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Luis de Lacy, un general de leyenda


Fusilamiento del teniente general Luis de Lacy y Gautier

XAVI CASINOS | El general Luis de Lacy y Gautier fue fusilado el 5 de julio de 1817 en el castillo de Bellver, en Mallorca, por liderar un pronunciamiento liberal contra Fernando VII. Lo enterraron en el mismo foso en el que lo ejecutaron. De ese modo llegaba a su fin la vida de leyenda de uno de los héroes de la guerra de la Independencia contra la Francia de Napoleón. Lacy reunía todas las virtudes y defectos de los héroes. Aventurero, intrépido, inconformista, rebelde, insubordinado y trotamundos, peculiaridad esta última, por cierto, que no le abandonó ni después de muerto.

El destino militar del futuro general estaba determinado incluso antes de su nacimiento, el 11 de enero de 1772 (algunas fuentes refieren el mismo día del año 1775, aunque es una fecha difícil de creer) en la localidad gaditana de San Roque, más un campamento de ejército que una ciudad. Su familia era castrense por los cuatro costados.

Por la rama paterna, los Lacy, de origen irlandés, acumulaban generaciones de vocación militar, al igual que la rama materna, los Gautier, estos de ascendencia francesa. De hecho, fueron dos tíos Gautier quienes iniciaron a un jovencísimo Luis de Lacy como soldado, con tan solo 13 años.

En 1785 se lo llevaron con su regimiento a una expedición a Puerto Rico. Pronto destacó por sus aptitudes y valor en el combate. Tanto que en un año ya era subteniente. Tenía 14 años, y su carrera militar prometía.

En 1798, ya capitán, Lacy fue destinado a Canarias. En el archipiélago explotó sus dotes de seductor protagonizando continuas aventuras amorosas que incomodaron a sus mandos, por lo que fue desterrado a la isla de El Hierro. Unas cartas con insultos a su superior le costaron un consejo de guerra, una condena de un año y la expulsión del Ejército. Pero eso no acabó con su espíritu aventurero.

En septiembre de 1803 decidió marcharse a Francia, donde se alistó en el Ejército revolucionario, que lo nombró capitán de la Legión Irlandesa por sus orígenes paternos. Esta unidad estaba formada por soldados de aquella nacionalidad que años antes habían luchado junto con los franceses contra Inglaterra. Tras ser derrotados, la mayoría decidieron permanecer exiliados en Francia. Cuando Lacy se unió a ellos, la legión se preparaba para la campaña contra Alemania.

Cuatro años después de luchas por el centro de Europa, recibió la orden de traslado a una unidad en España. Lacy se opuso, pues una cosa era luchar para Napoleón en Europa y otra hacerlo contra sus compatriotas. Pero, finalmente, no tuvo más remedio que aceptar el nuevo destino, aunque a regañadientes.

Contra el francés

Los hechos del 2 de mayo de 1808 fueron la excusa para desertar. Se dirigió a Sevilla y solicitó su reingreso en el ejército español. Fue admitido y se le respetó la graduación de capitán, aunque cuatro meses después, en septiembre, fue ascendido a teniente coronel y se le confió el mando del denominado Batallón Ligero de Ledesma. A finales de noviembre entró en acción en la batalla de Bubierca, en la provincia de Zaragoza.


Retrato de Fernando VII, a quien intentó derrocar Lacy,
pintado por Francisco de Goya en 1814

Allí se enfrentó a unas tropas francesas que doblaban en número a las suyas. El objetivo era proteger la retirada del general Castaños tras perder la batalla de Tudela. Lo consiguió. Sin embargo, su consagración como héroe la obtuvo Lacy el 19 de noviembre de 1809 en la batalla de Ocaña, en Toledo. Desde Bubierca, había sido ascendido a coronel y poco después a brigadier. Tenía 37 años y el mando de la Primera División.

Durante la batalla, los franceses iniciaron una maniobra para envolver a las tropas españolas, que tuvieron que emprender un arriesgado cambio de frente que las hacía vulnerables. Pero la división al mando de Lacy mantuvo, ante la admiración general, la serenidad y firmeza durante la maniobra, lo que le permitió incluso lanzar una ofensiva.

Para dar moral a las tropas, tomó en sus manos uno de los estandartes y avanzó en una acción temeraria en la que se apoderó de dos cañones e hirió de muerte a un general francés. La leyenda de Lacy era ya imparable.

