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Homenaje del Ateneo de Zaragoza
a Faustino Sancho y Gil en 1898

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | En mayo de 1898 se hizo público el censo de la ciudad. Zaragoza cuenta entonces con 98.257 almas. En ella todavía vive una alta burguesía y una aristocracia muy influyentes, y una clase obrera no muy numerosa.

La ciudad cuenta con ocho diarios y varios semanarios de variadas tendencias políticas. Por entonces se pretende urbanizar la huerta de Santa Engracia, que había comprado en 1895 el Ayuntamiento. El alcalde Girauta muere de una rápida enfermedad, antes de ocupar el cargo de gobernador civil de Manila, ofrecido por Sagasta. Benito Girauta había nacido en Talamantes en 1842, militando siempre junto a Castelar. Había sido en varias ocasiones concejal, diputado a Cortes por Tarazona y gobernador de Teruel. El Gobierno nombró al concejal Francisco Cantín y Gamboa, nuevo alcalde de la ciudad. Cantín sacó adelante el proyecto de un nuevo Mercado Central, creó La Caridad, para evitar la mendicidad en Zaragoza, y dos casas de socorro.

La lucha política se reduce a dos partidos, el Liberal y el Conservador, personalizados en Segismundo Moret y Prendergast y en Tomás Castellano y Echenique. En las elecciones celebradas el 27 de marzo, Moret alcanzó en la circunscripción Zaragoza-Borja, 16.016 votos, Castellano 13.505 y Gil Berges 7.957. La Alianza Aragonesa, órgano del partido Liberal de Moret, y el conservador y castellanista Diario de Zaragoza, se cruzaban continuas críticas. En enero se había escindido del partido conservador Vara de Aznárez, diputado por Caspe, arrastrando a otros conservadores, adhiriéndose a Pidal y Silvela.

La Derecha era la tribuna de los republicanos. Su representante, Gil Berges, utilizaba un tono diferente del utilizado por el resto de los políticos, muy semejante al utilizado por Paraíso y Costa. A finales de este año tendrá lugar en Zaragoza, la Asamblea de Cámaras de Comercio, de la que salieron fortalecidos Alba, Costa y Paraíso.

Los zaragozanos no faltan a los bailes durante los carnavales, celebrados en casinos, clubes y sociedades. Festejan también el 5 de marzo con meriendas y más bailes. Aunque a decir verdad, también asisten a todas las celebraciones religiosas importantes y guardan la cuaresma.

Para las fiestas del Pilar, que tendrían lugar del 11 al 20 de octubre, se anunciaron gigantes y cabezudos, toros de fuego, rondallas, fuegos artificiales, feria de ganado y jotas. La luz eléctrica alumbró las plazas de la Constitución, del Pilar y de La Seo.

En la apacible vida zaragozana no faltaban las tertulias en los cafés, los toros, el teatro, la ópera, la zarzuela, las comedias y los dramas, representados en los tres teatros de la ciudad; Principal, Circo y Pignatelli. En la plaza de Salamero se daban varias sesiones de cinematógrafo, a 30 céntimos el asiento de preferencia y 15 la general. Tres días a la semana se ofrecían audiciones de gramófono con bocina.

Algunas calles estaban mal pavimentadas, en otras se formaba polvo y barro. Los tranvías eran tirados por mulas, aunque por aquellas fechas, la empresa belga que los explotaba pretendía electrificarlos. Por entonces se crean dos azucareras y amplían capital e instalaciones dos sociedades eléctricas.

Toda la prensa abogaba por la abolición de la redención del servicio militar, pero en sus páginas se anunciaban estas agencias. La mayor parte de las redenciones y sustituciones correspondían a labradores y artesanos.

Con el desastre de ultramar de 1898, cunde el desánimo y el desencanto hacia una clase política ineficiente, surgiendo nuevas figuras, en las que se depositaron demasiadas esperanzas. Es el caso del general Polavieja, que recibe en Zaragoza una calurosa bienvenida. Su entrada en la política le obligó a publicar un manifiesto, para muchos desilusionante. En octubre Heraldo daba como seguro la alianza de Silvela con Polavieja. "¡Lástima que, pudiendo ser el soldado de Filipinas, vaya a parar en ministro de Silvela!". También visitaron Zaragoza el general Weyler y la Duquesa viuda de Cánovas.

Otro episodio importante fue la guerra con Estados Unidos. En ella estaba en juego el honor nacional. En la prensa se desprestigiaba a los norteamericanos y se cantaba al entusiasmo y a la dignidad de la patria. En esa misma dirección apuntaba la circular del arzobispo Alda, publicada en el Boletín Eclesiástico Oficial.

En abril, los estudiantes de Filosofía y Letras y de Medicina, toman las calles de Zaragoza, contagiando a sus vecinos. A su paso intimidan a los que esperan a las puertas del Banco de España, para cambiar el dinero por plata.

Pero pronto comenzarán las críticas en voz alta contra Sagasta, agudizadas por la implantación de la censura de prensa y el estado de sitio el 8 de mayo. Heraldo de Aragón decía: "Tenemos fe profunda en los destinos de España, aunque no la tengamos en quienes la dirigen". De los primeros entusiasmos se pasa al desencanto, a la autocrítica. Heraldo escribe el 10 de junio: "Uno, no; todos. Son todos, los responsables del desastre. Todos los Gobiernos de la Restauración, con su incompetencia; los carlistas y los republicanos, con su política equivocada y partidista. La masa neutra, con su inacción; todos". Y continuaba: "Lo que ahora se anhela es trasformación de hábitos, corte de corruptelas, moldes nuevos, juventud de alientos". La Derecha decía el 23 de julio: "No somos un pueblo viejo, decadente, gastado; somos mas bien una nación apasionada como ninguna y apática como pocas".

Tras la derrota siguieron las largas listas de muertos y los repatriados, a los que ayudará una Comisión municipal presidida por Juan Antonio Iranzo. También el Café de La Iberia cedía a los repatriados el gasto de 2 reales, o lo que es lo mismo, un chocolate, un vaso de leche y un bollo. La Sociedad "El Ruido" también socorría a los soldados.

Ante el inevitable armisticio, Heraldo escribe el 16 de agosto: "Ya hemos dado la última prueba de nuestra incapacidad. España va siendo urna funeraria destinada sólo a guardar cenizas de recuerdos brillantes y grandezas pasadas". Y ante el viaje a París de los plenipotenciarios, para concretar la paz, Heraldo escribe el 28 de septiembre: "Son los sepultureros de la España del Quijote".

En el invierno las chicas vestían a diario trajes de merino, pañete, jerga, panilla o terciopelo. En verano vestían de batista, percal o piqué. Además tenían alguno de noche y uno de seda, que utilizaban para Semana Santa, la Ascensión, el Corpus, el Pilar y otros días de repicar gordo. Sus madres se tocaban igual que sus hijas, pero no tenían traje de verano.

