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La amarga campaña de fruta dulce


El fuego ha devorado producciones de fruta en la comarca Comunidad
de Calatayud. (Foto: José Miguel Marco)

CHUS GARCÍA | Tras dos campañas marcadas por la pandemia, por las estrictas limitaciones sanitarias y de movimientos, por las dificultades para disponer de mano de obra debido al cierre de las fronteras y la imposibilidad de desplazarse entre comunidades, por dedos acusadores que responsabilizaron al sector de fruta dulce de una segunda ola de contagios en Aragón cuando apenas habían pasado unos meses del duro confinamiento, por las vacunaciones y por unas estrictas condiciones impuestas desde la administración para dejar claro y por escrito cuántos contratos iban a realizarse, y dónde y en qué condiciones iban a alojarse los esos trabajadores, llegó una nueva recolección, la del 2022. Los fruticultores esperaban poder afrontarla con esa normalidad que empezaba a caracterizar la vuelta generalizada a una vida que comenzaba a parecerse a la que era habitual cuando nadie temía a la desconocida y letal covid-19.

Pero la campaña de este año está siendo de todo menos normal. "Ya no sabemos que más nos puede pasar". Es la frase que repiten los agricultores, tanto si sus explotaciones están en el Bajo Cinca, en el Cinca Medio o en La Litera. Tanto si se encuentran en el Bajo Aragón o si producen sus melocotones, cerezas, albaricoques, ciruelas, nectarinas, manzanas o peras en la comarca de Valdejalón o en los pueblos que conforman la Comunidad de Calatayud. Porque nadie se ha salvado del brutal impacto que han provocado las inclemencias climáticas.

Por los campos de fruta dulce de Aragón ha pasado de todo. Ha habido heladas. Calor asfixiante. Pedrisco e incluso un tornado. Hasta un devastador incendio. Es cierto que la Comunidad está acostumbrada a soportar las adversidades del tiempo. Que es tierra de bajas temperaturas cuando ya es tiempo primaveral. Que no son desconocidas para los agricultores las repentinas tormentas de granizo o las precipitaciones veraniegas que descargan abundante agua y levantan airadas ráfagas de viento. Que hay acostumbre de trabajar bajo un calor de justicia. Y siempre existe el riesgo del fuego. Pero lo sucedido hasta ahora durante este año es excepcional.

Son muchos los agricultores, incluso los de más edad, que aseguran no recordar tal violencia del tiempo. "Nunca había visto algo igual", es una de las frases más repetidas entre los profesionales del sector. Y la han utilizado cuando el termómetro se desplomó hasta los ocho grados bajo cero a comienzos de abril. La han utilizado cuando el pedrisco del tamaño de pelotas de 'ping-pong' golpeaba sin piedad los melocotones embolsados de los que nutre la denominación de origen Calanda. Y lo han verbalizado cuando fuego provocado por unos trabajos de reforestación devoraba los frutales en altura que se yerguen en los municipios de la comarca de Calatayud.

No hay datos oficiales de cuál será finalmente la cosecha -todavía se están realizando peritaciones-, pero se estima que en esta amarga campaña de fruta dulce todos estos siniestros se han llevado por delante al menos el 80% de la producción y miles de empleos.

Los representantes del sector agrario no se atreven a concretar cifras absolutas de cuál será la producción de fruta dulce que se recogerá este año en Aragón. Las organizaciones agrarias estaban trabajando en las primeras previsiones cuando una borrasca de nombre Ciril se convirtió en protagonista en los primeros días de abril. Comenzó dejando la huella de sus heladoras temperaturas en los cultivos de las comarcas productoras de Huesca -Bajo Cinca, Cinca Medio y la Litera- pero en los cinco días que mantuvo las temperaturas por debajo de los ocho grados bajo cero quitó el sueño a los agricultores de Valdejalón, del Bajo Aragón o de Calatayud. Y todos los cálculos se fueron al traste.

Las únicas estimaciones concretas que existen son las que realizó Cooperativas Agroalimentarias a finales del mes de junio. La organización preveía entonces una producción de 152.539 toneladas de fruta dulce en Aragón, es decir, nada menos que un 61,43% menos que la campaña anterior que no fue precisamente de las mejores de los últimos años. De hecho, la cifra está muy alejada de la media de los últimos cinco años, que se sitúa en las 464.623 toneladas y se queda muy corta si se compara con las más de 530.000 toneladas que los fruticultores aragoneses recogieron en 2017. El responsable de tan notable descenso, señalaba entonces Cooperativas Agroalimentarias, no era otro que "el peor fenómeno meteorológico de carácter puntual sufrido por el campo en 42 años", como calificó esta organización a las heladas, intensas y de larga duración, que llevó aparejada la borrasca que atravesó España a principios de abril.

Pero estas estimaciones no contaban lo que estaba por venir.

El pasado 6 de julio, la mermada producción que las bajas temperaturas primaverales había dejado en los melocotoneros de Calanda tenía que soportar el violento impacto de una tormenta de granizo (con pedrisco del tamaño de pelotas de 'ping-pong') que dejaba reducida a la mínima expresión la cosecha de este aciago 2022. Los agricultores ya se lamentaban en aquellos días de haber perdido el 90% del fruto.

Y cuando parecía que nada peor podía pasar ya, el sobresalto llegó en forma de fuego hasta los cultivos de fruta dulce de la comarca Comunidad de Calatayud. Un incendio desatado en Ateca por una chispa de una retroexcavadora con la que -a las cuatro de la tarde y en plena hora de calor- la empresa Land Life realizaba trabajo de replantación de árboles devoraba 14.000 hectáreas, arrasando a su paso la producción de las explotaciones de la zona, especialmente de la localidad zaragozana de Moros.