En marzo de 1810 fue ascendido a mariscal de campo, y durante ese año dirigió varias acciones en Andalucía, hasta que, en junio de 1811, fue nombrado capitán general de Cataluña. Allí encontró un ejército desorganizado y sin disciplina, pero pronto contagió su entusiasmo a las desmoralizadas tropas.

Lacy hostigó sin descanso a los franceses, y aún tenía tiempo de enviar refuerzos a Valencia e incluso de dirigir una incursión en suelo francés, para desconcierto del enemigo. El éxito de aquellos golpes de mano inyectó gran moral a las tropas e hizo aumentar el número de guerrilleros en toda la región.

La lucha de Lacy era en todos los frentes, y no únicamente en el combate directo con los franceses. Así, a principios de 1812 ideó un complot para envenenar con arsénico los víveres de la guarnición de Figueres, y en julio del mismo año envenenó el pan de las tropas napoleónicas acuarteladas en la Ciutadella de Barcelona.

La popularidad de Lacy entre los catalanes alcanzó su dimensión definitiva en noviembre de 1812, después de que las Cortes de Cádiz le confiaran la constitución de la Diputación de Cataluña, lo que fue interpretado como la recuperación de las instituciones abolidas un siglo antes por Felipe V tras la guerra de Sucesión.

En enero de 1813, Lacy fue nombrado capitán general de Galicia para poner fin a las discrepancias surgidas con las autoridades constitucionales de Cataluña. Lacy dejó a su sucesor un ejército disciplinado y sólido y una red de guerrilleros que eran la pesadilla de los franceses.

En Galicia seguirá combatiendo hasta el fin de la guerra y se unirá a la Logia Constitucional de la Reunión Española, asociación masónica integrada por liberales convencidos.

Sigue la lucha

Los franceses se retiraron en mayo de 1814. Dos meses antes, Napoleón entregó la Corona a Fernando VII, hijo de Carlos IV, que regresó a Madrid el 22 de marzo. El nuevo rey derogó la Constitución de Cádiz y reinstauró el absolutismo, para decepción de los liberales constitucionalistas, que se convirtieron entonces en los grandes opositores del monarca. Uno de ellos, Luis de Lacy.

Esta fue una de las razones por la que el héroe de la guerra de la Independencia solicitó, al regreso de Fernando VII, dejar la capitanía general de Galicia y acuartelarse en Valencia. Tras pasar otro período acuartelado en Andalucía, en noviembre de 1816 se trasladó de nuevo a Cataluña, donde se reunió con el también general Milans del Bosch, que había dirigido el somatén en Cataluña contra los franceses mientras Lacy era capitán general.

Ambos militares planean un pronunciamiento liberal, militar y civil para restaurar la Constitución de 1812. Lo pusieron en marcha el 5 de abril de 1817, bajo la dirección de Lacy, desde Caldes d'Estrac. La intención de los sublevados era marchar sobre Barcelona, pero buena parte de los conjurados no acudieron al punto de reunión con sus tropas, al no prosperar el levantamiento en algunos destacamentos.

El pronunciamiento había fracasado, y el general Castaños, el mismo cuya retirada había protegido Lacy nueve años antes en Bubierca, recibió la orden de identificar y detener a los conspiradores. Castaños no puso mucho empeño en la labor, lo que permitió que Milans escapara, pero Lacy fue detenido cuando se disponía a embarcar en Blanes. Inexplicablemente, había retrasado dos días la huida, permaneciendo en una casa del Maresme. Una delación provocó finalmente su arresto.

Lacy fue confinado en la Ciutadella de Barcelona. Tras un rápido proceso, fue condenado a muerte. La noticia provocó una ola de indignación entre los catalanes. Ante el temor de una insurrección, el 30 de junio Lacy fue embarcado hacia Mallorca, a la vez que se hizo correr el rumor de que el rey iba a indultarlo. Incluso el propio Lacy se lo creyó.

Pero a su llegada al castillo de Bellver descubrió que todo era un engaño, y el 5 de julio por la mañana fue fusilado en el foso del castillo. Su último acto fue uno de esos colofones que se reservan a los héroes, al decidir dar él mismo al pelotón la orden de disparar. Al menos eso dice la leyenda, pero, tratándose de Lacy, casi seguro que fue así.

La Vanguardia (14-12-2019)


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