El alumbrado de las casas era de petróleo y bujías. Más tarde se instaló el gas y luego la electricidad.

La vida cultural de aquella Zaragoza, se organizaba alrededor de dos instituciones, la Universidad y el Ateneo, que había sido reorganizado, tras un empréstito en acciones de 25 pesetas, que se cubrió para contar con un salón de sesiones, sala de pinturas, lectura y biblioteca, conversación y billar. En él tendría lugar el solemne homenaje a Faustino Sancho y Gil1.

Últimos trabajos

Faustino Sancho y Gil había muerto el sábado 29 de agosto de 1896 en la Viñaza, finca que poseía su cuñado Cipriano Muñoz y Manzano, conde de la Viñaza, en Épila, a las afueras del pueblo, cerca del río Jalón y de la estación de ferrocarril, cerca de la cuál se levantó la azucarera, tras el desastre colonial de 1898. Juan Moneva encontró sobre la mesa de su despacho, las últimas cuartillas manuscritas, el discurso de Marius André para los Juegos florales de Calatayud, que había traducido, la 'Mireya' de Mistral, un tomo de la Antología hispano-americana y otro de las obras de Plácido el mulato. Había acabado dos discursos para los Juegos florales de Calatayud. El primero de ellos se publicó en el número extraordinario que tiró La Justicia de Calatayud el 13 de septiembre de 1896, en honor de Balaguer. El segundo quedó inédito. Se trataba de un discurso para pronunciarlo en la sesión de entrega de la violeta de oro a Balaguer.

Las condiciones del Certamen de Calatayud habían sido firmadas el 21 de junio de 1896 por Iñigo Lorente, Valentín Marco, José Domínguez, José Vicente, Juan Blas, Alberto García, Benito Vicioso, Sixto Celorrio y Ángel Alcalde.

Sancho y Gil dejó inconcluso un estudio sobre los poetas cubanos. Tal vez se tratara del discurso inaugural que, como presidente del Ateneo de Zaragoza, debía pronunciar en pocos meses, abriendo el curso 96-97. El manuscrito conservado tiene 118 cuartillas, dedicadas a Gabriel de la Concepción Valdés y a Bernardo de Balbuena.

Gabriel de la Concepción Valdés, conocido con el seudónimo de Plácido, había nacido en La Habana el 18 de marzo de 1809. Era hijo de un mulato y de una mujer blanca, bailarina de teatro. Creció en la Casa de Misericordia de la Habana, viviendo muchos años en Matanzas. Ejerció varios oficios, entre ellos el de peinatero, pero sintió una inclinación irresistible hacia la poesía. "Con ardor se dedicó a la poesía y sin maestros consiguió aprender en los libros que a sí mismo había recomendado, lo que constituía la única instrucción de sus mocedades, las reglas y la enseñanza necesarias para modelar versos. Los que entonces hubo de producir, los escribió a ruego de los que conociéndole, deseaban probar y estimular el numen que le adornaba, lo cual explica el que en su casi totalidad sean de circunstancias y de asunto forzado.

A medida que los años pasaban, las poesías escritas por Gabriel para solaz suyo y de sus amigos, iban adquiriendo más quilates artísticos; y el día en que terminó El Yumuri y la Flor del café, vio en él Cuba, el cráter de una inspiración que se abría para asombrar al mundo. Cuando Gabriel escribió la bellísima letrilla a que hemos aludido, por varios lugares de la isla arrastraba la vida errante de improvisador, en un estado de penuria que confirmaba con la miseria; y no era ya un ignorante, pues se complacían en dirigirle y protegerle entre otros, González del Valle, Valdés Machuca y Del Monte.

En aquel periodo de su vida, conocía ya las producciones de Martínez de la Rosa, la Colección de poetas selectos de Quintana, la Corona fúnebre de la Duquesa de Frías y muchos versos del cantor del 2 de Mayo y del autor de Margarita la Tornera".

Plácido el mulato participó en una conspiración, al parecer de mulatos y negros contra blancos, para que se repitiese en Cuba el caso de Haití, siendo por ello condenado a muerte por conspirador, siendo fusilado en Matanzas, junto a otros diez compañeros, el 28 de junio de 1844. Era capitán general de la isla de Cuba, el conde de Lucena. "En la carta que Gabriel hubo de escribir, momentos antes de recibir la muerte, se leen estas palabras: -no dejo expresiones a ningún amigo, porque sé que en el mundo no los hay". Plácido murió arrepentido por haber contraído amistades, sin las que no habría participado en la revuelta.

De su poesía escribía Sancho y Gil: "Fue Plácido un improvisador de oficio, que casi siempre escribió sin saber lo que escribía y que cuando esto no sucedió, produjo algo digno de ser conservado entre hojas de oro por la posteridad. Fue un pródigo de su vena, pues en general la tuvo al servicio de la trivialidad o condenado a trabajar de encargo; un empedrador de palabras vacías que rara vez dejó de emplear el vivir de su inspiración en los vicios todos del mal gusto y la rima coloniales, en él subidos de punto por lo desequilibrado de su talento estético y la falta de limpieza del espíritu en que estaba educado; un numen, que con rara frecuencia, en sus versos más dulces y galanos cayó en un prosaísmo y que en algunas horas sacrificó, en el ara de musa tan alta, como la que la puso en la peñola el soneto La Fatalidad y en los labios La Plegaria. Fue un guajiro a medio pulir; un erudito de escasa lectura y limitados conocimientos; un hombre de buena memoria e ingenio vivísimo, que poseía una semi cultura en parte sana y clásica, que jamás supo convertir en sustancia propia lo aprendido y que remedó las bellezas de los grandes maestros, al decir de un gran crítico, como el lacayo que en las ausencias de su amo viste con los trajes de éste para parecérsele; un vate a quien por la gracia, la gentileza, la ternura y la ingenuidad de su espíritu metódico, le han sido perdonados sus defectos y sus ridiculeces. Fiero y dulce, delicado, conmovido, castismo, presumido y humilde; rudo y generoso; sentimental; así fue aquel expósito, que consiguió enternecer y entusiasmar a sus contemporáneos y compensó la debilidad de su labor con la sinceridad de sus emociones.

No puede negarse, que en Plácido, si hay un poeta, incorrecto en la forma, descuidado en el estilo, desleído en la frase, hay también un poeta de lozana imaginación, dotado de algún instinto de la forma y el buen gusto, siempre dulce, apasionado y tierno. No puede negarse, que hay en Plácido un idólatra de la poesía; un autor de naturaleza rica, alma angelical y levantado espíritu, si falto de sentido filosófico, que versificaba con facilidad y sencillez excesivas, un autor de gran variedad de formas, que pulsó lira muy popular por la belleza de sus modulaciones, su brío juvenil y su amabilidad atractiva; un autor que trató todos los asuntos, desde el ascético al pastoril, escribió sentidas elegías y acerados epigramas, esmaltó primores que recuerdan a Tibulo, a Marcial, a David y al Amado de las Gracias, esculpió imágenes bellísimas con incorrecto buril, y talló estrofas admirables, inspiradas por el patriotismo y por la fe; un autor de cantos semibárbaros, y generosos, en los que hay notas que sorprenden y toques de luz que deslumbran".

