragón, emprendió otro más largo, llegando a Lérida y Barcelona, siguiendo después la costa hasta Murcia, donde aprendió y ejerció la Medicina. Recorrerá Granada, Sevilla y Córdoba. De Castilla visita Toledo, Salamanca, Valladolid y Madrid, para tomar luego el camino de Burgos. Como su ausencia era ya larga y pensando en su madre, tomó la determinación de volver a Aragón. "Aún no acababa de salir de Burgos, por decirlo así, ya estaba en Calatayud y llegó a La Almunia". Apenas llevaba Pedro Saputo media hora en el mesón de La Almunia, cuando fueron a buscarle un hombre y una mujer, preguntando si era médico. Pedro Saputo les contestó que sabía algo de Medicina y los paisanos le contaron que el médico de la villa había ido a Ricla a una consulta, aprovechando la ocasión para entrar a una casa a jugar a las cartas con el albéitar. Los dos debían tener mal perder, pues llegaron a las manos. El albéitar le arrancó la nariz al médico de un bocado, que se defendió saltándole un ojo a su contrincante, "y allá están los dos en poder de su mal y de otros cirujanos". Por esta razón buscaban un médico, pues un tío suyo, ya muy anciano, se había caído la noche anterior por una escalera, y aunque no se había lastimado, se había quedado "dormido o atontecido". Entonces lo habían acostado, pero seguía sin dar señales de vida. Los paisanos buscaban la ayuda del médico, pues "dicen que así durmiendo y respirando se puede ir a la otra banda y quedarnos a copas de la herencia si no hace testamento o deshace el que tiene hecho". Pedro Saputo, al conocer lo sucedido, fue enseguida a ver al accidentado. Encontró a un hombre de unos setenta años postrado y dormido "muy descansado". Ya le habían aplicado candelillas, hierro candente y mil pellizcos, sin que consiguieran despertarle. Pedro Saputo le tomó el pulso y dijo que tenían que haberle sangrado tras la caída, pero que ahora iba a aplicarle otro remedio. Pidió un par de onzas de pólvora que colocó en una escudilla con algo de agua. Le removió bien y la amasó. Con ella hizo dos frailecillos o muñecas y mandó salir a todos de la habitación, excepto a dos hombres "que eran los que más deseo mostraban de la salud del enfermo". Pedro Saputo les mandó que pusieran al enfermo boca abajo y de lado. En esta posición le colocó un frailecillo en el ano y le pegó fuego. Como no hizo efecto le colocó el otro y esta vez comenzó a salir sangre en abundancia. Al cabo del rato el enfermo comenzó a mover los pies y a quejarse. Pedro Saputo dejó salir bastante sangre y cuando convino, mandó que le lavasen con aceite y aguardiente batido. Dispuso que le aplicasen luego "hilas empapadas" de lo mismo y les confió otro remedio para curar la llaga. Por todo el trabajo Pedro Saputo recibió un doblón, partiendo a la mañana siguiente, quedando "en el país el prodigioso remedio para siempre", El autor apuntaba que había quien localizaba lo ocurrido en El Frasno y aun otros en Épila, aunque él lo había encontrado escrito en La Almunia.

Una vez en Almudévar, sus paisanos quisieron saber más de los viajes de Pedro Saputo. Y él les contó que "en todas partes el sol sale por la mañana y se pone por la tarde, y siempre la luna alumbra de noche y a las doce es mediodía si no es en la corte, que mediodía es a las cuatro de la tarde, y media noche es a las seis de la mañana". Referente a las costumbres, Pedro Saputo aseguró a sus vecinos que aunque había visto a hombres y mujeres vestir y comer de diferente modo y manera, "a la postre hombres y mujeres son todos, y todos lo mismo que vosotros se matan por ellas y por los dineros; y en todas partes hay ricos y pobres, y el más tonto es el alcalde y el más ciego el que los lleva". Y sentenció: "En cuanto a mi gusto, iría a Castilla por necesidad, a Andalucía por curiosidad, en Barcelona viviría tres meses, en Valencia un año, y en Zaragoza toda la vida. Y eso que Valencia era un mundo abreviado, porque el que ha visto todo el mundo y el que sólo ha visto Valencia, lo mismo han visto el uno que el otro, y aún más quizá el segundo que el primero".

Pedro Saputo les confió que en todas partes había encontrado hombres agudos y tontos, más de éstos que de aquellos. Así que "¡Cuántos lo son más que vosotros!". Y tenía razón pues, aunque los de Almudévar habían ido al llano de la Violada a cavar hoyos en busca de tesoros escondidos, ninguno había acudido a verle dar el salto desde las ripas de Alcolea, porque "ya os figurasteis que era chanza". De Barbastro habían ido de tres partes dos, "siendo los que con más largas narices quedaron viendo volar el águila de mi gabán desde la Ripa". Después de los vivas a Pedro Saputo, el justicia, los jurados y las personas principales del pueblo agasajaron a su vecino más ilustre con un refresco y luego con un gran cena "que casi les cogió el día".


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