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Cutanda y la conquista de Calatayud
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SERGIO MARTÍNEZ GIL | Alfonso I el Batallador subió al trono de los reinos de Aragón y Pamplona a la muerte sin herederos de su hermano Pedro I, fallecido en el año 1104 en el Valle de Arán mientras trataba de ganarse la fidelidad de los señores feudales de la zona y adelantarse a los condes de Barcelona, que querían hacer lo mismo.
Aunque no le tocaba ser rey, Alfonso se formó para convertirse en un señor de la guerra y en uno de los brazos armados durante el reinado de su hermano, algo que sin duda se notó cuando le tocó en suerte asumir la corona. Ya en sus primeros años prosiguió la conquista de las Cinco Villas con la toma de Ejea, concediendo además un fuero para atraer población a su nueva ocupación. En ese fuero todo aquel que fuera a vivir a Ejea se convertiría en caballero, y de ahí vendría el nombre completo de esta localidad zaragozana.
Esta y otras conquistas tenían un objetivo común: rodear y ahogar poco a poco a la Zaragoza musulmana para debilitarla y finalmente someterla. Sin embargo, este proceso sufrió un parón de unos 5 años cuando el rey Alfonso se casó con Urraca de León. Un matrimonio que de haber prosperado y tenido descendencia habría provocado la unión dinástica de Aragón, León y Navarra más de 300 años antes de que lo hicieran los Reyes Católicos.
Pero todo lo que podía salir mal en ese matrimonio salió mal. Urraca y Alfonso tuvieron unas pésimas relaciones personales (cronistas leoneses aseguran que Alfonso usó la violencia contra Urraca), además de no consumarse nunca en apariencia ese matrimonio, siendo muy factible la homosexualidad del rey Alfonso. Además, la llegada de Alfonso a León, a quien se veía como un extranjero (lo era), y su intromisión en la política interna del reino, hizo que estallara una cruenta guerra civil con la nobleza del reino leonés. Alfonso aplastó todos y cada uno de los levantamientos, pero en el año 1114 tuvo que regresar a Aragón cuando el mismo Papa anuló su matrimonio y le amenazaba con la excomunión. Hasta ese punto se llegó. Pero no hay mal que por bien no venga, debió pensar Alfonso, quien proyectó conquistar Zaragoza, cosa que logrará en diciembre del año 1118. La gran capital del Ebro había sido la poderosa capital de la taifa saraqustana, una de las más ricas y poderosas de al-Andalus, especialmente durante el reinado del gran al-Muqtádir. Ese poder hizo que Zaragoza y el valle medio del Ebro fueran una barrera prácticamente infranqueable para los cristianos durante siglos. Pero su constante debilitamiento propició su toma final, y con ella también irían cayendo el resto de plazas fuertes que habían salvaguardado durante tanto tiempo las ricas tierras del Ebro. De hecho, a los pocos meses sus mesnadas conquistan la imponente Tarazona (abril del año 1119), y tras la ocupación de esta plaza los ojos del Batallador se tornaron hacia Calatayud. Una ciudad que tras su pasado romano con Bílbilis, quedó abandonada hasta ser refundada por los musulmanes hacia el año 716, pero esta vez en el llano junto al río Jalón. Una ciudad muy bien fortificada con varios castillos como el de Ayyub, que todavía domina toda la ciudad desde las alturas. Esta plaza fue el gran objetivo para la campaña militar que se preparaba en el año 1120, iniciándose el sitio con el monarca al frente.
Pero es en ese momento cuando llegan noticias de lo que hacía tiempo ya se esperaba. En un momento u otro las fuerzas del imperio almorávide que habían conquistado hacía varias décadas toda al-Andalus y a sus reinos de taifas llegando desde el norte de África, iban a aparecer para contraatacar al que se había convertido en el gran adalid de la cristiandad peninsular.
Ya hubo tímidos intento de enviar tropas de socorro a Zaragoza dos años antes, pero la verdadera ayuda llegaría en dirección a Calatayud para levantar el sitio cristiano, vencer a los aragoneses y pamploneses y después retomar Zaragoza. Para ello Ibrahim ibn Yusuf había reunido durante el invierno del año 1119 un gran ejército por prácticamente toda al-Andalus y puso entonces rumbo al norte.
Alfonso tuvo noticia de su avance cuando ya encaraba la fase final del asedio de Calatayud, pero para que el ejército almorávide no le cogiera entre la espada y la pared decidió salir a su encuentro mientras dejaba parte de sus mesnadas manteniendo el sitio bilbilitano. Conforme se acercaban, los almorávides avanzaron por el valle del río Jiloca hasta llegar junto a la localidad turolense de Cutanda, donde se encontraron ambos ejércitos. Las crónicas que hablan de la batalla magnificaron las cifras de los combatientes, pero sin duda fue uno de los enfrentamientos más importantes de toda la conquista de al-Andalus estando prácticamente a la altura de la famosa Batalla de las Navas de Tolosa.
No se sabe exactamente cómo transcurrió la batalla, pero la victoria de las tropas de Alfonso fue incontestable y aceleró el proceso de descomposición del poder almorávide en la península. Sin duda, la batalla fue de gran calado y durante siglos se seguía diciendo en Aragón la frase "peor fue la de Cutanda", muy al estilo del famoso dicho de "más se perdió en Cuba" que se hizo tan popular en España tras la pérdida de la isla en 1898.
Tras la victoria aragonesa contra los almorávides, Calatayud, desprovista de cualquier posibilidad de ayuda externa, se rindió; pero las conquistas del Batallador no se quedarían ahí.
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El Periódico de Aragón (25-6-2021)
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