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Torres y torres

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | En la misma plazoleta de la iglesia de Torres de Calatayud, dedicada a San Martín de Tours, aún aguanta en pie la casa de la familia Torres, en la que campea una piedra armera con dos torres entre las que florece una flor de lis. El linaje de los Torres tuvo varias ramas, aunque los Torres más antiguos tienen por armas heráldicas un escudo de campo de oro con dos torres al natural entre las que se disponen tres balas de cañón en sable dispuestas en palo. Para satisfacer a los más curiosos, en el Archivo Histórico Provincial de Zaragoza, se guarda la ejecutoria de infanzonía de Juan Torres, vecino de Torres de Calatayud, que data de 1773. El rey Felipe IV concedió el título marquesado de Torres a Martín II Abarca de Bolea (1588-1640), señor de Torres de Montes y Siétamo, título que pasó a Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, a cuya muerte acaecida en 1798, pasó al ducado de Híjar.

La primera y principal función de las torres fue la de servir de defensa y sobre ellas, fueran civiles o religiosas, se dispusieron las campanas, que avisaban, convocaban, alertaban e informaban a los vecinos. Muchas de estas torres han dado nombre a un pueblo o a un lugar. La tradición asegura que la torre de Torrelacárcel sirvió de prisión. Torrelapaja nos señala el cultivo dominante en sus contornos. Según la tradición, la iglesia de Torrehermosa se levantó sobre la casa de San Pascual Bailón, su Patrón. Torralba de Ribota debe su nombre a un torreón de piedra blanca del viejo recinto amurallado. En El Frasno la torre no está adosada a la nueva iglesia, más moderna, pues la vieja fábrica la destruyó un rayo en 1840 y sólo quedó en pie la torre. Durante la Guerra Civil y en caso de alarma, los escolares que estudiaban con los maristas se refugiaban en la vecina torre de la Colegiata de Santa María de Calatayud, por ser un lugar seguro. Las torres de las iglesias de Zaragoza sirvieron también de refugio.

Ramón y Cajal cuenta en su libro dedicado a sus recuerdos infantiles, que un sábado por la tarde, cuando los escolares de Valpalmas rezaban en la escuela con la maestra, un rayo cayó en la torre hiriendo de muerte al párroco, que murió a los pocos días. El cura había subido al campanario para ahuyentar a la tormenta con el toque de campanas. El rayo entró luego a la escuela por una ventana, rompiendo el techo y provocando la estampida de los escolares. Ramón y Cajal relata que el rayo pasó por detrás de la maestra y desapareció en el suelo, dejando un gran boquete. El 7 de abril de 1850, Domingo de Quasimodo, el clero de La Seo realizaba con los fieles la procesión de los Comulgares, a primera hora de la mañana. Entonces una tormenta produjo una centella que cayó en la veleta de la torre y, bajando por su interior, mató al campanero que estaba repicando, mientras la procesión recorría las calles de la parroquia, causando también graves desperfectos en el reloj.

El Padre Faci señala que Pedro de Arbués se le apareció varias veces al vicario de Aguilón, mosén Blasco Gálvez, que había sido su criado. Hecho que habían recogió Vicencio Blasco de Lanuza, Diego García de Transmiera y el mercedario Fr. Juan Gracián y Salaverte, sobrino del jesuita y escritor Baltasar Gracián. Arbués se le apareció al vicario cuando iba a tocar las campanas para maitines, con el encargo que informara a Alonso de Aragón, para que a su vez escribiera al rey Fernando el Católico, para que continuara con la conquista de Granada y para que fomentase el Santo Oficio. Asimismo informó a mosén Blasco que todos sus asesinos estaban en el infierno, menos uno, que había muerto con gran dolor de sus pecados. Le advirtió que vendrían tiempos de pestes, pero que todo aquel que se arrodillara e hiciera la señal de la cruz en su sepultura, no la sufriría. Le reveló que tendría capilla propia en La Seo y le curó de una enfermedad que padecía.

La campana horaria o mayor de la Torre Nueva, fundida por el leridano Jaime Ferrer, había sido costeada con los fondos procedentes de los bienes que habían pertenecido a los asesinos de Pedro de Arbués. Pedro Isábal fue desterrado de Aragón por el Santo Oficio, al comentar haber visto al fantasma de la Torre Nueva con túnica blanca. Esta aparición convertía en maleficio todos los pensamientos de Isábal, cuando coincidían con el tañido de las campanas de la torre. Tanto la campana horaria como la de los cuartos, ambas de 1508, fueron trasladadas a una de las torres del Pilar en 1896, tras la demolición de la Torre Nueva, que comenzó en 1892. En el número del 30 de abril de 1893 de la España Ilustrada, que dirigía Anselmo Gascón de Gotor, el director hablaba de turrófilos y turricidas. Entre los primeros estaban los hermanos Gascón de Gotor, Desiderio de la Escosura, Luis Royo Villanova, Marceliano Isábal y Moneva y Puyol, que decía: "¡Dios mío! Tanto destruir… ¡Y tan poco edificar!".


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