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La niña noble que creció como esclava
y se consagró como biógrafa

Sancha Carrillo compartía con la nobleza las estancias reales de Pedro I en Calatayud. Sobrina de Alfonso XI y prima carnal del monarca, pertenecía a uno de los linajes más nobles de la Andalucía repoblada. Tras casarse con Martín López de Córdoba y Arias, el Rey concedió al marido el título de Maestre de Calatrava y le dio la encomienda de Alcántara. Entre los meses últimos de 1362 y primeros del 63, tuvieron en tierras aragonesas a su única hija, Leonor, de la que fueron madrinas las propias Infantas. Junto a ellas y a su hermano, Lope, pasó la niña sus primeros años de vida y juntas partieron al Alcázar de Segovia, donde moriría su madre, dejándola con muy pocos años de edad.

A Leonor López de Córdoba y Carrillo ((Calatayud, 1363 - Córdoba, poco después de 1412) la prometieron en matrimonio a los 7 años, siguiendo la Partida Cuarta del Libro de las Leyes de Alfonso X; al cumplir los 12 se confirmó el compromiso y a los 17 se consumó la unión. De aquel suceso dejó constancia en las Memorias de Dº Leonor López de Córdoba, que la consagran como autora de las primeras autobiografías conservadas en castellano: "Me casó mi padre de siete años con Ruy Gutiérrez de Hinestrosa". Este hijo único de María de Haro y del Camarero y Canciller del Rey, Juan Fernández de Hinestrosa, heredó "muchos bienes de su padre y muchos lugares" entre tierras, caballos, joyas, plata, "quinientos moros y dos mil moras", y otros muchos bienes "que no las pudieran escrevir en dos pliegos de papel".

Leonor vivió en Carmona con las Infantas, las hermanas de su marido, los cuñados y su único hermano, Lope. Luego, al ser sitiado el Rey en Montiel por Enrique de Trastámara -a quien ella denomina "el Bastardo"- su padre intentó socorrer al monarca, pero fracasó y, tras el asesinato de Pedro I en 1369, pactó con el vencedor el respeto a sus bienes y sus vidas. El incumplimiento del pacto sería una de las primeras decepciones que doña Leonor recoge en sus memorias.

Don Martín López fue decapitado en la plaza de San Francisco de Sevilla y despojado de sus bienes. También su yerno lo perdió todo y la familia fue encarcelada en las Reales Atarazanas de la ciudad hispalense durante 9 años. La miseria y la peste, entre otras enfermedades, acabaron con la vida de los cuñados y del hermano de Leonor.

La llegada de Enrique III supuso la liberación de la familia, pero no la recuperación de los bienes de su marido. En el intento, trascribe Adolfo de Castro, "anduvo siete años por el mundo, como desventurado, é nunca halló pariente ni amigo que bien le ficiese ni hubiese piedad dél". Ella se instaló en Córdoba, amparada por una tía suya y, creyendo perdido al esposo, decidió tomar hábitos en una orden fundada por sus bisabuelos; pero "antes de realizarlo volvió á su lado aquél encima de su mula, que valía muy pocos dineros, é lo que traía vestido no valía treinta maravedís". Sin embargo, en 1389 el nacimiento de su primer hijo, Juan Fernández de Hinestrosa, le trae cierta estabilidad. Comienzan a construir casa y huerta en unos terrenos cedidos por los frailes de San Hipólito y con el final de las obras nace su hija Leonor.

Los 10 u 11 años de la niña coinciden con la segunda gran epidemia de peste en Córdoba y decide trasladarse a Santaella y luego a Aguilar, en donde vive, quizá, la más trágica de sus desventuras, al acoger en su casa a un criado de su padre; se trataba de "un moro que llegó de Écija con dos cánceres en la garganta y tres carbunclos en el rostro". Leonor obligó a su hijo Juan, de 12 años, a cuidarlo; pero el niño sufrió contagio y murió. El suceso potenció aún más el rechazo que la nobleza sentía por ella y "la mala intención" que le tenían, según confiesa en sus memorias que transcriben así las palabras del niño en la noche del fallecimiento: "Decid a mi señora doña Theresa que no me haga echar, que agora saldrá mi ánima para el cielo". La tal doña Teresa no permitió que lo enterrasen en esa villa, por lo que la madre salió a darle sepultura en Santa María la Coronada, y, al verla pasar con el cadáver, las gentes salían "dando alaridos, amancillados de mí (…) y aunque sabían que les pesaba a sus señores, hicieron grande llanto conmigo como si fuera su señora". Por otro de sus biógrafos, Blas Sánchez Dueñas, sabemos que el suceso se produce en 1391, cuando se ve obligada a volver a Córdoba.

En 1406 aparece como Camarera Mayor y Consejera de la reina Doña Catalina, esposa de Enrique III, y cuenta la Crónica de don Juan de Alvar García (Biblioteca Colombina), que "cuanto venía a decir (Leonor) se fazía"; sin embargo, y según la misma fuente, "intrigaba en Palacio por sostener su influencia". Para cuando el afecto de la Reina se tornó en inquina ya había casado a su hija Leonor, en 1409, con don Juan de Guzmán, hijo del Conde de Niebla. Doña Catalina, tras amenazarla con la hoguera, prohibió pronunciar el nombre de Leonor en su presencia y la desterró a Córdoba en 1412, el año en que se fecha su muerte y las memorias custodiadas en San Pablo. Allí la capilla y la lápida, que deja constancia de su nombre y su estirpe, entierra también el misterio o el pecado que la apartó de los favores de sus reyes.

Diario de Córdoba (13-12-2009)

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