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La cesión de la iglesia de San Pedro de los Serranos a la orden de San Antonio Abad


FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | En la bula del papa Lucio III, promulgada en 1182, en la que se confirmaba la patrimonialidad de las iglesias de Calatayud y de su tierra, aparecían las once iglesias parroquiales de Calatayud, entre ellas la de San Pedro de los Serranos, a la que se adscribieron los pobladores llegados de tierras oscenses. Era muy parecida a la vecina iglesia de San Francisco. Se localizaba entre las parroquias de San Pedro de los Francos, que fue destinada a los pobladores de este origen, Santiago y la colegiata del Sepulcro.

El Capítulo Eclesiástico de la parroquia de San Pedro de los Serranos, había pedido licencia al obispo Blas Serrate para unirse a la de Santiago. El 24 de agosto de 1703 tendría lugar esta unión. En este día, el Capítulo Eclesiástico de la parroquia de Santiago tomó posesión de la antigua parroquia de San Pedro de los Serranos, secularizando este espacio. Para ello se retiraron las campanas y los retablos, y se trasladaron los cadáveres enterrados en ella. Pero José Fernández de Heredia estaba en posesión del derecho a tener tribuna en San Pedro de los Serranos, para oír misa y asistir a los divinos oficios. Por esta razón se suscitaron algunos pleitos entre las partes, que dieron lugar a una sentencia arbitral. En ella se reconocía este derecho y se obligaba a la parroquia de San Pedro de los Serranos a pagar a José Fernández de Heredia una fuerte cantidad de dinero, que sobrepasaba con creces el valor del edificio.

Para evitar los elevados gastos a los que daban lugar estos pleitos, ambas partes acordaron ceder sus derechos al justicia, jurados y oficiales reales de la ciudad. Acordaron también que, con decreto del vicario general, el Capítulo Eclesiástico de Santiago cediese este edificio, que había ocupado la parroquia de San Pedro de los Serranos, evitando así que quedase perpetuamente profanado, a la Religión de San Antonio Abad, para que pudiera acondicionar y sacralizar la iglesia. Esta cesión tendría lugar con la obligación de celebrar perpetuamente dos aniversarios anuales, el día que señalase el Capítulo de Santiago, uno con vísperas y nocturno por la tarde, y otro al día siguiente, con misa cantada con terno y tres responsos.

El Capítulo de Santiago nombró procurador al notario Manuel de Ciria, para que, en su nombre, solicitara al vicario general el correspondiente decreto, y así poder otorgar instrumento público de cesión. El vicario general, Antonio Peralta y Serrate, concedió su licencia en un decreto fechado el 19 de agosto de 1705.

El 24 de agosto de 1705, reunido el Capítulo Eclesiástico de la parroquia de Santiago, que estaba compuesto por el licenciado Cristóbal Sánchez, vicario, y el licenciado Juan Soqueras, beneficiado, cedieron a la Religión de San Antonio Abad la fábrica de la parroquia de San Pedro de los Serranos, que confrontaba con dos calles reales y con la Plaza llamada del Rey, con la obligación de celebrar cada año, perpetuamente, dos aniversarios, por la intención de aquel Capítulo. El licenciado Pedro Escapula, presbítero y comendador de las casas y Encomienda de la Religión de San Antonio Abad de Calatayud, aceptó esta cesión ante el justicia de la ciudad, Jacinto Fernández de Moros. Pedro de Escapula firmó también la promesa y obligación impuesta por el Capítulo de Santiago.

Las casas hospitales de los antonianos de Calatayud, Zaragoza y Huesca, pertenecían, con once casas más, a la Encomienda General de Olite, que había sido creada hacia 1270. La Encomienda Mayor de Castrojeriz, en Burgos, había sido fundada por Alfonso VII en 1146, en el Camino de Santiago. La congregación de los Hermanos Hospitalarios de San Antonio Abad, canónigos regulares de San Agustín, había sido fundada hacia 1095 por Gastón de Vallorie, para ayudar a la curación de los enfermos de ergotismo, fuego sacro, fuego del infierno o fuego de San Antón, que era muy común en la Edad Media. Vestían hábito negro, con la letra griega Tau de color azul en el pecho, conocida como la cruz de San Antón.

El Bosco pintó en su cuadro 'Las Tentaciones de San Antonio' a un tullido, a causa de esta enfermedad, que era producida por la intoxicación del cornezuelo (Claviceps purpurea), un hongo parásito del centeno. Se presentaba como un pequeño cuerno negruzco en las espigas de este cereal, muy común en la Europa del norte, cuya harina era consumida por las clases más humildes. La ergotamina era el alcaloide responsable de esta intoxicación.