Sancho y Gil consideraba que las obras más acabadas de Plácido eran las letrillas. "La facilidad, la delicadeza, la ternura y la gracia que comunica al labio apacible sonrisa, son características de la letrilla; y eran también características de Plácido. La letrilla exige, sencillez en el estilo y versificación fluida y caprichosa; y Plácido era, sencillo en sus sentimientos y en sus ideas, y fluido versificador".

También cultivó el romance, el soneto y la décima, y ensayó la épica, la leyenda caballeresca y las fábulas.

Plácido "No legó a la posteridad una página perfecta. En la totalidad, el mérito es desigual. Labró estrofas detestables; y las bordó, de una labor primorosa. Al lado de pasajes que dan enojo al buen gusto, trazó rasgos sublimes y pinceladas de primer orden". Sin embargo, en tiempos de Sancho y Gil, era el poeta más popular de América. Algunas de sus obras habían sido traducidas al alemán y al inglés. Sus primeras poesías habían circulado manuscritas en Matanzas y La Habana. Obligado por sus amigos, publicó en 1838 algunas de ellas. Después de su muerte se volvieron a imprimir en París, Estados Unidos, Cuba y España. Pedro Laso de los Vélez seleccionó las mejores poesías, reuniéndolas en un tomo, el primero de la Biblioteca Hispano-americana, que comenzó a publicarse en Barcelona en 1875, precedidas de la biografía del autor y un juicio crítico.

De 'El Siglo de Oro en las selvas de Erifile', de Bernardo de Balbuena (Valdepeñas 1568-San Juan de Puerto Rico 1627), escribía Sancho y Gil: "El Siglo de Oro pertenece a un genero literario, desconocido en la antigüedad grecolatina e introducido por Jorge Montemayor en España, que ofrece dilatados y azules cielos para volar a la imaginación; se presta a trazar muy variadas descripciones y a tejer sin número de originales aventuras; y que nació rodeado entre otros atractivos, de los que le daba la circunstancia de estar escritas en prosa y verso, las páginas que lo representaban.

No puede, ni debe asombrarnos pues que Balbuena probase fortuna cultivándolo.

Como las Dianas del ya nombrado Montemayor y Gil Polo, el Pastor de Filida de Montalvo, la Galatea de Cervantes y la Arcadia de Lope, el Siglo de Oro es una imitación de la célebre obra de Sannazaro". Sin embargo el resultado era muy distinto, siendo "pobrísima en la invención, de estilo enmarañado y escasa de intereses".

La poesía de Balbuena en 'El Siglo de Oro' "Tiene la magia, que le dan su color luminoso y espléndido, sus sombras diáfanas, penetradas por una luz vivísima y un aire dorado y el aroma de deleite de que está impregnada. La pompa de los colores allí, cual en los cuadros de Veronés, aparece exaltada hasta el epicurismo. Profusa de galas siempre y siempre fácil y de una amenidad encantadora, robusta y arrojada a veces y a veces blanda y regalada, como una música de amor, o como el gorjeo de los pájaros en la primavera, la poesía del Siglo de Oro, si imitación de la antigua clásica, luce la cifra de la personalidad del autor y no carece de originalidad. Su clasicismo, de una pureza alejandrina por lo menos, es un clasicismo propio de Balbuena y le da esta faz, la insaciable sed de describir aspectos, por nadie presentados, en el paisaje, que se apoderaron del gran bucólico, mientras trabajaba su obra; y se la dan también el primor y la novedad del artificio de su dicción y el cuidado que puso en detallar bien sus pinturas el sin par colorista.

Por deliberación del genio que le dio vida, es la poesía de que tratamos, a la vez que realista, trivial y grotesca, idealista y elevada, la cual hace, que entrañe en sí un contraste peregrino, que coadyuva en primer término a despertar el interés, que por sus calidades múltiples produce".

Las églogas, "como a la totalidad de la obra, las caracteriza la desigualdad (...).

Sin embargo, muchas más que las defectuosas, son las églogas del Siglo de Oro, que esparcen el ánimo con su naturalidad, ternura y delicadeza, que maravillan por la gracia y el hechizo de la expresión y que cautiven por la sencillez de sus floridas ideas y por la armonía de sus versos".

Están inspiradas en sentimientos libres y tranquilos y en "las gratas impresiones morales que despierta el campo". Algunas de ellas "tienen el estilo elegancia virgiliana, los pensamientos naturalidad teocritesca y las imágenes una delicadeza que Teocrito y Virgilio habían envidiado, convencen de que el ilustre autor había absorbido, convirtiéndolo en sustancia propia, el espíritu de los bucólicos antiguos, a los que imitó con éxito y sin pérdida de la originalidad; y así mismo, de que en el cultivo de la poesía subjetiva fue más feliz el inmortal obispo, que en el de otra alguna".

Y terminaba. "Siendo alhajas de tal mérito las églogas de Balbuena, para el poeta tiene que ser de un valor extraordinario el Siglo de Oro, libro muy apreciado por el historiador, pues en él hay datos tan preciosos, como el de la general estimación en que era la poesía tenida en Méjico y el de los estímulos que allí empujaban al cultivo de la misma a los jóvenes. Lo que no se halla es el menor rastro de las costumbres de América, ni un cuadro de la fastuosísima vegetación del Nuevo Mundo. Lamentemos otra vez más, que el insigne hijo de la Mancha muriese sin haber pintado los bravos y repentinos aguaceros de los trópicos, los pantanosos bosques de Nueva España, los valles fértiles que el pico de Orizaba limitan, las sierras de Guajozingo y Tlaxcala, los nopales y los guayabos, las selvas de árboles de cacao y de la madera negra, que sombrean las márgenes de los ríos, los huertos movedizos del Atoyac, la sublimidad de la pirámide de Cholula y las vistas que descubren desde la cima del puerto que hay entre Popocatepelt y Zihualtepelt".

'El Siglo de Oro' fue publicado en Madrid en 1608, siendo reimpreso con Grandeza mejicana en 1821, por la Academia Española, en una correctísima edición, según Sancho y Gil2.

Los proyectos de Sancho y Gil toman cuerpo

La inesperada muerte de Sancho y Gil puso fin a la andadura del segundo Ateneo de Zaragoza, el llamado Ateneo Científico, Literario y Artístico de Zaragoza (1880-1896). Faustino Sancho tenía en proyecto remozar y renovar el Ateneo, por creer quizá que su misión ya estaba cumplida. También quería fundar una revista literaria, proyecto que le perseguía desde sus colaboraciones en la Revista de Aragón (1878-1880) y en la revista literaria Los Sucesos, como cuenta Moneva en la necrológica del 12 de diciembre de 1898. Pero su repentina muerte le impidió llevarlos a cabo. Muchos de los ateneístas, sin la tribuna del Ateneo, buscaron otras instituciones zaragozanas como cauce para sus inquietudes culturales.