Queda todavía el mes de agosto "en el que el tiempo todavía puede hacer de las suyas", señala Óscar Moret, fruticultor bajocinqueño y el responsable del área de fruta de UAGA, que reconoce que esta campaña acabará antes de lo habitual porque apenas ha quedado cosecha. "Se calcula que solo se recogerá un 20% de la producción que se esperaba", dice. 'Mucho desánimo'

Preocupan las pérdidas económicas que supone "este desastre", pero, sobre todo, el "desánimo" que cunde entre los profesionales del sector. "Ves a gente trabajadora que a pesar de las dificultades de todos estos años ha tirado hacia adelante con sus explotaciones y que ahora está pensando en abandonar. Inquieta además mucho que productores referentes en cereza o en cultivos que son más técnicos se planteen dejar de trabajar sus tierras", lamenta Moret, que insiste en que "falta ilusión" entre los más jóvenes, que son los que tienen que sacar adelante al sector. "Y eso es muy inquietante", añade.

Este pesar es fruto de las inclemencias del tiempo, reconoce Moret, "pero también de otros factores, como el aumento desorbitado de los costes de producción y los incrementos lógicos de los costes laborales", añade el sindicalista. "Todo a la vez hace que sea muy difícil digerir esta campaña después de unos años también muy complicados", insiste.

A los fruticultores aragoneses podría quedarle el consuelo de unos precios que se sitúan este año en niveles "aceptables", como lo define Moret. No va a ser así. Hay tan poca producción y la campaña ha resultado tan cara que la rentabilidad va a ser "irrisoria", señala el representante de UAGA.

Tampoco consuelan los elevados montantes con los que Agroseguro compensará los daños sufridos por los agricultores asegurados y que, de momento, la entidad ha cuantificado ya en 78 millones de euros solo por las heladas.

"Parecen cifras importantes, pero no cubrirán ni de lejos la pérdida de valor de las producciones", explica Moret, que reconoce que el seguro agrario es un buen instrumento, pero insiste en que la organización agraria a la que representa lleva años insistiendo en que "hay que mejorarlo porque no garantiza la viabilidad de las explotaciones".

Las pérdidas no solo se cuentan en kilos (y en euros), también en puestos de trabajo. El sector de fruta dulce es intensivo en mano de obra, pero "cuando no hay producción no es necesario trabajadores que la recojan", reconocen los agricultores.

Por eso, las heladas primero, el granizo después y más recientemente los incendios han supuesto un duro golpe para las cifras de contratación de este sector. Ahí están los datos. Hasta el mes de marzo, los números de 2022 apenas sufren variaciones significativas respecto a las contabilizadas en los cuatro años anteriores. A partir de abril cambia el panorama. El número de contrataciones registradas ese mes se sitúa en las 7.650, muy alejada de las más de 10.000 que llegaron a realizarse en el primer año de pandemia. Mayo, junio y especialmente julio -en el que se produce el momento álgido de la campaña- han seguido la misma estela. Y así, mientras que en estos dos últimos meses el número de contratos ha superado con creces los 20.000 empleos en las cuatro últimas campañas, la recolección en curso no ha podido superar los 17.000 trabajadores.

La pérdida de empleos se cuenta por miles en julio, cuando se contabilizaron 14.437 contrataciones, una cifra muy alejada de los más de 21.000 que ocupaba en 2017. Similar situación se produce en las cooperativas y en los almacenes, en los que la merma de cosecha ha supuesto también una reducción drástica del número de trabajadores.

Preocupa, además, la repercusión que este descenso pueda tener en las siguientes campañas. "Mucha gente ya no ha venido por las inclemencias climáticas, pero si estos temporeros se van a trabajar a otro país no sabemos si al próximo año podremos contar con ellos", afirma Moret.

Las consecuencias son visibles en las explotaciones, pero también en los municipios en los que están situadas. "Es muy triste pasar por los pueblos del Bajo Cinca y ver las terrazas de los bares vacías o tiendas que antes abrían hasta el domingo y ahora ya tienen la persiana bajada el sábado por la tarde", señala el sindicalista, que asegura que el desánimo que vive el sector se ha trasladado al consumo y a la inversión. Y advierte: "Estas son ya zonas deprimidas, por lo que la pérdida de un 30% o un 40% de su economía podría hacer que desaparezcan definitivamente".

'Plan de rescate'

La situación actual es tan complicada, las perspectivas futuras tan poco halagüeñas y el ánimo de los fruticultores tan escaso que los representantes del sector advierten que sin ayuda institucional, Aragón verá languidecer una de las producciones más dinámicas, de mayor valor añadido, que genera el mayor número de empleos y que cuenta con reconocimiento en los más exigentes mercados.

Desde UAGA exigen "un plan de rescate", ya que, a pesar de la vehemente defensa que durante años han ejercido sus representantes, este cultivo continúa sin tener acceso al pago básico de la Política Agraria Común (PAC).

"Necesitamos ayudas directas que solucionen la grave crisis que están soportando las explotaciones familiares, a las que hay que rescatar", insiste Moret.

Reconoce que el sector necesita también una reestructuración. Pero eso, dice, "tendrá que hacerse después", porque, advierte que si la Administración no apuesta de forma decidida por este sector no quedará mucho por reestructurar, "y no será precisamente por una mala gestión de la fincas, sino por inclemencias climáticas que han acabado con la producción o decisiones políticas que nos han cerrado importantes mercados".

Heraldo de Aragón (7-8-2022)

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