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Leyendas de Torralba

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Baldomero Mediano y Ruiz (Paracuellos de la Ribera, 1847 - íd., 1893), abogado, funcionario de la Diputación Provincial y director de su Boletín Oficial, administrador de Hacienda de Visayas (Filipinas) y cofundador de la Revista de Aragón, fue autor de varios libros de texto, destinados a las escuelas de niños. De entre ellos he podido ojear, gracias al favor de un amigo, La floresta de la infancia, sin año de edición, que es una notable colección de cuentos morales, leyendas, poesías, fábulas y lecturas útiles y recreativas. En la Biblioteca Nacional se guarda una edición de esta amena floresta, editada en Madrid en 1871. Pues bien, en este libro se incluye una leyenda titulada "El castellano de Pradós", de tema aragonés. A dos leguas de Calatayud hacia el nordeste, el autor encontró un escarpado cerro con unas ruinas ennegrecidas. Picado en su curiosidad quiso saber la historia de aquel castillo, que nos relata en su libro, después de sus investigaciones. Una vez tomado Calatayud, Alfonso el Batallador agradeció los servicios de un escudero, Urián de Pradós, a quien armó caballero y confió el castillo del cerro antes citado. En la guerra de los Pedros, al rendirse Calatayud al poder del rey castellano, mandó éste tomar todas las fortalezas próximas. Y así el capitán Álvaro Gutier de la Vega llegó con 300 infantes y 100 caballos, dispuesto a tomar por las armas el castillo del cerro, que entonces lo defendía Germán de Pradós. Como los castellanos no pudieron rendir a sus moradores por las armas, prepararon de noche unos haces de leña seca que prendieron fuego alrededor de la muralla del castillo. El capitán castellano fue herido y murió en aquellas refriegas, pero el incendio fue más rápido que las armas y devastó todo el castillo. Cuando los castellanos penetraron en el recinto, totalmente arruinado, encontraron a todos los pobladores muertos y junto a la puerta de entrada vieron a un hombre calcinado, que retenía entre sus manos las llaves aún candentes del castillo y su espada. Era Germán de Pradós. El rey Pedro el Ceremonioso mandó reedificar el castillo a su costa y añadió al escudo de esta familia un cuartel que lucía una llave de plata en campo rojo.

Según los pocos datos que nos ofrece el autor, este castillo puede ser el de Torralba de Ribota, cuya torre de piedra blanca o alba, que da nombre al pueblo, todavía está en pie. El padre Faci cuenta que Nuestra Señora de Cigüela, que se venera en el lugar de Torralba, se apareció por primera vez siendo Marsilio rey moro de Zaragoza. Entonces los cristianos vencieron a los moros en un barranco llamado desde entonces de mata moros, donde levantaron un templo a la Virgen, que colocaron sobre la torrecilla que sirve de armas al lugar, con dos cabezas de moros esculpidas en ella. Tras la conquista de Calatayud por Alfonso el Batallador, se volvió a aparecer la Virgen a un pastor, en las faldas del monte Armantes, donde hoy se venera, sobre un peñasco que le servía de dosel y sobre la torrecilla con las dos cabezas de moros.

A la sombra de su impresionante iglesia fortaleza mudéjar, dedicada a San Félix, hermano de San Cucufate, donde se guardaban 32 reliquias, entre ellas un Lignum Crucis, regalo del padre Esteban Soriano, dominico y oriundo de este pueblo, que la consiguió del oratorio de Felipe II, según cuentan Mariano del Cos y Felipe Eyaralar en su Glorias de Calatayud, se levanta la casa solar de los Sanz de Larrea, que muestran sus armas en una placa de cerámica. Estos autores dicen que desde el otero de Armantes, donde se levanta el santuario de la Virgen de Cigüela, se distinguía una campiña fecunda de viñas, huertas y prados, donde cantan la merla y el ruiseñor. Sobre otro otero que domina el pueblo, siempre al aire que más sopla, todavía se mantienen en pie las paredes del antiguo molino de viento.

Pero aún guardaba La floresta de la infancia otra sorpresa. Al abrir el libro encontré un aviso escrito a lápiz, con faltas de ortografía y con algunas virutas de goma de más de cien años. Este libro, según se avisa, pertenecía a la señorita María Hita y Oroquieta, que lo firma en Villanueva, un pueblo navarro, el 14 de junio de 1896. Este libro fue comprado en la librería de Joaquín Lorda, de la calle Chapitela número 2, de Pamplona. Su dueña, que por la letra no pasaría de los seis años, apunta que si lo pierde, se lo debe devolver el que lo encuentre. "Hallador sabio y prudente, y yo no sé quien tú serás, si no sabes mi nombre aquí abajo lo sabrás. María tengo por nombre que en la iglesia me pusieron y por apellido Hita, que mis padres lo tuvieron. Y si no, medita el séptimo mandamiento". Y sin más tardanza busqué el viejo catecismo del padre Astete.

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