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El milagro de San Babil

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | El escritor bilbilitano Juan Blas y Ubide recogió de la cultura popular un suceso acaecido en Illueca, que él, con ánimo de no lastimar susceptibilidades, trasladó al imaginario pueblo de Albudea. Y con el título de El milagro de Albudea, escribió un cuento que incluyó con diez más en su libro Las Caracolas, publicado por la Biblioteca Argensola hace exactamente noventa años. Y así escribía: "La plaza de la Iglesia rebosaba de gente; las mujeres se apiñaban en las ventanas y los chicos en los tejados y en las tapias, para ver mejor.

La procesión estaba ya en marcha. El pendón azul de la Hermandad había doblado la esquina de la calle Mayor, y el grupo de cofrades cubiertos con sendas capas de paño recio y empuñando largas y pintadas varas se perdía a lo lejos. Dos hileras de fieles con cirios en la mano hendían la apiñada muchedumbre y en la puerta del templo de par en par abierta, apareció, literalmente cuajada de ramos y guirnaldas de flores y de frutos, la peana del Santo Patrón del lugar, cuya efigie parecía sudar, abrumada bajo el peso de la exuberante cosecha.

Las campanas repicaron entonces con velocidad delirante, los cohetes se sucedían sin interrupción y un clamor formidable en que se fundía con los latidos del bronce y los truenos de la pólvora el rumor de mil gargantas humanas, sosteniendo el final de un ¡vivaaaaa! en calderón interminable, se elevó a los cielos como la erupción de un volcán".

San Babil o San Babilas, patriarca de Antioquía que murió martirizado, tiene en Illueca una ermita, donde recibe veneración de los vecinos, no lejos del castillo donde nació Pedro Martínez de Luna, Benedicto XIII, y donde descansó por mucho tiempo el sueño reparador de los justos. Así lo confirman Ustarroz y Ambrosio Bondia. Pero por azares del destino, la Guerra de Sucesión llevó hasta Illueca a las tropas francesas que apoyaban a Felipe de Borbón, y que destrozaron la tumba y la momia, quizá para hacerse con el Pontifical, quedando solamente el cráneo, con el que acaso hicieran el monólogo del príncipe Hamlet o tal vez pusieran voz a sus palabras del libro Consolaciones: "Cierto es que toda gloria mundana es engañosa et toda fermosura es vana, la cual vanagloria muy brevemente es demostrada cuando el muy alto Señor Santo Padre es coronado; ca entonce encienden una estopa e la lanzan en alto así encendida, e luego es consumida e dan grandes voces diciendo: Ansí pasa la gloria de este mundo".

Pues bien, la ermita del santo es muy visitada para pisar una baldosa que, según el sentir popular, proporciona felices augurios. También el 24 de enero, día del Santo, se celebra la procesión que estaba narrando el cuento en cuestión. Y aquí estábamos cuando el badajo de la campana se desprende y cae sobre la gente que ocupa la plazoleta de la iglesia, matando a un hombre. La confusión cunde entre los presentes y algunas murmuraciones se llegan a oír contra el Santo Patrón. Pero las autoridades descubren a tiempo al infeliz, un pobre pastor del vecino pueblo de Cifuentes. Y para tranquilizar al personal, el alcalde manda pregonar lo ocurrido y el triste final de aquel forastero. Tras él, un aplauso y un clamor general recorre la villa: "¡Milagro! ¡Milagro! ¡S'ha caído el badajo y ha matau un forastero! ¡Milagro! ¡Milagro!".

Igual suerte corrió el mozo Tiburcio Sebastián, natural de Cosuenda. En la misma fachada de la iglesia, una placa de cerámica, apedreada por los mozos del pueblo con mejor puntería, recuerda aquel infausto día de San Miguel Arcángel. Tiburcio Sebastián nació el 11 de agosto. Murió a las 5 del 29 de septiembre de 1858 de desgracia de campana. El milagro no pudo repetirse porque a lo mejor no había ningún forastero cerca o porque estaba de ocurrir, como dice la gente, con más razón que un santo. Y el que no se consuela es porque no quiere.

Ni que decir tiene que la campana no pudo repicar en el entierro del desgraciado mozo. En la Consueta del campanero de la Seo de Zaragoza se dice: "A muertos de cavildo si es al Pontifice, Rey, al Ilustrisimo Arzobispo o capitulares, o personas Reales, se comienza a vandear la campana Valera, Vicenta y Lorenza, y se tañe gran rato, después se deja caer la Valera, y la tocan a golpes.

Pagase por el entierro veinte y siete Reales, y por las honras otro tanto. A los que no son de los susonombrados no se tañe la campana Valera sino a golpes, començando con la Vicenta, pero las demas como a los otros y el precio es el mismo.

A los Difuntos ordinarios las cinco campanas menores y si es pobre las tres menores".

Ya lo dijó Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, en su Libro de Buen Amor, título que propuso Menéndez Pidal con general aceptación de todos:

"Si tovieres dineros, avrás consolaçión,
plazer e alegría, e del para ración;
conprarás paraíso, ganarás salvaçión:
do son muchos dineros, es mucha bendición".

Lo dicho.

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