Habrá que esperar hasta 1898 en que darán comienzo las gestiones para la creación de una nueva Revista de Aragón. Eduardo Ibarra entra en conversación con la Diputación Provincial para que dé su protección al proyecto y ésta se la concede, tal como consta en el Libro de actas del Ateneo el 11 de diciembre de 1898.

El 23 de enero de 1898 fue aprobado en Junta General el nuevo 'Reglamento del Ateneo de Zaragoza', firmado por Juan Enrique Iranzo, presidente, Rafael Pamplona y Joaquín Pallarés, vicepresidentes, Emilio Ucelay, interventor, Timoteo Pamplona, tesorero, Gregorio García-Arista Rivera, bibliotecario, Mariano Oliver Aznar y Luis de la Figuera, secretarios. Publicado en la imprenta de Calixto Ariño, el 'Reglamento del Ateneo de Zaragoza', fue aprobado el 22 de febrero de 1898 por el gobernador civil José de la Bastida, yerno de Moret.

La institución alquiló un local en la calle de Santa Cruz, número 8, donde tuvo lugar la sesión inaugural el sábado 2 de abril de 1898. En esta sesión actuó un sexteto musical, bajo la dirección del maestro Viscasillas, presidente de la Sección de Música. En su discurso, el presidente Juan Enrique Iranzo habló del renacer de la institución, proclamando su vocación aragonesa, y de Sancho y Gil, cuya muerte "fue muerte para el Ateneo de Zaragoza". La muerte de Sancho y Gil y la desaparición del Ateneo en 1896, motivó que el nuevo 'Reglamento', en las disposiciones generales (cap. XIII) contemplara la posibilidad de otra disolución del Ateneo, especificando: "El Ateneo no podrá disolverse mientras se comprometan a continuarlo veinte de sus socios de número".

Este Ateneo (1898-1908), ideológicamente, estaba al lado del regeneracionismo, por influencia de Joaquín Costa sobre la mayoría de los ateneístas, con excepción de Juan Moneva, que siempre hacía pública su fe anticostista3.

Segundo aniversario de la muerte de Sancho y Gil

La sesión necrológica en memoria de Sancho y Gil, deuda inexcusable del tercer Ateneo, se había pospuesto en dos ocasiones, teniendo lugar el 1 de diciembre de 1898. Antes de conmemorarse el segundo aniversario de su muerte, La Derecha publicó un artículo de Juan Moneva el 15 de agosto, que iba dirigido a Joaquín Gimeno y Riera (1877-1945), referido a Faustino Sancho y Gil.

El día 11 de agosto La Derecha cambia de formato, pasando a otro más grande, apareciendo pequeños artículos firmados por Paraíso, Cantín y Gamboa, alcalde de Zaragoza, el gobernador Sr. Avedillo, Ricardo Royo Villanova, Juan Gimeno Rodrigo, Luis de la Figuera, Dionisio Casañal, Alberto Casañal y Antonio García Gil, que se felicitaban por la mejora del periódico.

Joaquín Gimeno Riera, director del periódico, le había pedido a Juan Moneva un artículo de homenaje a Sancho y Gil. Otras veces ya lo había hecho y entonces tampoco se negó, pues: "el recuerdo que los hombres dejan es tal cual ellos fueron: Sancho y Gil nunca sufrió el agotamiento de los caudales de su inteligencia ni el de los afectos de su corazón: fácil es a cualquiera que lo conoció en el trato familiar, en la Prensa y en la Tribuna, escribir volúmenes enteros en alabanza de aquel hombre, sin que logre agotar el catálogo de sus méritos, aun dejando intacto el protocolo reservado de su vida íntima y de sus obras de virtud".

Aunque Moneva no era partidario de dar datos biográficos, ofrecía algunos de Sancho y Gil, equivocando la fecha de nacimiento. Faustino Sancho había nacido en Morés el 10 de febrero de 1850. Había estudiado en el colegio de Valldemía de Mataró, pasando a Madrid, donde se licenció en Derecho y se doctoró en Filosofía y Letras, recibiendo las enseñanzas de José Moreno Nieto, Benito Gutiérrez, Francisco de Paula Canalejas y Alfredo Adolfo Camus. "Vuelto a su país, su opulenta posición, la influencia de su casa, en la comarca bilbilitana, le trajeron muy pronto a nuestra Diputación provincial; en ella demostró Sancho y Gil que su política no era la que pudo aprender en Madrid durante su juventud, sino la que muy pocos practican; pensó solamente en hacer bien a su región y en fomentar por todos los medios la cultura de esta tierra. A él se debe el mayor impulso que ha recibido la Biblioteca de Autores Aragoneses; él fue quien propuso la creación de una cátedra de derecho foral aragonés en nuestra Universidad; la Diputación provincial de Zaragoza, por mayoría de votos, desechó la idea; perdone Dios, a los que vencieron entonces, no por la razón, sino por la fuerza del número.

Toda la vida de Sancho y Gil afluía a dos órdenes: el uno eran los afectos; el otro, la vida intelectual: en el primero estaba Aragón, su región bilbilitana, su familia; en el segundo las glorias históricas de España, la Literatura, las Bellas Artes; era apasionado por la época del Renacimiento; Diferenciando tendencias dentro de ella, amaba más el Renacimiento italiano; y dentro del Renacimiento italiano sentía un entusiasmo delirante por Miguel Ángel y más aún por Rafael de Urbino; en todos sus trabajos que de Arte tratan denunciase su predilección por estos dos genios de la belleza Plástica.

Era feracísima su memoria; tanto que le permitía recordar cuanto había leído y en cuál obra estaba aquella cita y cuál era el autor de aquella obra: así dominó la literatura castellana como muy pocos en nuestros tiempos. Así sus discursos y sus escritos llevaban siempre complicada en citas y alusiones toda la Biblioteca de Autores Españoles, y toda la Historia del Arte clásico y del Renacimiento.

No solamente fue artista, hombre de imaginación y sentimiento; sabía cuando era preciso dormir su fantasía, detener sus entusiasmos y estudiar fríamente un problema histórico. Ha sido uno de los colombistas a quienes la Ciencia española deberá el desvanecimiento de muchos errores vulgares acogidos hasta ahora por los historiógrafos del Descubrimiento de América: la Sociedad Colombina Onubense, premió más de una vez, no solamente con diplomas y joyas, sino con distinciones privilegiadas, los trabajos que relativamente a esas materias, presentó Sancho y Gil en públicos certámenes".

