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El nieto de Marcial

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Manuel Bescós Almudévar, Silvio Kossti (Escanilla, Huesca, 1866 - Huesca, 1928), fue amigo y discípulo de Joaquín Costa. Este abogado, propietario, almacenista de vinos, accionista y gerente de la hidroeléctrica de Huesca, miembro y presidente de la Cámara de Industria y Comercio local, a la que consiguió adherir a los proyectos políticos de Costa, estudió con los jesuitas y más tarde Derecho en Zaragoza y Madrid.

En 1906 fue operado de una hernia por Joaquín Montestruc y Ricardo Royo Villanova. A causa de este postoperatorio escribió Las tardes del sanatorio, que será impresa en 1909 por la Tipografía Blasco de Zaragoza, con pie editorial de la madrileña de Fernando Fé, que mereció elogios de Jacinto Benavente, quien dijo que se trataba de un libro "de muy agradable y sabrosa lectura; libro que sabe a vida, entre tantos que sólo saben a libros". Bescós hizo imprimir a sus expensas 1.300 ejemplares, por el precio de 968,45 pesetas. Esta novela fue reprobada por el obispo de Huesca en un decreto publicado en el Boletín Eclesiástico del Obispado de Huesca del 15 de junio de 1909, pues su "asunto es la negación del alma y del libre albedrío, la afirmación y defensa del materialismo, la necia pretensión de prescindir de Dios y de toda religión positiva, la burla de cuanto se refiere a la Iglesia e institutos religiosos, cuentos y situaciones pornográficos, y el desatinado empeño de convertir al mundo al antiguo paganismo, doctrina contraria al dogma católico, venimos en condenarlo y prohibir su lectura a todos nuestros diocesanos; y mandamos entregar los ejemplares que alguno tuviere, a su confesor o párroco para ser inmediatamente destruidos". Juan Soldevilla, arzobispo de Zaragoza, condenaba también el libro en el Boletín de su archidiócesis dos días después. La Editorial Guara editó en 1981 Las tardes del sanatorio, con una interesante introducción de José-Carlos Mainer. Durante esta misma convalecencia comenzó a escribir algunos de sus Epigramas, impresos por la viuda de Leandro Pérez en 1920, bajo los auspicios editoriales de la madrileña Pueyo. Estos epigramas llevaban la siguiente dedicatoria: "En memoria del lejano abuelo Marco Valerio Marcial de Bilbilis, elegantísimo y cáustico poeta de Roma, bajo los Césares, desde Nerón a Domiciano", pues según Bescós, Marcial le había inspirado estos cantos. En ellos encontramos elegías dedicadas a sus amigos Joaquín Montestruc, Juan Pedro Barcelona, escritor y periodista republicano muerto en Zaragoza el 20 de octubre de 1906, debido a las heridas causadas en el duelo mantenido con el escritor republicano y luego monárquico, Benigno Varela, y Joaquín Costa, que sirve de epitafio en su tumba de Torrero. Tampoco faltan las críticas a sus enemigos ni al catolicismo, al que llama "religión maloliente… que has establecido tan contadas piscinas y todas milagreras". De la bandera patria dice que si "a un toro bravo se le lleva a la muerte con un trapo rojo, un trapo rojo y amarillo basta para llevar a la muerte a un español". Bescós retiró sus Epigramas del mercado, pues sus opiniones antibelicistas podrían perjudicar la carrera militar de dos de sus hijos. En el mismo prólogo el autor ya le auguraba a estos Epigramas "la indiferencia y el silencio cuando no la agrura y hieles de una crítica despiadada". En 1999 La Val de Onsera editó estos Epigramas que tantos problemas causaron a Bescós, con prólogo de Juan-Carlos Ara.

Bescós murió el 1 de diciembre de 1928. El Diario de Huesca silenció su muerte y Montearagón se felicitó "por la última conversión a la buena senda del finado". La Voz de Aragón, donde colaboró Bescós, publicó el día 3 una emocionada necrológica debida a José María Lacasa, que lo recordaba como persona "de trato suave, delicado, señoril. Alto, pulcro y distinguido, su figura física se correspondía cabalmente con la formación de su espíritu". El mismo día El Sol publicó una "Nota de la redacción", debida quizá a Ramón J. Sender. En ella se hablaba de la edición de los Epigramas dedicados a Marcial, "bajo cuyos auspicios impertinentes lo sacaba a la calle". El libro "daba impresión de mordacidad y de melancolía con cierto regusto clasicista".

En el epigrama XCI, el autor nos relata su sueño de fundar en una isla apacible un convento laico. En este refugio sería "Nuestro dios, Eros. Nuestra ley, natural. Nuestra regla, la del padre Epicuro". En una carta enviada por Bescós a Costa en 1901 escribía: "Deseo y me imagino una patria chica limitada por el Ebro, los Pirineos y los dos mares. Pero una patria chica sin caciques y con vistas a Europa. Si no ha de ser así, que venga el diluvio". Asimismo en el prólogo a sus Epigramas, Bescós dividía a la humanidad "en un rebaño incontable de bárbaros y una pequeña selección de helenos". Y acababa: "Entre estos últimos ¡oh Dioses inmortales! Permitid que conserve mi encantado rincón".


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