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La luz eléctrica en Calatayud

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | José María López Landa (1878-1955) escribe en su Historia de Calatayud para escolares, premiada en los Juegos Florales de Calatayud de 1946 y prologada por su discípulo Pedro Montón Puerto en la única edición de 1979, que la primera vez que se vio la luz eléctrica en Calatayud fue durante unas fiestas de la Virgen de la Peña, en el escaparate de la antigua botica de Artieda, que regentaba entonces Benito Vicioso, que fabricó unas pilas húmedas con cuatro pucheros e ingredientes de su farmacia. Aquella luz mortecina que daba una pequeña bombilla de filamento de las primitivas de Edison, sorprendió a propios y a extraños, pues pocos podían creer que aquella luz no desprendiese humo ni mal olor. López Landa apunta que aún pasaron bastantes años hasta que se pudo montar una central eléctrica en Calatayud.

Según señala Juan J. Mateo Martínez, en su artículo dedicado a la historia de la Biblioteca "Baltasar Gracián" de Calatayud, impreso en las actas del III Encuentro, López Landa publicó en 1950 un trabajo que glosaba la figura de Benito Vicioso, a quien consideraba con razón sabio bilbilitano, "tan humilde como austero, que vivió continuamente oscurecido e injustamente menospreciado", según recoge en su historia para escolares. Benito Vicioso y Trigo había nacido en Calatayud en 1850. Con el tiempo ejercerá como químico en las azucareras de Calatayud y Gallur y como farmacéutico en Calatayud.

El alumbrado público de Calatayud se inauguró el 1 de octubre de 1894, a eso de las seis de la tarde. Al día siguiente apareció una reseña firmada por José Osés en el periódico zaragozano La Derecha, refiriéndose a este importante acontecimiento ocurrido en Calatayud. Por él sabemos que el alumbrado de petróleo se había sustituido por 167 lámparas de 16 bujías cada una. Este logro se debía, principalmente, al alcalde de la ciudad José Lafuente que, aunque llevaba solamente nueve meses en el cargo, tenía declarada una lucha sin cuartel contra la penuria de las arcas municipales. En este corto mandato, la Corporación municipal ya había acometido tres empresas: las obras de la cárcel, el ensanche del cementerio y el ya citado alumbrado público. El cronista escribía: "El milagro se explica sabiendo que a sus energías de liberal convencido, de verdadero liberal, acompañan los esfuerzos de una minoría republicana que lleva en el Ayuntamiento la representación más exacta y genuina del pueblo y que a sus ideas sanas y honradez indiscutible, van unidas la confianza y las simpatías de la población". Y continuaba: "En la empresa acometida de dotar a Calatayud de alumbrado eléctrico, el Ayuntamiento ha sabido aparejar el progreso con una economía de más de 3.000 pesetas, obtenida sobre los anteriores contratos". Después de bendecidas las máquinas, tomaron la palabra el alcalde José Lafuente y el juez de primera instancia Ramón Ferrán. También estuvieron presentes en el acto Pedro Giráldez, en representación de la empresa, y los señores Larripa y Ruiz, teniente coronel de la zona. El cronista reseñaba que el aperitivo fue servido por los señores Sancho y Lisbona.

El cronista del acto alababa la labor del modesto oficial de telégrafos Pedro Giráldez, que había dirigido los trabajos de instalación, y del montador Ramón Casulleras, que pertenecía a los talleres del señor Muntadas de Barcelona. La máquina constaba de 2 dínamos con 155 amperios, 120 voltios y 800 revoluciones, siendo impulsadas por un motor hidráulico, con 3 turbinas de 65 caballos de potencia, llevando sus corrientes a una red de 600 lámparas de 16 bujías cada una. La fábrica estaba situada a cien pasos de la ciudad, en la propiedad de Prudencio Sancho.

Con razón el cronista afirmaba: "Calatayud ha dado un paso más en el camino de su progreso. Acaso no tardará mucho en consignar nuevos adelantos en la historia de su mejoramiento natural. A poblaciones como Calatayud, que vive de las propias iniciativas, debe saludárselas con respeto".

López Landa recuerda en su mencionada historia que el viejo alumbrado de petróleo de Calatayud no se encendía las noches de luna, o sea, las que venían marcadas en el calendario, aunque luego estuviese nublado o lloviendo. El aceite mineral que alimentaba a cada farola sólo duraba hasta la media noche. Por tanto cuando el público salía del teatro, después de asistir a la representación de una comedia o de un verdadero dramón romántico, la ciudad ya estaba a oscuras. López Landa recoge que, ante tal contrariedad, varios criados de las mejores casas de Calatayud esperaban a sus señores con grandes faroles de dos velas, para alumbrarles hasta el domicilio.

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