Recordaba su entrega a todas las empresas literarias o artísticas, compaginándolas con sus preocupaciones familiares y políticas, desde la Diputación Provincial de Zaragoza y desde las Cortes. "En los peores días de su enfermedad no era raro en él pasar hasta más de la media noche escribiendo artículos, memorias o discursos de Literatura, de Historia o de Arte: era aquello su pasión invencible". Moneva recordaba los tiempos de la Revista de Aragón, de La Derecha y un feliz discurso que pronunció en el Ateneo en 1891, cerrando unas conferencias sobre poetas españoles de la Edad de Oro. Puede que le fallara la memoria a Moneva y se trate del discurso pronunciado el 2 de abril de 1892 con el título "Sentido del estudio del Siglo de Oro español".

Moneva no quería alargarse demasiado y quería acabar con un calificativo que sintetizara la personalidad de Sancho y Gil. Consideraba que los calificativos de sabio, elocuente y erudito no decían bastante; "la característica de Sancho era ser delicado: así, en toda la extensión de la palabra y en todas las acepciones de ella; hasta en la menos castiza que significa pobreza orgánica: delicado de cuerpo, de miembros muy delgados, de faz enjuta, no muy animada por aquellos ojos algo mortecinos que miraban siempre con amor y por aquellos labios plegados siempre con el gesto de benevolencia: delicado de salud: muchos años pasó en lucha con la debilidad de su estómago, pródromo de la afección medular que fue causa de su muerte a la edad temprana, de 47 años [tenía 46 años]; delicado de gusto: le horripilaba lo rocero, lo vulgar, detestaba la declaración cursi y el chiste de brocha gorda; delicado en las palabras y en las ideas: en escritos y en sus discursos no hay un solo atrevimiento que alarme el pudor más asustadizo; era habilísimo para salvar esos escollos: `quiero que mis hijos puedan leer lo que yo escribo'; solía decir, delicado de conciencia cual muy pocos: un su amigo, quien le quería y lo admiraba mucho, pero no lo conocía en el fondo de su carácter, se lamentaba de que Sancho y Gil fuese nada más cumplido caballero, sin llegar a ser cristiano ferviente; y un sacerdote aragonés a quien todos conocemos y a quien todo Aragón ama y venera, respondiole con firmísima convicción; `no está usted en lo cierto: conozco muy bien a D. Faustino: él y yo hemos hablado mucho y de cosas muy hondas: y aseguro a usted que me ha hecho, como a sacerdote, consultas tales, que revelan una conciencia muy escrupulosa'. Y quien ha alcanzado la intimidad de sus últimos años, puede dar testimonio de haber comprobado su religiosidad profunda, la firmeza de su fe, su adhesión sincera al Poder espiritual: bien lo demuestra aquella serenidad con que vio venir la muerte, no con la atrición de última hora del pecador que nota la vecindad de los tormentos eternos, sino con la fortaleza del hombre que siente tranquila su conciencia, y refuerza su ánimo con el auxilio sobrehumano de la Gracia que dan los Sacramentos: había vivido siendo admiración y consuelo y murió causando el respeto y la edificación de todos".

Moneva consideraba que el mejor homenaje que se podía ofrecer a Sancho y Gil, era continuar su tarea, imitando su entusiasmo. "Honremos la memoria del maestro imitándolo como buenos discípulos: ¿por qué no hay un estadio pacífico, cual aquella Revista de Aragón, en donde nuestra tierra manifieste su movimiento literario, científico y artístico? ¿Por qué no hemos de hacer otro nuevo ramillete literario como aquel formado por Lucas, Castro, Royo, Ram de Viu, Ibarra, Lozano, Jordán de Urriés y Montestruc en la cátedra del Ateneo? Gente hay, gente apta, dispuesta, potente para esos trabajos; sea la memoria de Sancho y Gil nuestra bandera; su ejemplo nos muestra el camino: ¿y no ha de haber quien marche por él?".

Una nueva desgracia

En La Derecha, el 27 de agosto de 1898, apareció una esquela de Faustino Sancho y Gil y de su hijo Alfonso Sancho Muñoz, que había fallecido en el Pueyo de Jaca el pasado 20 de agosto. Las misas en sufragio se celebrarían el 29 de agosto.

Alfonso Sancho Muñoz, tercer hijo del matrimonio, había nacido en 1887, siendo bautizado como todos sus hermanos en Santa Engracia, imponiéndole por nombre Alfonso, María, José, Luis Gonzaga.

El 5 de octubre de 1899, Marcelino de Puey y Grasa, juez municipal de El Pueyo de Jaca (Huesca), certificaba que en el tomo 4º, folio 34, de la sección de defunciones del Registro Civil, se encontraba la partida siguiente: "En el pueblo de El Pueyo de Jaca, a 21 de Agosto de 1898, ante el Sr. Juez municipal del mismo y de mi el infrascrito secretario compareció el Alguacil de este Juzgado D. Antonio Claver, mayor de edad, natural y vecino de este pueblo, manifestando que el niño Alfonso Sancho, soltero estudiante de once años de edad natural de Zaragoza con residencia accidental en este pueblo, se halló muerto en el día de ayer en el río denominado Caldarés en este término municipal a consecuencia de asfixia por inmersión".

Alfonso Sancho fue enterrado en el cementerio de San Miguel de El Pueyo de Jaca. Fueron testigos Domingo del Pueyo Claver, labrador, y Marcelino de Puey Grasa, tendero, ambos casados, mayores de edad, naturales y vecinos de aquel pueblo.

La sesión del Ateneo

La sesión necrológica a la memoria de Sancho y Gil se celebró el 1 de diciembre de 1898. Fue presidida por el alcalde de Zaragoza y socio del Ateneo, Francisco Cantín y Gamboa, por el presidente de la Audiencia, Fernández de la Hoz, y el del Ateneo, Juan Enrique Iranzo. A la izquierda de la mesa presidencial se encontraba Gonzalo Sancho Muñoz, hijo de Faustino Sancho, nacido en 1884, y a la derecha Eduardo Ibarra, presidente de la Sección de Literatura. Próximos a la mesa presidencial estaban también los representantes de las corporaciones locales. El secretario Mariano Oliver Aznar leyó el acta del acuerdo de la Junta Directiva sobre dicha sesión. El joven director del Nuevo Diario de Zaragoza, Francisco Aguado, secretario de la Sección de Literatura del Ateneo, dio lectura a un telegrama del Ayuntamiento de Morés, pueblo natal de Sancho y Gil, adhiriéndose a la celebración.

Intervino en primer lugar Juan Moneva y Puyol, recientemente galardonado por la Academia Calasancia de Barcelona, que leyó un discurso titulado "Elogio fúnebre de D. Faustino Sancho y Gil", publicado íntegramente en La Derecha el 12 de diciembre.

En él afirmaba que "la mejor prueba de dolor y de cariño por los que se nos van es el silencio: y así, bien puede decirse que la oración fúnebre que el Ateneo ha dedicado a D. Faustino Sancho y Gil, ha durado cerca de dos años; toda la época que este centro ha permanecido cerrado, inerte y silencioso, porque faltaba aquel que le dio durante muchos años, vida, voz y actividad".

