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Toros, tirios y troyanos

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | El pintor y viajero Worms fechó en 1863 unos grabados de su cuarto viaje a España, en el que recaló en Tarazona. Allí pasó un mes, asistió en el teatro, cuyos bancos del patio de butacas eran de ladrillo, a la representación de varios vodeviles y entremeses de autores franceses, entonces de moda, visitó Veruela, eligió motivos para sus cuadros, presenció un toro de soga y no faltó a una corrida de toros en la plaza vieja, construida a expensas del Hospital de la ciudad entre 1792 y 1797. Worms escribe en su libro Recuerdos de España: "La plaza era una reunión de casas de tres pisos, cuya parte exterior tenía ventanas al uso local y la parte interior grandes balcones, reservados al público los días de corrida". Worms cuenta que la plaza se sembraba de jaulas empapeladas que, tarde o temprano, el toro lanzaría por los aires. De esta manera escapaban los pichones y los pollos, y tras ellos iban los espectadores, que corrían para darles alcance, evitando siempre al toro. Al acabar la corrida, Worms atravesó el patio y allí encontró a "los desgraciados caballos, cuyo aseo mortuorio, consistente en cortarles la crin y la cola a ras del espinazo, ya estaba hecho; estos despojos tienen algún valor en el mercado". Y es que tan antigua como la fiesta de los toros, son los antitaurinos.

En la Revista de Andalucía, que se editaba como quincenario en Málaga y dirigía Antonio Luis Carrión, apareció un informe que había presentado a la Sociedad Económica Gaditana de Amigos del País, José Rivas y García, vice-bibliotecario de la misma, que había sido aprobado en sesión de 14 de junio de 1877, y que trataba sobre la abolición de las corridas de toros y otros espectáculos análogos. Se publicó en dos entregas en los números correspondientes al 10 y al 25 de noviembre de 1877.

Los defensores de las corridas de toros pensaban que eran "una solemnidad nacional", que contribuía a mantener la virilidad de la raza española. Las plazas de toros pertenecían a instituciones benéficas, constituyendo una segura fuente de ingresos. Además, con la prohibición se perdería la crianza de los toros bravos. Pero José Rivas pensaba que las corridas se oponían "al progreso y desarrollo de la cultura social". Y escribía: "Las corridas de toros pervierten el corazón, acostumbrando al pueblo a presenciar cómo se atormenta bárbaramente a inocentes animales. Contribuyen a conculcar toda noción de justicia, por el espectáculo de la cruel e inhumana muerte que en ellas se reserva al caballo, noble y generoso animal, que ha ganado el sustento, y tal vez ha salvado en más de una ocasión la vida de su dueño". Rivas recordaba que ya en 1493, Isabel la Católica quiso abolirlas. Las Partidas de Alfonso X el Sabio prohibían a los prelados concurrir a las fiestas de toros y tomar parte en ellas. En otra parte de esta obra se decía que los lidiadores no podían ejercer la abogacía y aún declaraba infames a los que lidiaban reses bravas por dinero. Las Cortes de Valladolid pidieron su prohibición a Carlos I en 1555, decisión que tomaron Felipe V, Carlos III y Carlos IV. También las habían condenado Santo Tomás de Villanueva y San Pío V. Entonces la Sociedad Económica Matritense también iba a pedir su prohibición.

La Sociedad Gaditana Protectora de los Animales y de las Plantas, que trabajaba desde 1872, había premiado en 1875 tres trabajos de los veinticinco presentados al concurso, celebrado por iniciativa de la viuda de Daniel Dollfus, de Mulhouse. En 1876 había elevado también una exposición a las Cortes, al respecto, que presentó el marqués de San Carlos, con la decisión de apoyarla en aquella legislatura. Rivas adelantaba que la Sociedad Económica Gaditana quería pedir a las Cortes que dentro de diez años quedaran abolidas las corridas de toros, novilladas y toros de cuerda, así como el uso de perros y banderillas de fuego. Exigiría también que las corridas de toros se celebrasen en las plazas y que actuaran siempre toreros de profesión, pagando, tanto empresarios como toreros, una contribución del 20 al 25% de los ingresos o ganancias, como subsidio industrial. Instaría a que se impidiera el consumo de carne de los toros lidiados en las plazas, así como la lidia de las reses que eran destinadas al matadero, y a que no se levantaran más plazas, ni se repararan las existentes.

José Rivas copiaba varias citas en contra de las corridas de toros. Una de ellas de Jaime Balmes: "Declaro que esa diversión popular es en mi juicio bárbara, digna, si posible fuera, de ser extirpada completamente". Y otra de Jovellanos: "¿Quién podrá dudar de la sabiduría de un Gobierno, que para apagar en la plebe un espíritu de sedición, la reúna en el lugar más apto para todo desorden? ¿Quién dejará de concebir ideas sublimes de nuestros nobles, afanados en proporcionar estos bárbaros espectáculos, honrar a los toreros, premiar la desesperación y la locura, y proteger a porfía a los hombres más soeces de la república?". Como siempre ocurre, toros, tirios y troyanos.

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