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Robert Gillon y el Tío Pedro


FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Robert Paul Raymon Gillon había nacido en Courtrai, Bélgica, el 10 de diciembre de 1884, falleciendo en el mismo lugar el 25 de julio de 1972. Abogado de profesión, fue militante del Partido Liberal, siendo presidente del Senado belga en tres ocasiones: 1939-1947, 1949-1950 y 1954-1958. Posteriormente desempeñó la cartera de Estado (Asuntos Exteriores).

Fue un destacado hispanista. Visitó España en varias ocasiones, escribiendo algunos libros. El diario ABC informaba el 23 de septiembre de 1949 de su viaje a España, señalando que su objeto era reunir información para terminar algunas de sus obras. Fue fundador y presidente de Honor de la Asociación España-Bélgica, siendo distinguido con la Medalla de Plata de Segovia, que le fue impuesta por el embajador de España en Bruselas en 1968, así como el "Acueducto de oro". Una de sus obras estaba dedicada a esta ciudad. En 1964 se le concedió la Orden del Mérito Civil y fue académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Editó cinco tomos de sus Silhouettes espagnoles. En el tomo IV, publicado en Bruselas en 1954, se incluye un capítulo dedicado al castillo del Papa Luna de Peñíscola y otro a su visita a Saviñán, que titula "Saviñan et le tío Pedro".

Robert Gillon y sus amigos viajaron en coche desde Huesca a Zaragoza, donde tomaron la carretera general de Madrid a Barcelona, que era poco interesante, aunque excelente. Desde El Frasno se dirigieron a Saviñán, un pueblo de apariencia modesta, coronado por un castillo bastante ruinoso, según escribía. Esta vez los viajeros no querían visitar viejas piedras, sino el cráneo del Papa Luna que, según sus investigaciones, se guardaba en el palacio. Los viajeros no sabían si podrían visitarlo, pues el palacio podía estar abandonado o al cuidado de un conserje que no tuviera autorización para dejarlo ver.

El sacristán de la parroquia les condujo hasta el palacio, delante de una plaza llena de luz. Gillon escribía que el palacio era un edificio macizo y sólido, con una puerta arqueada, coronada con un hermoso escudo. A ambos lados, los grandes ventanales enrejados le recordaban las casas consistoriales de Jaca. La puerta del palacio se encontraba abierta y un muchacho vestido de blanco estaba a punto de entrar. El palacio se encontraba habitado y podrían hacer realidad su deseo de ver el cráneo del Papa Luna.

Los curiosos viajeros fueron recibidos por José Ignacio Olazábal y Bordíu, al que confiaron su deseo. Olazábal les llevó a una sala amplia y alargada, con una ventana al fondo. Gillon escribía que el piso tenía viejos azulejos. De las paredes colgaban grandes cuadros de tonalidades sombrías, inspirados en Ribera y en su maestro Caravaggio. Hermosos muebles y un brasero completaban la decoración. Sobre una mesa se amontonaban papeles viejos y pergaminos. Hacia la mitad de la sala, en su lado izquierdo, se abría un oratorio. Junto a la puerta del oratorio, en un armario donde se guardaban varios utensilios utilizados para el culto, se encontraba un pequeño armario portátil, en cuyo frontón aparecía el escudo de los Luna, un cruasán con los cuernos curvados hacia abajo. Olazábal abrió el armario y allí encontraron el cráneo del Papa Luna, que los miraba con un ojo de cíclope. El otro ojo y la nariz habían desaparecido. La piel, completamente bronceada, estaba adherida al hueso. Gillon quiso ver en el semblante del Papa Luna un gesto de enfado. Olazábal lo llamaba familiarmente el tío Pedro.

Gillon se interesó por las vicisitudes que habían llevado al cráneo del Papa Luna a este palacio y José Ignacio Olazábal le contó que Benedicto XIII había sido enterrado en la iglesia del castillo de Peñíscola, pero al cabo de un tiempo había sido exhumado para trasladarlo al castillo de Illueca, donde había nacido. Gillon y sus acompañantes no conocían el castillo de los Luna de Illueca, pues no habían encontrado información de él en ninguna parte. Olazábal les invitó a que lo hicieran, pues estaba a poca distancia de Saviñán. Los viajeros prometieron visitarlo al día siguiente, de camino a Borja y al monasterio de Veruela.

Olazábal recordó a los viajeros que estaba escrito que Benedicto XIII no encontraría nunca reposo y durante la Guerra de Sucesión española, los franceses habían profanado su tumba en el palacio de Illueca, en busca de joyas. Pero al no encontrarlas, los soldados decepcionados habían arrojado su cuerpo por una ventana del palacio. Con la caída, los huesos del Papa Luna quedaron reducidos a polvo, excepto el cráneo, que unos fieles sirvientes de la familia lo habían trasladado a Saviñán. Olazábal deseó que este palacio fuera su última morada.

Gillon llevaba en bandolera su cámara fotográfica y Olazábal le invitó a fotografiar el cráneo del Papa Luna. La luz era muy débil en el oratorio y el pequeño armario con el cráneo fue llevado con cuidado a la sala y lo colocaron sobre un taburete, cerca de la ventana. Gillon conocía bien la historia que rodeaba la figura del Papa Luna. Escribía que los cuatro cardenales fieles a Benedicto nombraron en cónclave a Gil Muñoz, que más tarde renunciaría a la tiara papal. Y añadía que su cráneo se conservaba en Teruel, embalsamado en una urna. Todavía podía verse antes de la guerra civil en la sala capitular de la catedral.

