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Torres inclinadas

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Aunque no tan famosas como la de Pisa, en Aragón encontramos torres inclinadas en San Juan de los Panetes de Zaragoza, Alagón, Alcañiz, Ateca, Pradilla, San Pedro de los Francos de Calatayud y San Martín de Teruel. La Torre del Reloj de Ateca fue levantada sobre un torreón de una antigua fortaleza, allá en 1560, obra de los maestros Maese Domingo y el morisco de Terrer Ameçot. Madoz ya apuntó en su Diccionario su inclinación hacia poniente. La torre de San Pedro de los Francos de Calatayud se desmochó en 1840, pues peligraba la vida de la familia real, hospedada en aquella ocasión en el palacio del barón de Warsage. Pero quizá la torre inclinada más famosa fue la Torre Nueva de Zaragoza. Su construcción fue acordada por los jurados del municipio en 1504, debido a la necesidad de tener un reloj y una campana que se oyese en toda la ciudad, para el gobierno de los tribunales, enfermos y vecinos. La misma utilidad tenía la Torre de los Vientos de Atenas, del siglo I antes de Cristo, con sus ocho caras orientadas a cada punto de la rosa de los vientos. Las obras de la Torre Nueva, llevadas a cabo con los dineros de las sisas, duraron 15 meses, aunque las actuaciones siguieron hasta 1512. El responsable fue Gabriel Gomvao, con Juan de Sariñena, Ezmer Ballobar, Maestre Monferriz e Ince de Gali. Se sabe que se reparó en 1680, año en que el Concejo pagaba a tres sacerdotes para que, desde la Cruz de Mayo a la Cruz de Septiembre, exconjurasen desde lo alto de la torre las nieblas y los nublados. Pero ya en 1741 los vecinos manifestaron su temor por la inclinación. Es entonces cuando se mide su desviación de 2,67 metros, inclinación que no varía cuando el consistorio acuerda su derribo en 1892. En 1858 se maciza el interior de la torre y se reviste el exterior de la base con piedra de Calatorao. En 1891, los arquitectos de la Comisión de Monumentos provincial, Mariano López y Félix Navarro, aseguraban que aunque la muerte no era inmediata, no era lícito esperar su caída ni recrearse en su agonía. Ante el mal presagio, los hermanos Anselmo y Pedro Gascón de Gotor lanzan a la calle 6.000 hojas con orla negra que titulan: Las Bellas Artes zaragozanas están de luto. La iniciativa de defensa de la Torre Nueva fue duramente criticada por la prensa local, salvo por el Diario de Avisos y La Alianza Aragonesa. Aún hubo otro manifiesto y en 1892 la constitución de la asociación ciudadana pro defensa de la Torre Nueva. En el número de 30 de abril de 1893 de la España Ilustrada, antes Semanario Ilustrado (1893-1896), que dirigía Anselmo Gascón de Gotor, se publican varios trabajos referidos a la Torre Nueva. Anselmo Gotor hablaba de turrófilos y turricidas. Entre los primeros destacaban los hermanos Gascón de Gotor, Desiderio de la Escosura, Luis Royo Villanova, Marceliano Isábal y Moneva y Pujol, que escribía: "¡Dios mío! Tanto destruir... ¡Y tan poco edificar!". Entre los turricidas estaba el consistorio zaragozano, de mayoría republicana posibilista, su jefe político Joaquín Gil Berges, que vivía en la plaza de San Felipe, los hermanos Navarro Pérez, propietarios de una tienda de ultramarinos en la misma plaza, José Montañés, dueño del edificio Fortea, Agustín Paraíso, dueño de la finca número 1 y Conrado Aramburo, licorero.

Natividad y María Aubá Estremera editaron en el año 2001 un curioso álbum de la Torre Nueva, con 28 imágenes desde 1815 hasta 1900, que pertenecen a la colección de Enrique Aubá. Un grabado de 1835, debido al pintor Robert David, muy parecido al de Celestin Manteuil, que ilustra La España pintoresca, artística y monumental de Cuendias y Féréal (1846), reproduce la Torre Nueva, con la calle Torrenueva, desde el emplazamiento de la actual farmacia Aubá, según afirma J. Pascual de Quinto en un artículo en Heraldo de Aragón de 1984. Gustavo Doré realiza otro grabado de la Torre Nueva, cuya inclinación no corresponde con la realidad, que reproduce el libro España del barón Davillier, de 1874, y el Diccionario de Madoz. A un lado de la torre aparece la cúpula de la desaparecida iglesia octogonal del Temple, dedicada a Ntra. Sra. del Temple, una Virgen Negra, levantada entre 1204 y 1207 y demolida hacia 1860, a raíz de la exclaustración de 1835. El último comendador templario de Zaragoza capital fue fray Ramón Oliver, que tras la disolución de la orden, por la bula de Clemente V, Vox in excelso, de 1312, siguió viviendo con sus compañeros que no quisieron integrarse en otra orden. La Orden de San Juan, habitualmente enfrentada al Temple y heredera de sus bienes en Zaragoza, le concedió una pensión vitalicia de 3.000 sueldos barceloneses. Tenía derecho a escudero y a disponer libremente de bienes y dinero. Fray Ramón Oliver, que murió a los 95 años hacia 1330, ordenaba en un documento de 1321 que cada año "se den seis cirios de dos libras y media a la capilla del Temple, para que ardan en las cuatro fiestas principales de Nuestra Señora".

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