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Viajeros en apuros

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Antonio Ponz en su Viaje por España, impreso en 1788, cuenta lo que le sucedió una noche en Zaragoza. Después de todo el día recorriendo la ciudad, Ponz se recogió en la posada. Su habitación, limpia y aseada, disponía de una cama de encañado, en vez de tablas, para evitar los chinches, con jergón de paja y colchones. A eso de las once y media se metió en la cama y, a falta de mesa, Ponz colocó sobre el colchón una "cerilla revuelta de las que venden en figura de libritos", con la intención de leer un rato antes de coger el sueño. Pero antes de lo previsto Ponz se quedó dormido y la cerilla se consumió, prendiendo a las restantes del librillo, que ardieron sobre el colchón. Al rato Ponz despertó, "con unas ansias mortales, y un calor infernal en todo mi cuerpo". Los ronquidos de otro compañero de viaje, que dormía en un cuarto inmediato, lo acabaron despertando del todo. La cama ardía. Ponz saltó de ella, golpeándose la espinilla. Dolorido salió en busca de su vecino de cuarto, que se ahogaba por el humo. Pero no dieron la voz de alarma. Ponz abrió la ventana e intentó apagar el fuego con la ropa de la cama. Como eran nuevos en la posada no supieron dónde coger agua y tampoco dieron en llamar a un criado de a pie que, por el calor, había preferido dormir en una "mesilla de la escalera del cuarto". Ponz y su vecino de cuarto pasaron el resto de la noche asomados a la ventana, debido al olor que había producido el fuego. Al día siguiente Ponz quiso satisfacer "ampliamente" los daños al posadero, con tal que callase su culpa. El criado confesó que había oído ruido, pero creyó que Ponz y su vecino de cuarto se habían levantado a causa de las pulgas.

El poeta inglés Rowland Thirlmere viajó por España en 1890, publicando en Londres y en 1897 su libro dedicado a este viaje, titulado Idilios de España. Del 5 al 10 de octubre de 1890 se había celebrado en La Seo de Zaragoza el II Congreso Católico Nacional Español, al que acudieron un buen número de obispos, que exigieron del Estado una educación cristiana, apoyando las tesis sociales de León XIII. A esta Zaragoza abarrotada llegó el 11 de octubre el poeta inglés, en compañía de un boticario de Betelu y de una señora americana y su hija, con los que había coincidido en su viaje en tren de Pamplona a Zaragoza.

A su llegada a Zaragoza los viajeros tomaron el ómnibus de la Fonda de Europa, que les llevó a este establecimiento. Pero allí el dueño les aseguró que todo estaba completo y les envió a una fonda de la calle de San Lorenzo, donde encontrarían alojamiento. El cochero les llevó a la dirección señalada. Llamaron a la puerta y les abrió una mujer ojerosa, con una vela de sebo en la mano. Entraron por un tortuoso pasadizo, bajaron unos escalones de piedra hasta dar con un largo pasillo, a través del cual llegaron a una cocina, donde una mujer pelaba cebollas. Las señoras quedaron en la cocina y los varones cruzaron otro largo pasillo con alcobas a cada lado, con una cortina de tablero de damas, de color azul y blanco, por puerta. De ellas nacían ronquidos. Por este largo pasillo maloliente, la dueña los condujo a un dormitorio. Al abrir aquella puerta surtió un fuerte olor a pozo negro. Allí había cuatro camas. Los viajeros quisieron dejar toda la habitación para las damas y volver a la Fonda de Europa a buscar otro alojamiento, pero la dueña aseguró que las cuatro camas debían ser ocupadas, en caso contrario, podría dárselas a otros huéspedes. Thirlmere pidió a la dueña que desalojara una alcoba con colchones que había en el dormitorio y que colocara una cortina. Allí se retiraron las damas. Los señores salieron del dormitorio y buscaron la despensa, donde no encontraron más que cebollas. Como tampoco había pan, los viajeros regresaron al dormitorio sin cenar. El boticario se metió en la cama y al poco rato cogió el sueño, con ruidosos ronquidos. Thirlmere guardó su pistola debajo de la almohada y se metió a la cama.

Pero por una ventana abierta entraron los mosquitos. El viajero inglés se defendía de ellos en la oscuridad armado de una toalla. Las damas se temieron lo peor, creyendo que habían entrado ladrones. Pero los chinches también hicieron de las suyas, porque estaban en todas partes. Las damas en guardia dejaron encendida una vela. Unos borrachos, al ver la luz, se asomaron a los barrotes de la ventana, haciendo chistes a costa del boticario, que dormía como si nada, roncando.

Cuando al día siguiente Thirlmere despertó, encontró a la señora americana sentada en una silla, a la que la dueña de la posada le aplicaba unas vendas de agua fría y una cebolla cruda sobre las heridas de la frente, mientras lloraba desconsolada.

Después de aquella noche tan terrible, los viajeros fueron al Pilar, donde encontraron arrodillados ante la Virgen a ciegos, enfermos y cojos. Aquel día en Zaragoza hubo procesiones, misa militar y toros.


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