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Siglo XVII: los clásicos y la estética barroca.
La República literaria (tercera parte y final)

FRANCISCO GARCÍA JURADO | Terminamos el siglo XVII con las obras en prosa. Comenzamos por El Buscón de Quevedo, del que vamos a revisar las fuentes plautinas y eramianas que muestre la figura del terrible avaro. Baltasar Gracián y la agudeza de sus conceptos nos llevan hasta autores latinos tan queridos por la estética barroca como los hispanos Séneca y Marcial. Finalmente, de la mano del gramático Varrón, recorreremos la República literaria de Saavedra Fajardo, lugar poblado por los mejores genios. La barroca Biblioteca Palafoxiana de Puebla (México) puede ilustrar la atmósfera ideal de la cultura. POR FRANCISCO GARCIA

Quevedo: fuentes plautinas y erasmianas de El Buscón

En su artículo titulado "Fuentes clásicas y erasmianas del episodio del dómine Cabra", Vilanova (1980, pp. 355-388) muestra la influencia que sobre la conformación de la figura del dómine Cabra tienen, por un lado, los avaros Euclión, de la Aulularia de Plauto y Milón, del Asno de Oro de Apuleyo. En cuanto a la descripción de la casa del dómine y el estado en que tiene a sus pupilos destaca la influencia del Guzmán de Alfarache (Segunda Parte, Lib. III. Cap. IV) y la obra de Erasmo, Opulentia Sordida. Por último, en la Ictiofagia de Erasmo se describe con mayor énfasis la crueldad inflexible y bárbara de los maestros de su época, que Quevedo también tuvo en cuenta para configurar el carácter de su dómine.

"Entramos, el primer domingo después de Cuaresma, en poder del hambre viva, porque tal lacería no admite encarecimiento. Él era un clérigo cervatana, largo sólo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo (no hay más que decir para quien sabe el refrán), los ojos avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos, tan hundidos y oscuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia, porque se le había comido de unas búas de resfriado, que aun no fueron de vicio porque cuestan dinero; las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, que de pura hambre parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos, y pienso que por holgazanes y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate largo como de avestruz, con una nuez tan salida, que parecía se iba a buscar de comer forzada de la necesidad, los brazos secos, las manos como un manojo de sarmientos cada una. Mirado de medio abajo, parecía tenedor o compás, con dos piernas largas y flacas. Su andar muy espacioso; si se descomponía algo, le sonaban los huesos como tablillas de San Lázaro. La habla ética; la barba grande, que nunca se la cortaba por no gastar, y él decía que era tanto el asco que le daba ver la mano del barbero por su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese; cortábale los cabellos un muchacho de nosotros. Traía un bonete los días de sol, ratonado con mil gateras y guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos en caspa. La sotana, según decían algunos era milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde lejos entre azul. Llevábala sin ceñidor; no traía ni cuellos ni puños. Parecía, con los cabellos largos y la sotana mísera y corta, lacayuelo de la muerte. Cada zapato podía ser tumba para un filisteo. Pues su aposento, aun arañas no había en él. Conjuraba los ratones de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba. La cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado para no gastar las sábanas. Al fin, él era archipobre y protomiseria." (Francisco de Quevedo, La vida del Buscón llamado Don Pablos. Edición de Domingo Ynduráin. Texto fijado por Fernando Lázaro Carreter, Madrid, Cátedra, 1996, pp. 115-117)

- Francisco García Jurado y Javier Espino Martín: Dómines y pedantes. Enseñar latín en la literatura española

Gracián, Séneca y Marcial

Las reflexiones sobre la agudeza del ingenio, tan queridas por autores del XVII de tradición senequista, como Gracián (Séneca, De tranquilitate animi 1,15):

DISCURSO LXIII LAS CUATRO CAUSAS DE LA AGUDEZA

La cognición de un sujeto por sus causas, es cognición perfecta; es cuatro se le hallan a la agudeza, que cuadran su perfección: el ingenio, la materia, el ejemplo y el arte. Es el ingenio la principal, como la eficiente; todas sin él no bastan, y el basta sin todas; ayudado de las demás, intenta excesos y consigue prodigios, mucho mejor si fuese inventivo y fecundo; es perenne y manantial de conceptos y un continuo mineral de sutilezas. Dicen que naturaleza hurtó al juicio todo lo que aventajó al ingenio, en que se funda aquella paradoja de Séneca, que todo ingenio grande tiene un grado de demencia" (Gracián, Agudeza y Arte del ingenio II, Madrid 2001: 254)

Curiosa pervivencia de la agudeza en Edgar Alan Poe:
NIHIL SAPIENTIAE ODIOSIVS ACVMINE NIMIO (Séneca-Poe)

Un poema de marcial como apoyo conceptual

Literaturas latina y española: ecos y diálogos (12-4-2012)


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