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Los vientos de Inogés

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Mosén Vicente Martínez, cura párroco de Inogés, dirigió a la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País una carta instructiva sobre el cultivo de los olivos, que la misma Sociedad publicó en 1785 "porque en los tratados impresos de agricultura en nuestro Idioma no se hallan noticias tan completas, ni descripciones tan individuales de las noticias de las varias especies de Olivos, y ya porque consideraba muy justo supiese el público la beneficencia de este piadoso Párroco ácia sus Feligreses".

Este trabajo le valió a mosén Vicente que la Real Sociedad Económica Aragonesa le nombrase socio numerario, libre de contribución, actitud que se repetiría con otros curas de almas "que diesen tan constantes testimonios de su desinterés, y amor á la Patria", pues su ministerio espiritual no era incompatible con "el cooperar también á la felicidad temporal, á la abundancia, á la ocupación, y á la industria de los Vasallos del Rey".

En su trabajo, mosén Vicente escribía que la situación montuosa de Inogés, situado a la falda de la sierra de Vicor, no impedía que se criaran olivos y otros árboles frutales, legumbres y algunas hortalizas. En los entrellanos y montes se cultivaban viñas, además de trigo, cebada, avena y garbanzos. Y en lo más alto, centeno y lentejas.

Según la sabia experiencia de mosén Vicente, en Inogés no se sentía demasiado ni el frío ni el calor. Cuando una neblina ocupaba la parte superior de la sierra de Vicor, se movía un viento que descendía por la parte que miraba a Inogés, que aunque fuerte, pues levantaba torbellinos, no era frío, siendo considerado por los lugareños como viento criador. A este aire lo llamaban toro, pues su ímpetu, continuado y fuerte, se parecía a los bramidos de los toros. Más frío resultaba el jumandil, producido cuando las neblinas de la sierra se dirigían hacia el norte o hacia el Moncayo. Este aire también llegaba a parte de los términos de El Frasno, Aluenda, Paracuellos, Saviñán, Morés, Purroy, Chodes y Morata, donde fenecía.

Madoz, en su bien documentado Diccionario, hace constar que el aire que soplaba en Zaragoza con más frecuencia era el cierzo, aunque también llegaban el bochorno, el fagueño y el norte o guara, que procedía de la sierra de Guara. En la Guía de Zaragoza para el año 1860, que vio la luz en la imprenta de Vicente Andrés, editor de varias obras de Braulio Foz e impresor del periódico El Saldubense, con sede en la calle Cuchillería, 42, se daban noticias de los aires que soplaban en la capital, siendo el más saludable el cierzo o poniente, que se hacía sentir más en el mes de marzo, sin olvidar el bochorno o levante, el castellano que venía del sur y el solano que lo hacía del norte. Con razón la Guía explicaba: "Los naturales, y mas aun los forasteros, se quejan de la insistencia del dominio del Cierzo; pero es bien seguro, que si no reinase tan á menudo, Zaragoza no reuniría grandes condiciones de sanidad". Zaragoza tiene aún pendiente un solemne monumento al Cierzo, por su benefactoría, aunque en su bien nutrido callejero no faltan las calles de Aben Aire y de Buenos Aires, y la esquina del ¡jodo!, bautizada según sentencia popular.

El viento, como ya se dijo, es necesario y conveniente para la salud de los ciudadanos, aunque también sea indispensable para mover las aspas de los molinos de viento, para aventar en las eras y aun para levantar las faldas de las madrinas en los desfiles solemnes y de las mozas que bailan en las verbenas de los pueblos pasodobles, patrióticos o toreros, eso viene a ser lo mismo, y hasta fox-trots y chotis. En Andalucía cuentan que soplará durante seis meses el mismo viento que sopló al rayar el día de San Juan y el que haya empezado a soplar en la medianoche de la vigilia navideña, resistirá sin torcer la dirección hasta la jornada del solsticio de verano.

En el libro de Agricultura General de Alonso de Herrera, vienen referidas las señales de los vientos, así como la mejor situación de las eras, donde se trillaban las mieses. Según Columela, la era debía de estar orientada al viento gallego, en Castilla el viento cauro, pues en estío era más continuo que ninguno. Crecentino aconsejaba que estuviera resguardada del viento abrego y Varrón opinaba que la era debía ser redonda y algo más alta en el centro, para que evacuara el agua con más facilidad. Herrera añadía que la era podía hacerse con ladrillos a canto o bien con enlosado de piedras, pero siempre con tierra bien cernida, mojada con agua y alpechín, y bien apisonada.

Mariano Lagasca, celebrado botánico de Encinacorba, redactó unos "Apuntamientos históricos sobre la vida del célebre Gabriel Alonso de Herrera y sobre varias ediciones de su Obra de Agricultura", incluidos en el tomo cuarto y último de la edición realizada por la Real Sociedad Económica Matritense en 1818-1819. El saber nunca ocupó lugar.

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