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Antonio Serón, poeta laureado

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | En el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Aguarón luce un cuadro donde se detallan los tres hijos predilectos con que cuenta la villa, uno de ellos es el insigne pintor Marín Bosqued. Casi nadie recuerda a Juan Ramón Bosqued García que nació en Campillo de las Dueñas, provincia de Guadalajara. Su padre, Ramón Bosqued Trigo, era oriundo de Maluenda, farmacéutico, médico y propietario de molinos de pólvora de Villafeliche. Tras cursar los estudios de farmacia en Madrid, Juan Ramón Bosqued ejerce la profesión en Cucalón, Mainar y Aguarón, donde le sorprenderá la epidemia de cólera de 1885. Por su actuación profesional y humanitaria, la Diputación Provincial le concedió dos diplomas y el Ayuntamiento de Aguarón le designó hijo adoptivo del pueblo, nombramiento que no se guarda en el fondo del Archivo Municipal. Tampoco se encuentra en el callejero de la villa otro hijo ilustre, Miguel Monterde, nacido en Aguarón en 1730, canónigo de la colegiata del Santo Sepulcro de Calatayud y socio de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País. A pesar de haber escrito numerosas obras, ninguna llegó a publicarse, y lo que es verdaderamente lamentable es que casi todas se hayan perdido. Otro hijo ilustre de Aguarón es Gregorio Tejero Hernández, que dirigió las Bandas de Música de Saviñán, de Épila y de Ateca, muriendo en 1958.

En la plazoleta de la iglesia de Santa María de Tauste, destaca por su abandono el monumento de piedra negra que recuerda la fidelidad de Antonio Germán a Felipe V, por cuya causa fue ahorcado ante sus paisanos en 1707, manifestando tanto valor y serenidad que hubo de instar al verdugo para que cumpliese con su deber.

Tanto en el discurso leído por Juan Blas y Ubide en 1908, con motivo de la inauguración de la Galería de Bilbilitanos Ilustres, como en el de Mariano Rubio Vergara de 1956, al ingresar en la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza, encontramos una buena nómina de personajes notables, que destacaron en todas las disciplinas, merecedores de dar nombre a una calle del solar bilbilitano. Baltasar Gracián escribió en su Oráculo Manual: "Son las patrias madrastras de las mismas eminencias; reina en ellas la envidia como en tierra connatural, y más se acuerdan de las imperfecciones con que uno comenzó, que de la grandeza a que ha llegado". Tardío ha sido el reconocimiento a Antonio Serón, poeta laureado, nacido en Calatayud en 1512: "No soy yo poeta, no me consideraría digno de tal honor, si el rey de España Felipe no me hubiera coronado con la diadema de laurel". De él nos habla Juan Francisco Andrés en su Aganipe de los cisnes Aragoneses, de 1652. Ignacio Jordán de Asso publicó una cuidada selección de las obras de Serón en 1781. Más tarde ocupará unas páginas de la Biblioteca Nueva de Félix Latassa, siendo recordado también por Nicolás Antonio. En su lejano destierro de Constantinopla, Apolo se le apareció en sueños, confiándole: "Pero tú no sentirás su favor, antes de que llegues a las regiones patrias, a la alta Bílbilis, y ella no se mostrará benigna, ni se te entregará fácilmente antes de que dejes los techos ingratos a los poetas, y vayas, peregrino, a las riberas del Segre...", a Lérida, donde explicaba Gramática y comentaba a los poetas. Pero, al saberse de su coronación, no le van a faltar las felicitaciones de sus maestros y condiscípulos, aunque tampoco la envidia y las críticas, entre ellas las de un poeta, joven y presumido, natural de Tudela, llamado Jerónimo Arbolanches, contra el que escribe una Invectiva, que es "una sátira muy discreta e ingeniosa", según el docto parecer de Latassa. A Carlos Muñoz Serrano (1532-1604), oriundo de Tarazona, prelado y escritor, le dedicó Serón una Querela y un Ad eundem Lyricum. "Bajo tu protección y en tu presencia pulsaré mi lira de oro y empezaré a cantar en versos sonoros tus alabanzas, oh doctísimo amigo, y con igual ritmo mientras está posado en la elevada rama el ruiseñor, al llegar la aurora, comentará dulcemente conmigo en varios cantos tus hechos (...)". En 1596, Carlos Muñoz es nombrado obispo de Barbastro. Y acogido a la caridad de su excelente amigo, quizá en la casa episcopal de Barbastro que mandó construir, o de Tarazona, murió Antonio Serón por aquellos años, a no ser que su amigo Delgado, de Calatayud, lo llevara a la ciudad donde había nacido.

El 22 de junio de 1895, el Congreso de los Diputados aprobó un proyecto de ley con un único artículo que decía: "Se concede una pensión vitalicia de 2 pesetas diarias a Doña María de los Remedios Roca Zaragoza, y otra pensión igual a Doña Elena Roca Zaragoza, huérfanas y nietas de la heroína Agustina de Aragón, en recompensa de los servicios prestados por ésta durante los sitios de la invicta Zaragoza". Y así se hizo.

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