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Gatos y ratones

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Ruperto de Nola, en su antiguo y útil Libre de Coch o Libro de Guisados, con varias ediciones desde 1477, la más antigua, de la que Pérez Bayer conocía un ejemplar guardado en la biblioteca de Joaquín Ibáñez García de Teruel, recoge una receta de gato asado, pues era "muy buena vianda", y ya es sabido que en otro tiempo y en muchas posadas se servía gato por liebre. La cabeza del gato, según este cocinero del rey Hernando de Nápoles, no se comía, pues decía que "comiendo de los sesos podría perder el seso y juicio el que la comiese". Después de desollado, el animal se envolvía en un trapo de lino limpio y se metía bajo tierra, donde debía pasar un día y una noche. Luego, mientras se asaba al fuego, era preciso untarlo bien con ajo y aceite y azotarlo con una "verdasca", operaciones que se repetían simultáneamente hasta que estaba en su punto. Carlos Fisas confiesa en sus Historias de la historia, que comió ratas de sembrado en Medina del Campo, allá por 1939. Las cazaba a tiros un compañero de mili, experto tirador. Y aseguraba que la carne de estas ratas que se cazaban entonces en los rastrojos castellanos "es finísima y recomendable".

Un "ensienplo" que recoge el Libro de Buen Amor, relata lo que le aconteció al mur o ratón de Mohernando mientras comía en casa de un ratón amigo de Guadalajara. Primeramente el ratón de Guadalajara había visitado a su amigo de Mohernando, comiendo en aquella ocasión un haba, aunque "a los pobres manjares el plazer los repara". En Guadalajara el mur de Mohernando comió en manteles de lienzo: queso, tocino fresco, enjundias y pan cocido, todo a voluntad. Pero de pronto apareció la señora de la casa y los ratones tuvieron que huir. El ratón anfitrión entró en su agujero, pero el ratón de Mohernando corría de un lado para otro desorientado, sin encontrar escondrijo. Muerto de miedo se arrimó a una pared en penumbra, donde esperó temeroso a que la dueña se marchara. Una vez a salvo y al ser de nuevo invitado a seguir con el festín, el ratón aldeano replicó a su amigo que "Con paz e seguranza es rica la pobreza,/ al rico temeroso es pobre la riqueza:/ siempre tiene recelo e con miedo tristeza;/ la pobredat alegre es segura nobleza".

Este sencillo "ensienplo" del Libro de Buen Amor tiene mucho que ver con don Gil de Albornoz. Mohernando es un pequeño lugar no lejos de Hita. Este pueblo se asienta en un otero sobre el Henares y en su plaza se levanta una antigua picota. Este lugar pertenecía a la Encomienda de Santiago, pero cuando murió el Maestre de Santiago, su hermana doña Leonor de Guzmán, amante del rey Alfonso XI desde 1330, al que dio diez hijos, lo entregó a don Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo. Pero con la muerte del rey Alfonso XI en 1350, las cosas cambian con su sucesor Pedro I el Cruel. Doña Leonor de Guzmán será encarcelada en Sevilla, Carmona y Talavera, donde fue asesinada por su escudero Alfonso Fernández de Olmedo. Igual suerte corrieron varios nobles y altos personajes de la Corte, y por ello el arzobispo don Gil de Albornoz, que había sido primer consejero del rey Alfonso, no se siente seguro. Temeroso del nuevo rey y para evitar también la peste, se refugia en su fundación del convento de San Blas de Villaviciosa, cerca de Brihuega. Y es allí donde acuden un buen día dos emisarios del rey Pedro I con dos cartas, en las que el rey le pedía cuentas a don Gil sobre algunos beneficios irregulares, reclamando también la posesión de Mohernando, pues los Comendadores de Santiago, una vez caídos en desgracia doña Leonor y sus antiguos cortesanos, pedían al nuevo rey su posesión. Pero don Gil había sido avisado a tiempo y se refugia en la corte papal de Aviñón. Y allí lo encuentran los emisarios, que le entregaron las cartas, a las que don Gil respondió de una manera no muy convincente. Al poco tiempo don Gil será nombrado cardenal y nunca más regresará a España, muriendo en Viterbo el 23 de agosto de 1367. En su testamento que se guarda en la Biblioteca Nacional, dispuso que se le enterrara en Asís y que permaneciera allí su cuerpo mientras durara "la indignación del Rey presente o de otro de Castilla contra su linaje".

Según Sáez-Trenchs, Juan Ruiz o Rodríguez de Cisneros, a quien identifican con el autor del Libro de Buen Amor, acompañaba a don Gil en su retiro de Villaviciosa y también en Aviñón. Por tanto conocía las razones del exilio de don Gil y su relación con Mohernando y los Comendadores. El mur de Mohernando, como don Gil de Albornoz, pensaba que "con miedo de la muerte la miel non es sabrosa" y prefería "roer faba seguro e en paz/ que comer mil manjares corrido e sin solaz". La proximidad de Juan Ruiz a don Gil es manifiesta. Por tanto el autor del Libro de Buen Amor simbolizó en este humilde lugar y en este expresivo pasaje, las verdaderas razones del pánico que sentía don Gil y otros personajes contemporáneos por Pedro I el Cruel, como si en verdad se tratara de un gato terrible y enfurecido.


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