Aquel 29 de agosto de 1896, al conocer por la tarde la noticia del fallecimiento de Sancho y Gil, se reunieron en el Ateneo, recibiendo el encargo de representarlo en el entierro, Marceliano Isábal y Juan Moneva.

Moneva afirmaba que Sancho y Gil "conoció desde muy joven cuál era su misión social, y la abrazó con entusiasmo y la practicó sin intermisión". Por su desahogada situación económica, pudo dedicarse a otros asuntos, y se "consagró a pro de los demás su actividad entera: vivió para las Letras, para su patria, para su familia, para sus amigos, para sus enemigos también, pues en verdad los tuvo, bajo la forma en que siempre los tiene quien hace favor a muchos: bajo la forma de la ingratitud". Y continuaba: "Aquel alma tan grande no se llenaba con solos los afectos de la vida familiar: nacido en la región bilbilitana, la representó en la Diputación provincial y en el Parlamento, anteponiendo a todo otro interés los intereses comunales. Recordad todos su gestión de 1885 cuando desde la vicepresidencia de la Comisión provincial sostuvo aquella campaña heroica contra la epidemia [de cólera], siempre en su puesto, velando sin cesar para enviar a todas partes socorros y consuelos, mientras allá, en su hogar sobresaltado, hallábase la salud de su hijo mayor en pleito con la muerte. (...) solamente practicó el disimulo para hacer el bien: y, tocando a favorecer, no quiso ver amigos ni adversarios, ni entre ingratos y adictos distinguió nunca; miró sólo la necesidad de cada cual y, según ella, le hizo bien".

Respecto a sus actividades culturales "fue uno de los promotores más entusiastas de este Ateneo desde su fundación; él prohijó todas las ideas nobles y alentó el ánimo de nuestros primeros ingenios". Como Alfaro, Lucas, Castro, Montestruc, Mora y Juan Sala, ya fallecidos, y Ram de Viu, Luis Royo e Ibarra, que "encontraron en Sancho y Gil un maestro que en el Ateneo, en la prensa, en todas partes fomentó sus alientos y animó sus trabajos". Moneva también se consideraba deudor de Sancho y Gil, "fue su cariño lo que me dio, y aquel cariño, aquella amistad tan noble y tan generosa, no hay nada bastante para pagarlos".

Refiriéndose a su personalidad literaria, Moneva escribía que aquella "absorbía todas las demás fases de su existencia; en el fondo de sus escritos mostraba impremeditadamente todos sus afectos, todos sus sentimientos, toda la bondad de una alma cuya primera virtud fue la sinceridad: en la forma revelábase aquella facilidad inimitable, aquella flexibilidad de la cláusula, aquella riqueza de estilo, aquel primor de una erudición nunca enfadosa, aun cuando era más amplia y recargada.

Esclavizó la elocución con cadenas de flores. Nadie mejor que él ha sabido quitar lo tedioso al estudio, lo pretencioso a la erudición, a los conceptos su parte ingrata, a las ideas su aspecto repulsivo, a los hechos históricos su lado innoble, a los razonamientos su aridez dialéctica, a la sintaxis la rígida trabazón de los periodos: no se halla en sus escritos, ni se le oyó en sus discursos ni aun en su lenguaje familiar, un concepto que cause mala impresión en el alma, ni una frase que no suene como buena música en el oído.

Su entusiasmo literario y lo que, con rigor de un concepto, pudiéramos llamar su fervor artístico no fueron en él artificios retóricos ni tampoco alistamiento en una tendencia de moda, sino consecuencia lógica de un criterio fijo, uno de tantos artículos de su programa moral".

Moneva recordaba que Faustino Sancho colaboró en la Revista de Aragón (también lo hizo con el seudónimo de "Abelardo Rosa"), en Los Sucesos y en las secciones literarias de la prensa local, pues "ninguna buena empresa lo halló vencido". También colaboró como conferenciante en el Casino de Zaragoza, en el Centro Mercantil, en el Ateneo y en los círculos políticos. La historia colombina le debía varios trabajos de investigación y de crítica y la Academia de la Lengua también había laureado sus obras. Moneva recordaba gratamente el discurso y epílogo de Sancho y Gil, a las conferencias sobre la Antología de poetas del Siglo de Oro, explicadas por los mejores escritores en 1892.

En todas sus obras, folletos, escritos periodísticos y "hasta en la conversación vulgar y corriente, su lenguaje era, sin quererlo, pura oratoria rellena de una erudición fácil y fluida que cautivaba la atención y embargaba el alma".

Calatayud y Zaragoza debían a Sancho y Gil la iniciativa de sus Juegos florales. En los últimos meses de su vida le preocupó el proyecto de remozar el antiguo Ateneo, creando "dos vínculos de relación entre la gente de Letras: un lugar de amigable reunión y una Revista literaria: algo se ha hecho; todo lo hubiera él logrado y, si hoy viviese, también vivirían sus empresas caminando cada día hacia mayores éxitos".

Cuando murió estaban ausentes su madre, su esposa y dos de sus hijos. Su esposa Dolores Muñoz y Manzano, no lo había dejado durante su larga enfermedad y entonces lo había hecho por unos días. No quiso que despertaran a sus hijos. Hizo profesión de fe y pidió los auxilios de la iglesia, que recibió en pleno conocimiento y devoción. Requirió papel y pluma para escribir a su esposa, pero no pudo comenzar, le tomó un desmayo y sin salir de él murió. El párroco y los médicos que lo asistieron, contaron a Moneva estos últimos instantes de Sancho y Gil, quedando impresionados por la entereza y dulzura de su noble carácter.

Sobre su mesa quedaron las cuartillas manuscritas con el discurso destinado para la apertura del nuevo curso en el Ateneo. "Los primeros asaltos de su desorganización nerviosa que causó su muerte detuvieron su mano en la mitad de una cláusula, y allí quedó, sin acabar, la última idea (...)". Junto a ellas, el discurso de Marius André para los Juegos florales de Calatayud, las trovas de Ausias March, los poemas de Plácido el mulato, la Antología hispano-americana y la 'Mireya' de Mistral.

Su pluma la cogió el Dr. Górriz para escribir los líquidos necesarios para embalsamarlo. Sancho y Gil fue enterrado en Épila. A su entierro estuvieron presentes el clero parroquial, unos pocos hombres del campo y no más de diez amigos.

Había pasado el tiempo y era hora de un sentido homenaje. "En nombre del Ateneo venimos hoy aquí sus amigos antiguos, tertulios de última hora o simplemente discípulos de su noble arte, a recordar al maestro en su cátedra, al orador en su tribuna: a evocar en la memoria de todos el recuerdo de aquella figura tan atractiva, de aquella fuente tan llena de luz, de aquella oratoria tan llena de fe, de aquella opulencia retórica, de aquella vida pública toda generosidad, de aquella vida íntima toda amor".

