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Recreación legendaria de
la aparición de la Virgen del Mar

Virgen del Mar, patrona de Encinacorba
JOSÉ MARÍA CEBRIÁN MUÑOZ | La Virgen del Mar es una talla gótica en alabastro policromado datada en la segunda mitad del siglo XIV. Representa a la Virgen con el Niño en el brazo izquierdo, éste a su vez lleva un pajarillo entre sus manos. En su mano derecha la Virgen lleva un libro abierto. El relato que aquí se hace del milagro, contiene algunas licencias de autor que no alteran, en lo sustancial, el popularizado por los vecinos de esta villa.

Hacía más de medio año que Juan Fernández de Heredia había llegado a la
isla de Rodas elegido por el papa Gregorio XI para desempeñar, al servicio del Señor, la responsabilidad de Gran Maestre de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén. Tenía por delante días de pesadumbre y desasosiego en la lucha por mantener la Romanía en el ámbito de la religión cristiana, tarea que sin duda llevaría adelante con ayuda de la Militia Christi y los mercenarios almogávares. No descuidaba el de Munébrega, sin embargo, su gran pasión literaria. Su escuela de "freires" humanistas estaba atareada en la traducción a la lengua de los aragoneses, de los clásicos griegos Tucídides y Plutarco. Componía además nuevas obras sobre las glorias de los reyes de Aragón como el 'Libre dels Fets', el 'Cartulario Magno', la 'Grant Corónica de los Conqueridores' o la simpar 'Grant Crónica de Espanya'. Por último había una tarea más terrenal cual era llevar, personalmente, la supervisión del castillo señorial que estaba levantando en Mora de Rubielos. Esa fortaleza e iglesia de enormes proporciones que estaba quebrantando su otrora pujante economía. La celda del Gran Maestre, de una sobriedad castrense, en nada se distinguía de la de los demás freires. Apenas sus diecisiete metros de superficie rectangular daban para un camastro, un pequeño oratorio y una mesa escritorio repleta de rollos de pergamino. Unos pequeños golpes en la puerta le anunciaron la llegada de una visita largamente esperada. Se trataba del comendador de Encinacorba, Jorge de Sena. Coincidiendo con su llegada a Rodas, Juan Fernández de Heredia, había remitido cartas a los comendadores de la Castellanía de Amposta para que giraran visita a la sede central de la Orden. Ya habían llegado los comendadores de San Juan y el Temple de Huesca, Ambel, Calatayud, Villarluengo, Ascó, Ulldecona, Castellote, Amposta, Villel, Alfambra y el de Zaragoza que habitaba el palacio de la Zuda. En la próxima arribada de La Victoria, la mayor galera que surcaba el Mediterráneo, se esperaba al resto de comendadores. Recibió el Gran Maestre al de Encinacorba con afectuosa cortesía, pues se conocían desde antaño, y después de los preceptivos agasajos e intercambio de presentes, le convocó para un próximo cónclave con el resto de comendadores en la Sala Magna de aquella imponente fortaleza. Se trataba de ponerles al corriente de un asunto de la mayor importancia para la Orden y también para la cristiandad. Semanas después se reunió en cónclave el Gran Maestre con todos los comendadores de la Castellanía de Amposta. Bendijo el de Heredia a sus hermanos y les rogó sentarse. Nuestro padre San Juan Bautista, les dijo, fundó la religión de Cristo. Él fue el primer nazorreo (el que bautiza por inmersión) y con sus manos introdujo al mismísimo hijo de Dios bajo las purificadoras aguas del río Jordán. Él nos enseñó el poder del agua y la manera de dominar las tempestades. Hermanos..., prosiguió con tono solemne, debéis saber los peligros que acechan a la Orden. La península de Anatolia y la Romanía corren serio peligro de perderse a manos del imperio Otomano, ahora emergente. La Orden guarda entre sus tesoros uno de especial significado para los Sanjuanistas. Se trata de una imagen en alabastro policromado de nuestra señora la Virgen María. Ella nos ha protegido hasta ahora de los embates del mar. Esta imagen, igual que hicieron los templarios con el Santo Grial, debe ponerse a buen recaudo. El lugar donde debe guardarse y protegerse es algo que sólo la providencia divina y el azar puede saber. Sí tengo por seguro, que deberá seguir entre los hermanos más fieles de la Orden y en particular en el territorio de la Castellanía de Amposta, cuyos freires-soldados siempre han destacado por su valor y por su arrojo en el combate. Juraron los comendadores ante Heredia defender el tesoro de los Sanjuanistas por encima de sus vidas y de sus haciendas. Tras aparejar la nave, hacer la aguada y dotarla de provisiones para el largo viaje, partió La Victoria del puerto de Rodas rumbo a los territorios de la Corona de Aragón. No hubo novedad hasta pasar el estrecho de Mesina entre Sicilia y Calabria, pero dos días antes de llegar al puerto de Barcelona desatose una terrible tempestad que puso la nave en serio peligro de naufragio. Subieron entonces a cubierta el cofre en el que se guardaba la imagen de la Virgen del Mar, rompieron los sellos que lo cerraban y a la vista de todos las aguas empezaron a calmarse. La galera, como llevada por una mano misteriosa o divina, se desplazaba con la seguridad de un barquillo en el estanque de un jardín. Asombrados ante un suceso, a todas luces sobrenatural, todos porfiaron en llevarse la imagen a sus respectivas encomiendas al ver el grandioso poder que atesoraba tan divina Señora. Recordaron sin embargo, cómo les había dicho el de Heredia que sería la providencia y el azar quien diera respuesta a sus deseos. Sortearon la imagen siete veces y en todas las ocasiones la Virgen quiso agraciar a la villa de Encinacorba. Solamente el precioso cofre que la custodiaba, tallado en madera de ébano y repujado en plata con incrustaciones de pedrería, quedó en manos de los hermanos de San Juan y el Temple de Huesca. Llegaron las noticias de estos sucesos a Encinacorba días antes que lo hiciera el comendador. Recibieron a la Virgen con danzas, cánticos y música de tamborilero, flauta y chicotén. Adornaron el arco de las Eras bajas con ramas de olivo, flores de artos y gabarderas. Cubrieron las calles con hojas de yedra y pétalos de flores silvestres. Prometieron también, y así lo hicieron, construirle una capilla digna de su poder y grandeza. Desde entonces la Virgen siempre ha protegido a esta villa, elegida por ella, para residir eternamente.

"¡Salve! Estrella de los mares.
De los mares Iris de eterna ventura,
¡Salve! ¡Oh! Fénix de hermosura,
Madre del divino amor."


Alegrose mucho don Juan Fernández de Heredia al enterarse del milagroso suceso y también por confiar que la Virgen estaría bien guardada en Encinacorba. Celebráronlo también todos los vecinos de Munébrega (su pueblo natal) levantando una ermita a la Virgen del Mar y de la Cuesta. También a Codos y Olalla (ermita de Pelarda) llegaron los ecos de este suceso.

Cuadernos de la Virgen del Mar (18-2-2010)

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