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El reloj de sol de Purroy

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Según las útiles enciclopedias, fue Anaximandro el que inventó el gnomon o reloj de sol. Este filósofo fue discípulo de Tales de Mileto y tenía ideas algo monumentales, ya que concebía a la tierra como fuste de columnas, y también bastante originales, pues afirmaba que el hombre procedía del pez por evolución.

En el hoy ruinoso caserón que poseía el barón de tal nombre en Purroy, a modo de torre de campo entre árboles de frutas sabrosas y siempre saludables, a la ribera del Jalón, enfrentado al caserío apiñado en un alcor, destaca un reloj de sol en perfecto uso. Se trata de una baldosa de cerámica, salida de los alfares de Sestrica. En su parte superior y con letra de pendolista adelantado se puede leer, no sin cierta dificultad: "José Esteras me fecit. Sestrica. 1702". Sobre el barro se dispusieron las horas y las medias, con pulso asegurado y resuelta determinación, según el arte del nomonista mencionado. Doce horas distribuidas en el perímetro de la cerámica, doce horas de merecida luz, como en los equinoccios de primavera y de otoño. Las cuatro horas primeras de la mañana a la izquierda, las cuatro horas postreras y soleadas de la tarde a la derecha, con las cinco horas centrales de la jornada en el medio, en la parte inferior de la placa de cerámica, y el vástago con la inclinación necesaria y conveniente.

El señorío y baronía de Purroy fue fundado y organizado por Juan Martínez de Luna, que hizo el número nueve de los señores de Illueca, para su segundo hijo Juan de Luna y Urrea, cuyo hijo, Juan de Luna y Celdrán, fue procesado y ejecutado a consecuencia de las alteraciones de Aragón de 1591, de infausto recuerdo.

Lupercio Leonardo de Argensola, por propios y utilísimos méritos Cronista real de la Corona de Aragón y cronista de Aragón, escribió de parte de la razón un libro enjundioso y en extremo provechoso, con palmario encabezamiento: Información de los sucesos del Reino de Aragón en los años de 1590 y 1591, en defensa de don Fernando de Aragón, conde de Ribagorza y duque de Villahermosa, que murió en la prisión de Miranda de Ebro, amparado por el misterio, como consecuencia de tan acalorados sucesos.

En el mismo día, a la misma hora y en mulas enlutadas, pasearon a los condenados por varias calles zaragozanas. Y en un tablado, colocado enfrente mismo de la cárcel de los manifestados, el verdugo cortó las cabezas de Diego de Heredia, Juan de Luna, Francisco de Ayerbe y Dionisio Pérez, que eran hidalgos, dando garrote a Pedro de Fuertes. La cabeza de don Juan de Luna se clavó sobre la puerta de la Diputación. La justicia proveyó asimismo el derribo de una casa que tenía Juan de Luna en Purroy, lugar que fue confiscado, pasando a manos del duque de Lerma, quien vendió muy oportunamente a Juan de Chávarri y Larram, merino perpetuo y justicia de la ciudad de Estella, Roncar y Canales, en 1608, poco antes de la forzosa salida de los moriscos.

Igual que el viento es el aire en movimiento, según las más rancias enciclopedias escolares, la historia es la memoria en movimiento de los hombres avenidos a razones, la vida en movimiento con sus más inútiles justificaciones y disculpas, la piedra en movimiento que, al quedar libre de la onda del pastor, descalabra la libertad y troncha la más tierna y montaraz confianza. Y mientras el sol impone la jornada y el reloj silencioso del barón de Purroy da las horas, el hombre trabaja y labra, ganando el escaso pan con el sudor de sus inseguridades y fracasos, frente a las inclemencias de los cielos y las gabelas del señor. Menos mal que Alonso de Herrera, en el prólogo de su Obra de Agricultura, publicada por vez primera en 1513, que dirigió a don Francisco Ximénez, arzobispo de Toledo y cardenal de España, dejó escrito: "Labrar el campo es vida santa, vida segura, de si mesma llena de inocencia, y muy agena de pecado, y no se quien pueda decir, ni contar las excelencias, y provechos que el campo acarrea. El campo, no ay rencores, ni enemistades. En el campo, mas se conserva la salud, por donde la vida mas se alarga. Y puedese decir la vida del campo a quien gustan della, vida quita de pecados, y quita pesares. O vida del campo ordenada por Dios, y no era menester decir mas en sus loores, que en esto se encierra toda su perfección".

Los cielos organizando y desorganizando, el sol ordenando y desordenando, el tiempo favorable o desfavorable y la historia apremiando o moderando, según. Gracián ya apuntó con indudable agudeza: El tiempo y yo, a otros dos. Y acabó poniendo en limpio: "La misma fortuna premia al esperar, con la grandeza del galardón". Pues eso.

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