La última vez que lo vio Moneva con vida fue la víspera de su viaje a la Viñaza, cuando le encargó un epitafio para el panteón de sus abuelos en el cementerio de Morés. Tres días antes de morir, Sancho y Gil envió a Moneva una carta, agradeciendo el borrador y dándole las gracias. Moneva recordaba unos versos de Núñez de Arce que pertenecían a la elegía de Ríos Rosas y que también podían servir de epitafio a Sancho y Gil.

Tú dormirás en paz, ¡oh varón fuerte!
con el sol de la patria que declina;
y es venturosa y envidiable suerte
reposar en los brazos de la muerte
cuando todo es dolor, vergüenza, ruina.
Tú, de este triste y borrascoso drama
sacaste el puro corazón ileso;
otros; que el pueblo alborotado aclama,
no vivirán tranquilos bajo el peso,
bajo el peso terrible de su fama.

A continuación hubo una lectura poética. Aguado leyó una poesía de Francisca Sarasate de Mena, dedicada a Sancho y Gil. Fabiani leyó una carta del escritor y periodista Luis Royo y Villanova, dirigida al presidente de la Sección de Literatura, Eduardo Ibarra. Ricardo Pieltrain leyó un poema dedicado a Sancho y Gil. Enrique Lozano, periodista de La Derecha, leyó un discurso necrológico. Oliver leyó una composición de Marín en honor a Sancho y Gil. Juan Fabiani leyó una carta de Víctor Balaguer, dirigida al presidente de la Sección de Literatura, Eduardo Ibarra, y Francisco Aguado leyó un poema del conde de la Viñaza.

En su carta Víctor Balaguer aplaudía la idea del Ateneo de homenajear a Sancho y Gil, aunque se disculpaba por no asistir a la velada conmemorativa, debido a tareas que le preocupaban y a problemas de salud, aunque quería unirse a los congregados que prestaban tributo a Sancho y Gil. "¡Bendita sea y honrada la memoria de Sancho y Gil! Viva está aún en todos nosotros los que tuvimos venturosa ocasión de amarle, por sus dotes de literato insigne, de amigo cariñoso, de ciudadano integérrimo. Viva quedará también en los anales de la Diputación aragonesa por los altos servicios prestados a la patria, en los fastos de las letras por las obras primorosas de su ingenio sutil y peregrino, en las actas del Parlamento español por la alteza de sus miras y los vuelos de su oratoria y en las recordanzas luctuosas del hogar doméstico -donde lloran aún su pobre madre y su desconsolada esposa- por la rectitud y las virtudes que ilustraron su vida. Fue varón perfecto en sus relaciones sociales, dechado ejemplar en sus actos públicos y se consagró en absoluto a sus dos grandes amores: el hogar y la patria.

Murió joven como mueren los amados de los dioses, y no parece sino que el Hacedor Supremo quiso apartarle pronto del mundo, antes de que su corazón pudiera rasgarse de pena y sus ojos llorar sangre al ver como nuestra patria española, hoy tan angustiada y triste, va lentamente siguiendo sola y coronada de espinas, la dolorosa vía de sus amarguras, ella, la gran Redentora, ejemplo vivo y latiente de alguna ley secreta destinada tal vez a tener siempre dispuestos para toda virtud el vejamen y para toda redención el calvario.

El nombre glorioso de Faustino Sancho y Gil quedará inscrito en el libro de honor de los ciudadanos y su recuerdo vivirá eterno en las páginas áureas de la historia patria.

Esto, que a vuela pluma le escribe, mi ilustre amigo, y algo más sin duda, al rebosar del alma, hubiera yo dicho, a tener la suerte de asistir a esa velada que en honra y memoria de nuestro Sancho y Gil, acordó celebrar ese Ateneo"4.

Luis Royo, redactor de Blanco y Negro de Madrid, había escrito otra carta a Ibarra, por invitación de éste último. En ella escribía: "¿Qué he decirte yo que tú no sepas, volviendo tu memoria a nuestros veinte años? La carrera literaria cuyos comienzos van acompañados comúnmente de hondas amarguras y de lucha sin cuento, tuvo sin embargo para nosotros hermosa y riente aurora, gracias a la bondad sin límites de los hombres que jamás llorará bastante Zaragoza culta: Joaquín Gimeno y Faustino Sancho y Gil. El primero en la prensa y el segundo en el Ateneo, incubaron toda aquella numerosísima pollada literaria que salvo raras excepciones -los que hoy sostenéis muy alto y muy bien puesto el pabellón de las letras regionales- se los ha malogrado de todo en todo porque los buenos o murieron, o tomaron otros rumbos, y los malos, sin dejar de soñar con el laurel de Apolo, hemos tenido que contentarnos con una hojita para sazonar el modesto estofado diario que es a todo lo que podemos aspirar".

Luis Royo recordaba la fecha de la muerte de Sancho y Gil, porque coincidió con la fecha de su boda. "Estrené mi pluma, mi mesa y mi tintero escribiendo unas líneas a la memoria de Sancho y Gil: mientras dure mi casa no saldrá de sus muros ese recuerdo y mientras yo viva no ha de borrarse del corazón la huella de un nombre grabado en él cuando más blando estaba y predispuesto a las emociones". Refiriéndose a Ibarra le confesaba: "Feliz tú, que puedes honrar a Sancho y Gil desde el mismo sitial que él honrara tantas veces; feliz tú que en el Ateneo y en la Universidad puedes formar una juventud briosa y entusiasta, aunque en algún caso te engañes como se engañó, de puro bueno y cariñoso, el maestro que hoy lloramos, con tu mejor amigo que te abraza".

Ignacio Jiménez, comisionado del pueblo de Morés para que lo representara en este acto de homenaje a Sancho y Gil, leyó un mensaje5 muy emocionado que comenzaba: "Nunca los actos de nobleza pasaron desapercibidos en esta tierra donde la lealtad y la hidalguía son clásicas, van encarnadas en nuestro propio ser y jamás se olvidó el honrar a los muertos, cuyas virtudes en vida, cuyo mérito acrisolado, cuya honradez intachable, les hicieron acreedores al agradecimiento de sus compatriotas. No es extraño pues que al inaugurar sus tareas la Sección de Literatura del remozado Ateneo zaragozano y hacerlo en recordación del malogrado literato D. Faustino Sancho y Gil, haya llegado hasta aquel rincón, hasta aquella pequeña villa que le albergara en sus primeros días de la proyectada velada.

¿Y cómo el pueblo de Morés que le recibió en su cuna, ese pueblo que le contempló durante su niñez con cariño y admiración, como si previera el honroso porvenir que le estaba reservado, ese pueblo que siguió después, paso a paso su triunfal y rápida carrera y presenció los lauros en ella conquistados, con los cuales se enorgulleció siempre como con cosa propia, había de permanecer indiferente, ante el recuerdo, ante el tributo, por los que fueron sus compañeros, discípulos o admiradores rendido hoy a su memoria?".