Olazábal les invitó a desayunar, pero Gillon y sus acompañantes declinaron su invitación, pues tenían que seguir su ruta hacia Calatayud y Daroca, donde querían ver los Corporales. Antes de marchar, Olazábal les invitó a que probaran dos vinos de la casa. Gillon escribía que uno de ellos era muy agradable, pero el otro era superior en calidad. La familia lo había bautizado como Tío Pedro. Gillon recordó el famoso vino de jerez llamado tío Pepe. Los viajeros lo bebieron con agrado. Estaba delicioso.

Allí José Ignacio Olazábal les presentó a su familia. Estaba compuesta por su mujer y seis niños, cinco muchachos y una chica. En las notas finales del libro, Robert Gillon publicaba un cuadro genealógico desde el infante Ferrench, hasta José Ignacio Olazábal y Bordíu, por medio de los Martínez de Luna, López de Mendoza, Fernández de Heredia, Sanz de Cortes, marqueses de Villaverde, Muñoz de Pamplona, condes de Argillo, Garcés de Marcilla y Bordíu. José Ignacio Olazábal había contraído matrimonio con María Rosa de Castro y Cavero, siendo padres de José Javier (1935), Pedro María (1937), María Rosa (1938), Ignacio y Carlos (1940) y Luis (1942).

La cata de los vinos de la casa había tenido lugar en el comedor, que estaba revestido con azulejos del siglo XV, muy superiores a los de La Seo o de la Aljafería, según el parecer de Gillon. De las paredes colgaban cuadros convencionales con reyes e infantes de la casa de Habsburgo. Gillon reconoció a Felipe III, Felipe IV, Margarita de Austria, el cardenal infante, que fue gobernador de los Países Bajos, y una princesa desconocida de la casa de Austria. Olazábal les enseñó también una pequeña pintura sin firma que representaba una admirable cabeza de Cristo y Gillon, aunque no era un entendido, la atribuyó al divino Morales, pues era una composición admirable. Aquel mismo día había visto en Zaragoza un cuadro que parecía ser del mismo autor, que el catálogo lo consideraba como un auténtico Morales.

Pero la conversación volvió a sus cauces. Los viajeros se enteraron que el Papa Luna tenía antecesores árabes y las armas de la familia Luna, que había adoptado don Bacalla en el siglo XII, eran una media luna, el emblema del Islán. Gillon apuntaba que Bacahalla era una corrupción de un apodo árabe que significaba cerca de Dios. Don Bacalla, según Gillon, era hijo de Martín Gómez. Gillon escribía que en 1054 Aragón y Castilla se disputaron la posesión de la villa de Calahorra. Los reyes Ramiro I y Fernando I, en lugar de movilizar a sus tropas, prefirieron resolver su disputa recurriendo a una especie de juicio de Dios. Los dos reyes eligieron a dos caballeros que pelearían en duelo en un campo cerrado, pues ambos eran hermanos y no quisieron pelear entre ellos para no cometer fratricidio. Fernando de Castilla eligió a Rodrigo Díaz de Vivar, conocido más tarde con el nombre de El Cid Campeador. Ramiro de Aragón confió en Martín Gómez, pero su caballo le jugó una mala pasada y Calahorra fue adjudicada a Castilla. Así lo refería la crónica de Vidal de Canellas, obispo de Huesca, y Jerónimo Zurita en sus Anales. Sin embargo los historiadores contemporáneos ponían en duda que El Cid, nacido en el año 1043, pudiera ganar a un consumado caballero con solo once años. Gillon apuntaba que El Cid de Corneille declaraba: para las almas biennacidas/ el valor no espera el número de años. A Gillon le parecía también precoz la hazaña del Cid.

En memoria de este trágico duelo, los descendientes de Martín Gómez habían agregado Martínez a su apellido Luna. Gillon afirmaba que Martín Gómez era bisnieto del infante Ferrench, hermano del rey de Pamplona y primer rey de Sobrarbe. También conversaron del famoso condestable Álvaro de Luna, el favorito de Juan II de Castilla, cuya memoria estaba muy viva en la provincia de Segovia, tierra muy querida por Gillon, y del hermano mayor de Benedicto XIII, Juan Martínez de Luna, y de sus dos matrimonios.

Los viajeros tomaron algunas fotos en el jardín del palacio y bajo el escudo de los Muñoz de Pamplona. En el libro se incluyó la fotografía del cráneo del Papa Luna en su urna y sobre un taburete, otra de la familia de José Ignacio Olazábal asomada a las rejas del palacio y otra del palacio de Illueca. Por medio de un coleccionista hemos adquirido dos fotografías de Robert Gillon. En una de ellas, tomada la tarde del domingo 17 de septiembre de 1950, aparece la familia de José Ignacio Olazábal a las puertas del palacio, con algunos muchachos curiosos alrededor. Y la otra del palacio de Illueca, que se incluyó en el libro, tomada al día siguiente, en su viaje hacia Borja.

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