La enfermedad se declaraba primero con un frío intenso en las extremidades, para pasar después a una sensación de quemazón aguda. La infección producía alucinaciones, convulsiones y gangrena en las extremidades, con la pérdida del miembro. El tratamiento de esta enfermedad corría a cargo de la Orden de San Antón. Para ello, los canónigos regulares de esta orden tocaban con sus báculos las extremidades gangrenadas y las heridas de los enfermos, que peregrinaban a sus monasterios. Les colocaban ungüentos a base de parietaria, artemisa e hipérico, que habían recogido por San Juan, maceradas en aceite. El cocinero de estos hospitales ofrecía a los enfermos una comida sana a base de pan, vino, queso, carne, algunos días a la semana, legumbres, verduras y frutas de la huerta. En la alacena exterior de las fábricas de las iglesias, dejaban algún alimento y bebida para los peregrinos que llegaban de noche, y encontraban cerrada la puerta. En estos establecimientos se les daba de comer a los peregrinos el pan de San Antón, que eran unos panecillos elaborados con harina blanca, sin cornezuelo, que marcaban con la Tau sobre la masa. También recibían una Tau bendecida, a modo de escapulario, y una campanilla con la cruz de San Antonio. Se les daba de beber vino bendecido, o bien esparcido con un hisopo sobre las heridas, que había sido pasado por la reliquia del santo. Con este cambio de dieta, los enfermos mejoraban.

Otros enfermos peregrinaban a Santiago de Compostela, en busca de curación, visitando los conventos de los antonianos. En el hospital del convento de San Antón de Castrojeriz, los enfermos mejoraban con el pan de trigo candeal que se les ofrecía.

Era costumbre colgar los despojos amputados, a modo de exvotos, en los hospitales de los antonianos. Para amputar las extremidades gangrenadas, sentaban a los enfermos en una silla, les colocaban un velo negro sobre la cara, ofreciéndoles un preparado a base de opio, uva de lobo, beleño negro y mandrágora. En la boca les colocaban una esponja humedecida de vinagre y un trozo de cuero para que apretasen los dientes. Cuando el enfermo perdía el conocimiento, el cirujano cogía una sierra, que estaba depositada en un brasero, y cortaba la extremidad gangrenada. Estos cirujanos eran laicos, pues el Concilio de Letrán de 1215, prohibió a los clérigos llevar a cabo intervenciones sangrantes.

La Orden de San Antonio Abad debió llegar a Calatayud a fines del siglo XIII o principios del XIV, estableciéndose a extramuros de la ciudad, al otro lado del puente de la Tablada. Allí fundarían su priorato, con casa hospital, cementerio, una leprosería y las ermitas de San Lázaro y San Antón. Aquel puente se denominaría luego del Pontazgo, por la tasa que había que pagar para cruzarlo, y más tarde de San Lázaro. En el último tercio del siglo XVI ya funcionaba la Cofradía de San Antón, que todavía subsiste en la actualidad, ubicada en el Santuario de la Virgen de la Peña. En este siglo, los antonianos ya ocupaban su convento dentro de la ciudad, perteneciente a la parroquia de San Martín, en el que disponían de una pequeña iglesia. Borrás Gualis y López Sampedro cuentan en su guía, que las dominicas del convento de Ariza, fundado por José Palafox en 1611, se trasladaron a Calatayud en 1616, instalándose en el convento de San Antonio Abad. Más tarde, como hemos visto, ocuparían la parroquia de San Pedro de los Serranos, en la actual Plaza de Costa, anteriormente llamada Plaza de San Antón o Plaza del Rey, pues en esta plaza se localizaba el palacio de los Fernández de Heredia, en el que tenían costumbre hospedarse los reyes. De ahí deriva el nombre de esta plaza y la razón de las cadenas a la puerta de este palacio.

En España, esta orden de los antonianos fue extinguida por una bula del papa Pío VI, del 24 de agosto de 1787, a petición de Carlos III. Fue publicada en el convento de Olite el 25 de mayo de 1791. Los religiosos antonianos quedaron reducidos al estado secular, siendo privada la orden de las iglesias, casas, bienes y derechos. A partir de esta fecha, el templo de los antonianos bilbilitanos pasaría a depender de la parroquia de Santiago. Antes de su ruina total, a mediados del siglo XIX, el retablo mayor, dedicado a San Antón, se trasladó a la Virgen de la Peña y el de la Virgen de la Cabeza a la colegiata de Santa María. El retablo de San Antón, debido a Gabriel Navarro, desapareció a causa del incendio del 9 de diciembre de 1933. Sólo se salvó la imagen del santo titular, que fue restaurada por la Casa Font de Madrid.

En 1813 y 1820, la ciudad de Calatayud estudió la posibilidad de establecer unas escuelas pías, para la enseñanza de primeras letras y Gramática, buscando acomodo a los padres en la casa de los frailes antonianos, que en 1820 estaba ocupada por los clérigos menores, mientras se restauraba la suya, destruida a causa de la guerra.

La orden de San Antonio Abad comenzó a declinar, al desaparecer la causa de su existencia, el fuego del infierno o fuego de San Antón. Tras su extinción, se conservaron algunas costumbres, como la de sacar a los cerdos por las calles con campanillas, para que los vecinos los cebaran, las rifas de cerdos o lechones, para beneficio de algún hospital o hermandad, como venía haciendo la Cofradía de las Benditas Almas del Purgatorio, establecida en la iglesia del convento de San Francisco, la matacía por la festividad de San Antón, ya cercano el carnaval, las hogueras para su día y la bendición de los animales a las puertas de iglesias y ermitas.

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