Morés había confiado en Ignacio Jiménez, pues era natural del pueblo y había acudido a las mismas aulas que Sancho y Gil, "donde recibió las elementales enseñanzas que guiaron los primeros y vacilantes pasos en el camino de su gloria ni discutible, ni por nadie nunca discutida". Y continuaba: "Ardua empresa me confían el municipio y la villa de Morés al designarme para ostentar su representación en este acto en que se tributa justísimo homenaje a la memoria de su hijo más preclaro y predilecto; y tal comisión muy superior a mis fuerzas, lo es tanto más, al considerar que se trata, por decirlo así, de las honras fúnebres, que esta docta corporación, testigo de sus triunfos más salientes, lugar donde tantas veces abrió con la áurea llave de su palabra, el rico estuche en que se encerraban las inestimables joyas de su elocuencia: dedica al eximio varón, al insigne literato, al que manteniendo las Justas Provenzales de nuestra patria chica, hizo nacer en Aragón una nueva era donde habían de recogerse los sabrosos frutos que su constante trabajo, su perseverante actividad, preparó a los que sigan el camino por él trazado a nuestra literatura regional, feliz continuación de aquella otra fundada por Marcial y por el inolvidable Pindaro cristiano, el sublime M. Aurelio Prudencio Clemente, reverdecida en siglos posteriores por los Liñán, los Borja y los Argensola a quienes con justicia se concedió el dictado de Horacios Españoles".

Jiménez consideraba que "hace bien el Ateneo Zaragozano en honrar la memoria del notable literato D. Faustino Sancho y Gil, que tantas veces le honró con el búcaro de nácar y perlas de su elocuentísima dicción: bien hacen los actuales mantenedores de la más bella de nuestras artes, en sostener enhiesta la bandera del buen gusto que tantas veces empuñó, acaudillando la moderna falange de oradores y escritores que en este centro se albergan: hacéis bien, señores ateneístas, en recordar los méritos de aquél que al mentar los nuestros os alentó más de una vez a proseguir el emprendido camino de vuestro mejoramiento intelectual; bien hacéis finalmente en dedicar las flores y galanuras de vuestro ingenio, a quien os dedicó lo más florido y hermoso de la abundantísima y variada floresta, que constituía la Ciceroniana elocuencia, de aquella verdadera flor de un día arrebatada por los inescrutables designios del Altísimo, apenas abierta, cuando aun, el rápido volar de los tiempos, no nos había permitido saborear por completo, la rica fragancia, el exquisito perfume, el delicado aroma de su sabrosísimo néctar".

Recordaba la triste fecha del 29 de agosto de 1896. Por entonces se le había dado el nombre de Faustino Sancho y Gil a una de las calles de Morés, donde se levantaba la casa familiar de los Sancho y Gil, colocándose su retrato en el Salón de sesiones del Concejo municipal, ambos acuerdos tomados por unanimidad. Entonces Morés, por boca de su representante, se adhería con gusto a los propósitos del nuevo Ateneo y agradecía asimismo las manifestaciones de duelo. "Morés desea pagaros la hospitalidad, la cordial acogida, que vosotros sincera y lealmente me habéis otorgado ¿mas cómo y cuándo ha de ver realizados sus deseos? ¿es, por ventura, aquel puñado de casas escondidas entre abruptos peñascos, digno de honor tan alto? ¡Ah! si algún día viera realizados sus deseos; si fuesen llevados a su seno las cenizas de su noble, de su bueno, de su santo hijo; si quien le dio la luz primera le diera también un pedazo de tierra para su última morada, ¡cuán felices! ¡cuán orgullosos! nos consideraríamos sus hermanos: y entonces, si os pluguiese visitar su fría tumba, si quisierais orar sobre el frío mármol de su sepulcro, allá esperaríamos vuestra llegada con los brazos abiertos, único medio de pagaros la singular deferencia con que nos habéis distinguido en este día"6.

También se dio cuenta de un telegrama del conde de la Viñaza, cuñado de Sancho y Gil. Juan Enrique Iranzo leyó el prólogo, escrito por Sancho y Gil, para el 'Diccionario de voces aragonesas' de Jerónimo Borao, editado por la Diputación Provincial de Zaragoza en 1884, en su Biblioteca de Autores Aragoneses.

Un retrato al óleo de Sancho y Gil, original de Mariano Oliver Aznar presidió toda la velada, adornado con negros crespones.

El presidente de la Sección de Literatura Eduardo Ibarra, cerró la sesión, haciendo un resumen de ella, mostrando el sentimiento del Ateneo por la sensible pérdida, dando las gracias a los asistentes. Luego declaró abierto el curso de la sección de Literatura. La reseña de La Derecha decía: "Sin embargo, la sesión resultó triste. Cuantos asistimos a ella no podíamos olvidar viendo el retrato de nuestro inolvidable amigo, que aquellos labios ya no cincelarían más periodos oratorios y que aquella frente ya no estaba iluminada por centella de uno de los sólidos y brillantes talentos aragoneses".

Reseñaron este homenaje, entre otros, La Derecha, el Diario de Zaragoza, El Mercantil de Aragón, diario independiente y defensor de la agricultura, industria y economía, y Heraldo de Aragón, el 2 de diciembre de 1898.

El 10 de septiembre de 1898 La Derecha informaba que el municipio de Encinacorba había acordado dar el nombre de Faustino Sancho y Gil a la principal de sus calles, celebrando así la terminación de la carretera que unía dicho pueblo con Ainzón y por la cual había trabajado Sancho y Gil.

NOTAS

1. Luis Horno Liria: 'Zaragoza en 1898. La vida zaragozana en 1898 a través de su prensa diaria'. Discurso de ingreso en la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza en 1961, con un discurso de contestación del académico Ramón Lacadena y Brualla, marques de La Cadena, Editorial Caesaraugustana, Publicaciones de la cátedra "Zaragoza" de la Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 1961. José María Laguna Azorín: "La vida de sociedad en Zaragoza hace 50 años". Conferencia pronunciada el 21 de abril de 1945 en el salón de fiestas del Centro Mercantil, Industrial y Agrícola.
2. Se ha preferido corregir la puntuación de los manuscritos, para hacer más fácil su lectura, dada la amplitud de las citas.
3. Es esencial para el conocimiento de la vida del Ateneo la obra de Francisca Soria Andréu: El Ateneo de Zaragoza (1864-1908), Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1993.
4. "En honor a Sancho y Gil". Carta al catedrático de la Universidad de Zaragoza Eduardo Ibarra, Añoranzas, XXXVI, Vda. de Minuesa de los Ríos, Madrid, 1899, pp. 475-479.
5. Se conserva este manuscrito en la casa familiar de Sancho y Gil en Morés.
6. Los restos de Sancho y Gil fueron trasladados de Épila a Morés en tren en 1910, siendo depositados en la cripta de la ermita de San Antonio de Padua de Morés, que costeó la familia Sancho y Gil.

En VII ENCUENTRO DE ESTUDIOS BILBILITANOS, Tomo I, Calatayud, 2009.

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