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Las tablas que se vendieron y la romería
que dejó de existir


Detalle de una de las tres tablas del retablo que se conservan actualmente
en Reus (Foto: Museo Salvador Vilaseca)

MARIANO GARCÍA | Cuando se habla de patrimonio histórico muchas veces se cae en el tópico. Uno de los más extendidos es que las obras de arte que lo configuran forman parte de la memoria colectiva de un pueblo. Pero algunas cosas no por repetidas o comunes dejan de ser ciertas.

Uno de los mejores ejemplos de que una obra de arte es mucho más que la pieza en sí la da el retablo gótico de la ermita de San Roque de Fuentes de Jiloca. De él se conocen tres tablas, aunque tenía más, y las tres se conservan actualmente, y se exponen al público, en el Museo Salvador Vilaseca de Reus. Allí llegaron de la mano de Antonio Pedrol Rius. Este fue un abogado español que a lo largo de toda su vida atesoró una importante colección y en su testamento (falleció en 1992) estableció que la donaba al ayuntamiento de su ciudad natal con la condición de que las exhibiera en una sala acondicionada.

El historiador del arte José Luis Cortés ha investigado en profundidad todo lo ocurrido con la pieza y es contundente: "La venta del retablo gótico de la ermita de San Roque de Fuentes de Jiloca es uno de los mejores ejemplos de la pérdida no sólo de patrimonio artístico sino también etnográfico". Y, para entenderlo, hay que conocer toda la historia desde el principio.

Una decisión salomónica

En 1909, el alcalde y el párroco de Fuentes de Jiloca solicitaron permiso al obispo de Tarazona para vender el retablo. Para aquel entonces ya se habían pasado por allí varios anticuarios intentando comprarlo. Con el dinero que obtuvieran se pretendía reparar las importantes goteras del edificio y comprar otro retablo moderno. Pero había un conflicto en segundo plano, y es que no se sabía muy bien si el edificio pertenecía al Ayuntamiento o a la Iglesia.

"La disputa entre el obispado y el ayuntamiento por la propiedad de ermita hizo que desde 1900 a 1954 se intentase vender, sin éxito, en varias ocasiones -relata José Luis Cortés-. Las dos instituciones se enfrentaron de tal forma que el alcalde, entre 1945 y 1950, no permitió la entrada de los sacerdotes a la ermita el día de la romería... una guerra que se acabó cuando se vendió el retablo y Ayuntamiento y parroquia, en una decisión salomónica, se repartieron el dinero obtenido. El pueblo estrenó lavadero municipal y cine parroquial".

Pero pasaron más cosas. La principal, que una de las tradiciones más arraigadas en la localidad, la romería en honor a San Roque que se celebraba en agosto, dejó de tener sentido. Desde que se vendió el retablo, atribuido al círculo de Martín Bernat, ya no se celebró la procesión, ni se besó la reliquia del santo ni se cantaron los gozos. Era el único acto religioso que se celebraba allí a lo largo del año.

Heraldo de Aragón (30-8-2022)


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