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PAULO COELHO | "La próxima vez que un extraño se aproxime pidiendo ayuda para encontrar a Dios, no le muestres lo que habéis conseguido en su nombre: escucha la pregunta, e intenta responderle con amor, caridad y simplicidad".

Tras una exhaustiva sesión matinal de oraciones en el Monasterio de Piedra, el novicio le preguntó al abad:
- ¿Todas estas oraciones que usted nos enseña consiguen que Dios se aproxime a nosotros?
- Voy a responderte con otra pregunta -dijo el abad-. ¿Todas estas oraciones que rezas van a hacer que el sol salga mañana?
- ¡Claro que no! ¡El sol sale obedeciendo una ley universal!
- Entonces, esta es la respuesta a tu pregunta. Dios está cerca de nosotros, independientemente de las oraciones que le dirijamos.
El novicio se irritó:
- ¿Quiere decir que nuestras oraciones son inútiles?
- Absolutamente. Si tú no te despiertas pronto, nunca conseguirás ver el nacimiento del sol. Si no rezas, aunque Dios se encuentre siempre cerca, nunca conseguirás notar su presencia.

Yo quiero encontrar a Dios

El hombre llegó exhausto al monasterio:
- Hace mucho tiempo que estoy buscando a Dios -dijo-. Puede que usted pueda enseñarme el método correcto para encontrarlo.
- Entre y vea nuestro convento -dijo el religioso, tomándolo por las manos y conduciéndolo hasta la capilla. -Aquí puede contemplar las más bellas obras de arte del siglo XVI, que retratan la vida del Señor, y su gloria al lado de los hombres.
El hombre aguardó, mientras el monje iba explicando cada una de las bellas pinturas y esculturas que adornaban la capilla. Al final, repitió su pregunta:
- Todo lo que he visto es muy bonito. Pero a mí me gustaría aprender el método más adecuado para encontrar a Dios.
- ¡Dios! -respondió el religioso-. Bien lo dices: ¡Dios! Y llevó al hombre al refectorio, donde se preparaba la cena de los monjes.
- Mira a tu alrededor: dentro de poco se servirá la cena, y tú estás invitado a comer con nosotros. Podrás escuchar la lectura de las escrituras, mientras sacias tu hambre.
- No tengo hambre, y ya he leído todas las escrituras -insistió el hombre-. Quiero aprender. Vine hasta aquí para encontrar a Dios.
Una vez más, el monje tomó al extraño de las manos, y lo llevó a caminar por el claustro, que circundaba un bello jardín.
- Les pido a mis monjes que mantengan la hierba siempre cortada, y que saquen las hojas secas del agua de la fuente que ves en el centro. Creo que este es el monasterio más limpio de toda la región.
El extraño caminó un poco junto al religioso, y después se disculpó diciendo que debía marcharse.
- ¿No te quedas para cenar? -le preguntó el monje.
Mientras montaba en su caballo, el extraño comentó:
- Les felicito por su bella iglesia, por el acogedor refectorio, por el patio, impecablemente limpio. Sin embargo, yo he viajado muchas leguas solo para aprender a encontrar a Dios, y no para deslumbrarme con tanta eficacia, comodidad y disciplina.
Un trueno rasgó el cielo, el caballo relinchó con fuerza, y hubo un temblor de tierra. De repente, el extraño se quitó su disfraz, y el monje vio que estaba delante de Jesús. Dios está donde le dejan entrar -dijo Jesús-. Pero vosotros le habéis cerrado las puertas de este monasterio, haciendo uso de reglas, orgullo, riqueza y ostentación. La próxima vez que un extraño se aproxime pidiendo ayuda para encontrar a Dios, no le muestres lo que habéis conseguido en su nombre: escucha la pregunta, e intenta responderle con amor, caridad y simplicidad.
Y tras decir esto, desapareció.

Solo crecer (19-12-2010)

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